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Cuando el fútbol era fútbol

Los gandienses Carlos Roberto y Miquel Sanchis tiran de nostalgia ochentera en su libro «Odio el fútbol moderno»

Con Miguel Ángel Picornell en la presentación de Gandia. àlex oltra

Hartos de las camisetas a 120 euros con nombres que sólo duran una temporada, de que sea casi imposible que un equipo como el Dépor gane la Liga, de la falta de emoción en los torneos de verano, o de que Qatar, «un país donde se violan los derechos humanos», acoja el Mundial de 2022.

Son algunos de los temas que indignan a los gandienses Carlos Roberto y Miquel Sanchis en «Odio el fútbol moderno» (Planeta), un recorrido nostálgico por el fútbol de antaño. Un libro con el que disfrutarán aquellos que aún recuerdan nombres como Mágico González, Dennis Bergkamp o Losantos Omar en un fútbol que, según los autores, pese a su rudeza era más noble que el actual.

Pero, ¿cuándo se hizo «moderno» el fútbol? Los gandienses consideran que hay tres puntos de inflexión. Uno de ellos fue la conocida como «sentencia Bosman», en 1995, que provocó que los grandes clubes de las ligas europeas ficharan a los mejores futbolistas sin importar su nacionalidad. De paso, esto rompió el vínculo emocional entre el jugador y el escudo. Y la conversión de los grandes clubes en sociedades anónimas deportivas (SAD), en 1990, también lo rompió entre directivos y aficionados, «cuya opinión ya no se tiene en cuenta», denuncian.

Además, con el auge de las retransmisiones televisivas los clubes vieron en los derechos de emisión una gran fuente de ingresos. Consecuencia: hoy siempre hay partido. «Nos gusta el fútbol, pero en su justa medida, también nos gusta la tortilla de patatas y no la comemos todos los días», apuntan. Y de ahí otra derivada: «La filosofía de la prensa del corazón, del Sálvame, se ha trasladado al fútbol, y un ejemplo de ello son programas como El Chiringuito», se lamenta Carlos.

Con el tono de humor e ironía que les caracteriza, repasan aspectos como la estética de los jugadores de aquella época, «donde no había ni mechas ni gomina», sino un estilo canalla y menos metrosexual en el que se podían ver bigotes o melenas al viento. Tampoco entienden por qué los entrenadores visten de Armani en los partidos y se haya perdido el chándal que, por ejemplo, se enfundaba sin problemas Luis Aragonés.

Los estadios ya derruidos, los árbitros nombrados por sus dos apellidos o los mundiales (se confiesan forofos de España 82) son otros asuntos de este divertido libro.

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