Ahora a disfrutar! Te dicen una y otra vez cuando se enteran de que te vas a jubilar. Lo expresan como frase hecha y siempre para quedar bien y así, no herir la sensibilidad del futuro jubilado. Yo también me hago la misma pregunta: A disfrutar de qué? ¿De no poder subir al coche por tener el lumbago hecho unos zorros?, ¿de intentar levantarte de la cama sin conseguirlo porque la cabeza te da más vueltas que un tiovivo por culpa del maldito vértigo?, ¿o incluso de querer ponerte los calcetines creyendo que tienes veinte años y terminas «estampado» contra la pared por perder el equilibrio? ¿O de disfrutar al ir a renovarte el carnet de conducir y cuando acabas el reconocimiento te digan: «mejor que conduzca su mujer»? ¿O disfrutar cuando estás más en el ambulatorio y en el hospital que en tu propia casa? Si eso es disfrutar, a mí que me registren.

Disfrutar, es comer paella, morcillas, chuletas y otros de nuestros manjares mediterráneos, y hacer deporte, viajar o todo lo que te apetezca,sin tener que pensar en colesteroles, tensiones y los traicioneros dolores. Eso es disfrutar. Si además la cartera la tienes «preñada», mejor que mejor.

Reconozco que, llegar a la jubilación sin antes haber palmado o tener un «ataquito» ya es todo un éxito pero, salvo contadas excepciones, llegamos muy justitos al merecido retiro.

Llevo muchos años comparando la vejez con el famoso corredor americano. Ése donde te ponen un mono de color butano y unas cadenas a lo «Semana Santa», atado de pies y manos en espera de que un juez, ignominioso o no, indique el día y la hora en que te ubicarán la inyección letal por necesidad. Dicen los entendidos, que un reo ya sentenciado está esperando a la palmatoria, con angustia añadida, unos diez años en el «corredor». La demora se debe a los recursos y trapicheos de sus abogados. Las estadísticas sobre la supervivencia de un pensionista español se establece en torno a unos diez años desde su jubilación por edad, la llamada reglamentaria. Más o menos. El mismo tiempo que se pasa en el corredor. Si hacemos una malvada comparación, los abogados de USA son los médicos de aquí. Ellos con sus papeles y los nuestros con sus pastillas.

Sin ser una obviedad, a la totalidad de seres humanos les va muy mal hacerse mayor. Tus hijos, familiares y amigos, todos más jóvenes que tú, te tratan como a los niños. Te mienten con frases tan cansinas como «por ti no pasan los años», «¡pero si estás como un toro!», «pareces un chaval», «ya me gustaría a mí estar como tú». Una sola fecha te manda a la «grada» de los futuros inútiles sin ninguna vuelta atrás. Ya lo dice el refrán: «la edad no perdona» y menos cuando te niegas a cumplir años sin tener ninguna posibilidad de conseguirlo.

Por muy bien que te encuentres la vejez es una de las mayores putadas que nos da la vida. No son suficientes los centros sociales, los viajes baratos del Imserso, bailar los pajaritos en Benidorm, cuidar a los nietos o realizar estudios para mayores en esas universidades de pega. Son simples distracciones, como lo son las salidas al patio cuando estás esperando en el corredor.