El hijo de María Ángeles Pérez Yuste, una vecina de Gandia, tiene diagnosticado autismo desde los tres años. Ahora tiene 12. Por su situación, el sistema le abocaba a un colegio de Educación Especial, donde acuden niñas y niños con distintos tipos y grados de discapacidad. Esa no era la opción que su madre quería porque «mi hijo, con sus diferentes capacidades, tiene el derecho a estar con los demás».

La mujer, a la que el diagnóstico pilló por sorpresa, como reconocía a Levante-EMV, lejos de centrarse en lamentos, se implicó desde el minuto cero en hacer que la vida de su hijo no fuera distinta a la de cualquier otro niño de su edad. Su constancia la ha llevado a cumplir su objetivo: Que el menor no ingresara en un recurso educativo especializado.

Desde la etapa de infantil y durante toda primaria, el pequeño acudió a un colegio público, concretamente al de Bellreguard, en la modalidad integradora. Acudía a clase con el resto de niñas y niños de su edad y seguía las materias ordinarias, aunque adaptadas a su situación. A parte, tenía una serie de horas a la semana en las que acudía al aula de Educación Especial del centro.

Tampoco era la opción que más convencía a María Ángeles, que buscaba un modelo inclusivo, pero guarda una opinión positiva de esos años.

Cuando llegó a los doce y tocaba el salto a secundaria se involucró de forma directa en el proceso para decidir cómo debía seguir su etapa educativa el menor, en el que participaban profesionales de la Conselleria de Educación.

Ella lo tenía claro desde un principio: Quería que su hijo acudiera a una aula ordinaria bajo un modelo de inclusión. «En ese momento había que plantearse cómo tenía que continuar su enseñanza. Le evaluaron profesionales, el servicio psicopedagógico del centro y estudiaron si podía seguir estudiando o no. Ellos dieron una opinión sobre lo que creían que podía ser mejor para él», explica la madre. «Desde el principio yo quise reunirme con todas las partes involucradas y explicarles cuál era mi visión respecto al futuro de mi hijo».

La madre agradece el buen trato y acogida que siempre recibió de parte de las administraciones y asegura que «en todo momento me escucharon, no me pusieron ninguna pega y pude dar mis razones de por qué quería que mi hijo accediera a un modelo inclusivo». Explica que el inspector, dependiente de la Conselleria de Educación, «me planteó que el niño siguiera en la modalidad integradora, pero yo le dije que a mí no me parecía bien esa opción». Finalmente y gracias a la constancia de María Ángeles, la conselleria vio que el entorno personal, familiar y educativo del niño, así como su trayectoria hasta ese momento era muy propicio para que pudiera ingresar en un colegio en la modalidad inclusiva.

Por ello, desde este mismo curso acude a una aula ordinaria, siguiendo las materias (con contenido flexible) que sus compañeros y con chicas y chicos que no presentan ninguna discapacidad. La familia escogió el colegio Carmelitas de Gandia. «Nos decantamos por ese por una cuestión de accesibilidad, porque de mi casa está en línea recta, pero también porque había oído hablar a familias que decían que era el mejor colegio de la ciudad». Antes de matricular al pequeño, la madre habló con los profesionales del centro. «Me encontré una predisposición muy buena, con gente agradable, abierta e incluyente. Si hubiera visto alguna mala cara me hubiera echado para atrás», explicaba la mujer.

Tres votos para delegado

Indica que tanto los compañeros y compañeras de la clase como el profesorado le han acogido «de forma maravillosa». «Hace unos meses hicieron una salida y yo iba con ellos y si les veías de lejos no notabas que a mi hijo le pasaba algo», explicaba la madre, que, añadía «ha aprendido incluso a hacer los saludos con los manos y puños que hacen los de su clase». Uno de los mejores momentos que el chico ha vivido fue cuando el primer día, en la votación para elegir al delegado, tres compañeros le votaron a él.

Después de tres meses de curso, las sensaciones no pueden ser mejor para la familia. Los docentes se encuentran en un proceso de conocer al menor a nivel social. De momento, la cuestión académica está en un segundo plano, en tanto que para él ha supuesto un cambio enorme al pasar de contenidos adaptados a otros en los que, si bien son flexibles, sigue el ritmo del resto de sus compañeros. «Tiene una discapacidad cognitiva que es muy compleja. Cuesta entender por dónde van sus procesos mentales». Por ello, «en estos primeros meses se han centrado en la parte social, que la relación con sus compañeros y compañeras sea buena».