m e aventuro, pasado el temporal de lluvias que ha afectado a Gandia y a la comarca de la Safor, a ofrecerles mi opinión sobre determinadas decisiones que han sido adoptadas por las autoridades locales. Las mismas se amparan en la finalidad de minimizar los posibles riesgos que los últimos y reiterados episodios de lluvias y tormentas han dejado a miles de escolares sin clases en Gandia, al igual que en otras poblaciones de nuestro entorno.

La polémica está servida. Críticas y alabanzas se han vertido en las redes sociales y tertulias. Diversos ángulos para analizar la decisión. Desde el prisma del respaldo de la medida, ni que decir tiene que dicha situación contribuye a que, en caso de contingencias que deriven en la necesidad de la rápida actuación de los servicios de emergencias, la suspensión deviene acertada. No hay que olvidar que una actuación inmediata en caso de accidentes de tráfico, derrumbes de inmuebles, muros, caídas de árboles, ramas, desbordamientos de ríos, barrancos es crucial. Significa disminuir los daños e incluso salvar vidas o aminorar lesiones. No es esta una decisión que se adopte basada en un «presentimiento» del político de turno. No, no es así. Dicha decisión está avalada por informes técnicos, policía local, protección civil. No es un capricho. Desde el prisma de las críticas, dicha decisión contribuye a otro tipo de riesgo, sin duda menor: el «caos» familiar. Este afecta al «ritmo biológico» de las familias, de los padres, por extensión de la ciudad. Los padres se ven, nos vemos, en la necesidad imperiosa de echar mano de «ayudas extraordinarias» para modificar nuestras rutinas diarias. Todo ello, evitando en la medida de lo posible los daños colaterales laborables que, por lo general, son inversamente proporcionales a la suspensión de la actividad escolar.

Pero depositemos los pros y los contras en la balanza. Esta vez, y aunque los inconvenientes puedan ser mayores para padres y familiares de los escolares, la suspensión resulta más lógica y acertada. Lo contrario supone un riesgo innecesario. «Evitemos la ocasión y evitaremos el peligro». Por ello, el sacrificio de los padres resulta un «mal» necesario y acertado. Acarrea un trastorno subsanable y puede evitar un daño irreparable. Está claro, «más vale prevenir que curar». Entre refranes anda el juego. Pero con una diferencia: en este juego no podemos arriesgar.