Madrid, Carrera de San Jerónimo a las puertas del Congreso de los Diputados. El día no me acuerdo, y tampoco importa demasiado. Había una concentración de pensionistas a las puertas de la cocina política del país y Pablo Iglesias, con algún otro diputado de Podemos, dejaron su escaño para mediar entre la policía y los pensionistas.

Fueron los únicos que dieron la cara y ese gesto se agradece e inspira algo de confianza, pero me llamaron la atención las palabras del señor Iglesias cuando se dirigió a un policía diciendo que «solo son pensionistas». No lo dijo en tono despectivo pero yo he querido darle la vuelta a esa corta frase.

No somos «solo pensionistas», somos nada menos que pensionistas y resulta que, esa condición, nos otorga privilegios de los que no hemos disfrutado en etapas anteriores.

Únicamente aquellos que ya tenemos una edad, los que podemos sentir nostalgia por un pasado que creemos fue mejor, sabemos lo pesados y cansinos que podemos llegar a ser pidiendo y hasta exigiendo lo que consideramos que es justo, con insistencia pero sin violencia.

Todo lo vivido (y pensado) nos proporciona la experiencia necesaria para no caer en trampas y para no creer en todas las promesas que se nos hacen, ni militar en nuevos partidos que solo buscan dividirnos. Y no es escepticismo, es capacidad de crítica y práctica en separar el trigo de la paja. A estas alturas de nuestro particular viaje a Ítaca las sirenas no pueden engañarnos.

Tenemos muy poco que perder y mucho que ganar. Por supuesto que queremos una pensión digna, pero por encima de eso queremos una vida digna para nosotros y para los que empiezan ahora.

Los años vividos nos han enseñado no a ser egoístas, sino a querernos y valorarnos más. Y también hemos aprendido a ser solidarios y, por eso, esta causa no es solo nuestra. Las piernas cansadas no nos impiden avanzar ni mantenernos de pie, solo nos pueden restar agilidad, pero a veces los pasos más lentos son más seguros.