En todos los hogares se conserva un álbum fotográfico de familia, y toda empresa o institución intenta producir y mantener una colección propia de fotos de su actividad para que sea recordada en el tiempo. Pero el análisis del por qué de cada foto, el relato que se desprende de los álbumes, ofrecen datos interesantes para los estudiosos de la sociología y de la antropología. Y no sólo por lo que las fotos muestran, sino por lo que no muestran, o por las fotos que se mutilan o se destruyen.

Desde la invención de la fotografía en la primera mitad del siglo XIX, las imágenes se han usado para construir identidades, para contar historias, para preservar, en definitiva, un patrimonio individual y colectivo, material e inmaterial. Pero estas imágenes impresas en papel también tienen valor por sí mismas, por tanto pueden ser consideradas doblemente como patrimonio histórico. Un valor que puede extenderse a las modernas fotografías digitales, incluso a aquellas que realizamos, casi inconscientemente, con nuestros teléfonos móviles.

Este doble análisis ha sido el objeto del curso «Fotografia, memòria i patrimoni: producció, conservació i gestió» de la Universitat d´Estiu de Gandia (UEG), coordinado por Hassan López Sanz, profesor de Teoría de la Educación en la Universitat de València.

Plan Nacional de conservación

«La fotografía es un instrumento de memoria, permite realizar estudios sobre la memoria desde el punto de vista etnográfico o antropológico, pero hacemos una llamada a la necesidad de patrimonializar la fotografía, con políticas públicas que garanticen su conservación», apuntó ayer el coordinador del curso. Y esta necesidad no se limita «a la obra de los fotógrafos profesionales, de los que ya hay bastante establecido un protocolo de conservación, sino también de la fotografía amateur, de la que se hace en los pueblos, que permitirán posteriores usos documentales o artísticos», agregó López.

De ahí la importancia del Plan Nacional de Protección del Patrimonio Fotográfico, que servirá «para sentar unas bases que sirvan de guía a las instituciones que han de conservarlo», indicó por su parte Miguel García Cárceles, doctor en Fotografía y uno de los ponentes de dicho Plan Nacional.

Según Pedro Vicente Mullor, profesor de la UPV y de la Universitat Pompeu Fabra, «en los álbumes de familia, tradicionalmente solo se han guardado las imágenes que reflejan momentos felices». «Es muy difícil encontrar un funeral donde se hagan fotografías, mientras que en otras culturas es absolutamente normal que el fotógrafo de bodas sea también de funerales». «En Finlandia, por ejemplo», prosiguió, «no se entiende un funeral sin su álbum fotográfico, pues se trata de la despedida a una persona a la que se desea recordar, es rememoración de su vida».

Así, tendemos a no fotografiar los momentos dolorosos, a romper las fotos que nos los recuerdan, o a hacer desaparecer de las instantáneas a las personas que ya no queremos recordar, «como en el caso de las separaciones o divorcios, cuando rompemos parte de la foto en que aparece la ex pareja». Esto es un simple ejemplo de que «cómo un álbum puede ser pura ficción, tiene una naturaleza construida que sirve tanto para guardar la memoria como para producir el olvido», y destacó «cómo de fácil se puede cambiar la historia, simplemente cambiando el orden de las fotografías del álbum o las palabras que acompañan a las fotografías». Y recordó que «la manipulación de la fotografía puede pretender cambiar la historia, simplemente haciendo desaparecer a algunos de sus protagonistas ».