Era fácil adivinarlo: las fuerzas de la más rancia intolerancia (unidas en lo que, para abreviar, llamaremos «el frente anti- Voltaire) se han apresurado a cargar contra Toni Miró, cuya obra se expone en la Marina de València y en la Casa de la Cultura de Gandia. Si al frente anti-Voltaire, las referencias sexuales de las esculturas de inspiración clásica de Miró le parecen obscenas y un peligro para los niños, los cuadros que recogen reivindicaciones independentistas también le parecen políticamente obscenos y un peligro para los padres de esos mismos niños.

Sobre las pretensiones del frente anti-Voltaire de controlarnos la vida en nombre de la moral, puede sacarse a colación una vieja anécdota nada menos que de Churchill, aquel temible radical. En cierta ocasión se le acercó una señora que le espetó indignada:

-¡Está usted borracho!

Churchill contestó alegremente:

-Sí, yo estoy borracho y usted es fea. Pero a mí se me pasa mañana.

La fea moral, la política fea, siempre conspiran contra la cultura, felizmente descrita por el poeta T. S. Eliot (otro radical) como «todo aquello que hace que la vida merezca ser vivida». Cada vez que empezamos a pasarlo mejor aparecen los moralistas de España recordándonos que estamos disfrutando por encima de nuestras posibilidades, que a este mundo hemos venido a sufrir y que ellos se encargarán de aplicarnos los correctivos adecuados.

Todo eso sería relativamente soportable si no fuese porque hoy, en este país, se procesa a lunáticos por insultar a la Virgen (lo que no pasaría con Vishnu o Buda), o se condena a la cárcel a raperos que hacen lo mismo con la Corona, mientras la prensa integrista clama desde la meseta contra los lazos amarillos (a pesar de que ese color es el mismo que el de sus editoriales) y las derechas andan a la greña, como aquí el PP y Cs, a ver cuál de las dos le pone antes el cinturón de castidad a la libertad de expresión o la etiqueta de «golpista» (o colaboracionista, o tibio) a todo lo que no encaje en sus rígidas orejeras patrióticas. Estamos a punto de que vuelva a aparecer en los bares del país el cartelito aquel tan predemocrático, tan cagado de moscas, de «se prohíbe blasfemar, se prohíbe cantar» y de rescatar del pensamiento reaccionario español la exclamación que mejor lo resume: «¡Usted se calla!».

El frente anti-Voltaire sigue mostrándose idéntico a sí mismo, intemporal, histérico, patriótico, ofendido y cateto, y el simple hecho de que se manifieste con absoluta naturalidad y aspire a crecer por los extremos indica el grado de regresión a que ha llegado nuestra tan celebrada democracia. Hoy la palabra y el pensamiento están bajo sospecha, como en el franquismo, y el artista, antes agente del comunismo o vil compañero de viaje, vuelve a ser señalado desde las facciones habituales como un peligro social mientras la gente corriente se ve obligada a vivir bajo la aún vigente «Ley Mordaza» y a pensarse bien los chistes antes de tuitearlos. Si en política todo son radicales, en moral, todo son pecadores. Pues vaya idea de la diversión.

Quienes se rasgan las vestiduras por lo que moral o políticamente le atribuyen a Miró, recuerdan a aquella cocotte que, visitando el Louvre en compañía de Baudelaire, se ofendió al ver los desnudos de algunos cuadros. Pero recuerdan aún más a quienes denunciaron a Baudelaire ante los tribunales por haber escrito las Flores del mal, obra que consideraban indecente, impublicable y corruptora.

En Gandia, en los gloriosos tiempos de Torró, el frente anti-Voltaire local ya emprendió medidas correctivas precisamente contra Miró al arrancar de la Plaza 25 d'Abril su escultura sobre la batalla de Almansa por considerarla «catalanista» y «una vergüenza», trasladándola a un lugar más discreto y moral. Fueron los mismos que, en nombre de las buenas costumbres, llevaron a la quiebra esta ciudad y quienes, a pesar de todo, siguen dando lecciones de ética pública, seguramente porque la fealdad, como dijo Churchill, permanece?