Dos nombres muy conocidos en el devenir de nuestra ciudad que, durante varias décadas, tuvieron sus dulces días de gloria nos dan pie para hablar de ellos, de sus negocios y del entorno urbano presidido por la legendaria calle Plus Ultra, donde en aquellos tiempos se ubicaban las casas de lenocinio, burdeles, mancebías o casa de putas, que abrían sus puertas en Gandia.

Pero vayamos por orden y comencemos por los Nogueroles que en 1840 ya fabricaban chocolate en Villajoyosa. Posteriormente se trasladaron a Gandia y en el año 1943 los hermanos Manuel, José y Nicolás inauguraron una moderna fábrica en la calle Colón. Desde entonces, como en un cuento de hadas, el delicioso olor del chocolate invadió los alrededores de la nueva fábrica, donde también producían exquisitos turrones de yema y de guirlache, peladillas, almendras garrapiñadas y toda clase de dulces y dulcerías, como frutas escarchadas, cabello de ángel, calabazate, yemas, caramelos y mazapanes que muy pronto fueron conocidos en toda España, por aquel anuncio que decía: «Olé, olé y olé. El mejor de los mejores, chocolate Nogueroles», y por su emblemático personaje Kitín Nogueroles y su álbum de cromos.

Frente a la fábrica comenzaba la célebre calle Plus Ultra, y todos sus secretos y leyendas me los cuenta mi amigo Iván, porque durante mucho tiempo estuvo al frente de las oficinas de Butano instaladas en la famosa casa de La Cari, la más lujosa e importante de toda la calle.

En aquel tiempo de carencias de todo tipo, las trabajadoras del sexo eran, según algunos jerarcas del Régimen, una especie protegida, dado que contribuían a la paz social, atenuando el desenfreno sexual de muchos hombres. El invicto caudillo y dictador Francisco Franco, que murió en la cama, era como un padre para las putas, pues las dotó de una Cartilla Sanitaria que daba derecho a la revisión médica semanal para mantener en buenas condiciones su herramienta de trabajo. Aquí en Gandia, en el centro de higiene de la calle Duque Carlos, los doctores Saturnino Peñín y Miguel Pérez fueron los encargados de velar por la salud venérea de estas trabajadoras venusianas.

Frente a la casa de La Cari estaba la casa de La Sole. La de Paquita, llamada Chomino de Oro porque se lo empolvaba con el polvo de oro que conseguía en la timbradora donde se imprimía el papel de seda para envolver naranjas. Y la de La Merche, apodada La Moreneta, una catalana nieta del célebre Negro de Bañolas de quien heredó su color moreno, uno de sus principales atractivos. Las casas olían a una mezcla de zotal, pachulí y Embrujo de Sevilla. Muchas chicas conservaban algunas devociones religiosas de su infancia, y no era raro ver en sus habitaciones alguna estampa de la Virgen o del Santo patrono de su pueblo. Recordaba Iván el día en que una de las pupilas de La Cari se puso al borde la muerte y llegó desde Palacio el padre Guim para darle la extremaunción. En cuanto corrió la noticia por el barrio, tanto las chicas como los clientes acudieron a la casa. Y al poco rato comenzaron a rezar el rosario.

Vivía también en aquella calle el señor René, un francés algo amariconado que además de poner inyecciones de permanganato para la blenorragia y despachar Aceite Inglés para las ladillas, vendía y reparaba preservativos, que escaseaban en aquellos tiempos. Tenía sobre la mesa un tubo de cristal en forma de pene con una pequeña bombilla en su interior. Extendía el condón a lo largo del tubo y, si tenía algún poro, lo tapaba con un pequeño parche. También vivía en la misma escalera la señorita Enriqueta, una profesora de piano que ponía un toque musical en aquella calle casi siempre repleta de bicicletas apoyadas en las paredes. La mujer tuvo que colgar un cartel en la puerta de su casa anunciando «Aquí no se folla, sólo se toca el piano». En la misma acera estaba también el garaje de Ángel Gilabert, el taller de Boscá y una vaquería donde las vacas mugían imitando los gemidos de placer de los clientes de las casas vecinas.

Frente a la calle Plus Ultra, Casa Ernesto. Ernesto era también un personaje emprendedor, como los Nogueroles. En 1944 abrió el cine de verano Maricel en el barrio de Corea y más tarde levantó el edificio Casa Ernesto, Bar-Restaurante-Hotel. Permanecía abierto toda la noche y, además de noctámbulos, desde primera hora de la mañana se juntaban allí los collidors para formar las cuadrillas que iban a recoger naranjas. Durante todo el día no cesaba el trasiego de todo tipo de gente, y no faltaban los clientes de las casas de tolerancia; los jóvenes, en su primera visita, para darse ánimos y sentirse más hombres tomaban una cazalla y, los clientes asiduos, para reponer fuerzas, tomaban un café o un chocolate con churros acompañado de una copa de Anís del Mono.