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el verano y rubén darío

Ligorio Ferrer y Rubén Darío, ambos con traje de gala

como sucede todos los veranos cuando llegan los calores, muchos pierden el sentido de la estética y, desde el maduro pensionista hasta el joven ejecutivo, pasando por circunspectos abogados, doctores, licenciados, maestros y empresarios, todos andan por las calles vestidos con «el triste aliño indumentario» del que hablaba Machado, luciendo pantalón corto y chanclas.

Multitud de turistas nacionales y extranjeros llegan en busca de la playa, y taberneros, restauradores, botigueros, menestrales, hoteleros, posaderos y mecánicos dan gracias al Altísimo por estas gallinas de los huevos de oro -cada vez menos ponedoras- que les ayudaran a superar la crisis.

Se ven colas ante los supermercados para llenar la nevera y ahorrar en restaurantes. Como dice mi amigo Eladio, este es el signo evidente del poder adquisitivo de buena parte de nuestros turistas. También hay gentes en las postas sanitarias de Cruz Roja. Pienso que buscaran remedio para las picaduras de medusas, pero un señor en pijama me aclara: -Venimos a pedir pastillas para dormir. No podemos pegar ojo en toda la noche a causa del ruido. Es el eterno problema de todos los veranos. La mitad de la gente quiere dormir y la otra mitad quiere divertirse. Y aunque en las tertulias de la radio los políticos discuten sobre este asunto, es inútil. No tiene solución.

El día es magnífico, Ximo Ferri ha captado esta estupenda foto con toda la arena cubierta de toallas y sombrillas. Los niños corretean felices por la orilla y sus padres los inmortalizan con el móvil para luego mandar un whatsapp a sus amigos de Socuéllamos. No se ven pateras en lontananza y, en los chiringuitos de diseño, los visitantes bailan con la música a todo volumen bebiendo cerveza. En las azules aguas, miles de personas vacían la vejiga meándose en el Mediterráneo, la cuna de las civilizaciones griegas y romanas.

Por la tarde comienzan las atracciones para los niños que se alargan hasta la noche. Suenan por los altavoces las campanas, las sirenas, las músicas ramplonas y toda la parafernalia de los feriantes.

Los fines de semana surca el mar un barco de borrachos donde se celebran despedidas de solteros y de divorciados. Todos van de uniforme con camisetas del mismo color y algunas chicas llevan un gorro coquetón en forma de polla para reivindicar la igualdad de género.

Afortunadamente, los que quieren huir de la vorágine playera, encuentran sosiego en el Centro Histórico de la ciudad, un remanso de paz donde no faltan actividades culturales. El pasado lunes en los jardines de la Casa de la Marquesa estuvo Rubén Darío dando una conferencia acompañado por su gran amigo, el poeta gandiense Ligorio Ferrer. Yo tuve el privilegio junto a Lluís Romero, director de la Universidad Popular de Gandia, y la poetisa Adriana Serlik, de cenar con ellos oyéndoles hablar en endecasílabos y versos de pie quebrado. Confieso que fue una deliciosa velada. Al día siguiente, antes de marcharse, Rubén Darío me regaló uno de sus poemas que aquí al lado reproduzco.

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