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LA LENGUA DE LAS MARAVILLAS

Nunca se había visto en la democracia española un ansia de refinamiento filológico como el que hoy se emplea para renombrar a los fachas de toda la vida y encontrarles digno acomodo en la lengua de Cervantes. Hacia donde se mire, todo son palanganeras escaleras arriba y abajo por aparentar que la casa es limpia y, además de esparcimiento y discreción, ofrece higiene al público. Tal es el afán por asear al adefesio, darle gusto y vestirlo con las galas de la civilidad, que si un día un plumífero muy fino escribe en un diario de Madrid «me tengo prohibido usar el término 'fascista' en un sentido que no sea el recto», al siguiente repite otro sesudo aún más rectilíneo que «aunque tengan elementos de fascismo, los actuales movimientos de derecha radical o extrema en Europa y en las Américas no son fascistas?». En lo que otra lumbrera tercia, como quien regala unos gramos de su abundantísima mollera, que «nos equivocaríamos si llamásemos fascistas a...».

Esa impaciencia por enmendar las evidencias no es nueva, pues fue elevada a los cielos del pensamiento español por nuestros modernos gramáticos cuando hicieron saber que no podía haber en la piel de toro «presos políticos» catalanes sino «políticos presos», que no solo habían proclamado una República tan breve como teatral sino que, mucho mejor dicho, dieron un «golpe de Estado» como el de Tejero. Aunque la ausencia de violencia dejaba al aire muchos flancos del concepto, la cuestión fue resuelta de un plumazo por pensadores, políticos, picos de oro y generales retirados calificándola de «golpe de estado posmoderno» o «golpe de estado permanente».

Quedaba así rotundamente claro que la lengua de las maravillas alcanzaba, por su propio temple, cotas discernimiento y versatilidad nunca vistas ni oídas en los demás idiomas conocidos. Firme como un baluarte, la lengua de las maravillas resultaba, pues, impenetrable a los argumentos capciosos de la Ilustración residual, a los dictámenes jurídicos llegados del extranjero hostil y a todo aquello que, para la verdadera la patria, se mire como se mire, no puede ser bueno. Costumbre acrisolada la de hablar tan primorosamente en todas partes, desde los palacios hasta las chabolas, desde las audiencias hasta las tabernas, desde los púlpitos hasta los burdeles, y herencia gloriosa de aquel régimen que por no ser tampoco «fascista» en sentido recto, bien pudo ser el mejor de los mundos posibles en sentido curvo. ¿No alumbró, después de todo, a la derecha más liberal que pueda imaginarse, la misma que trajo, como concesión graciosa al sano pueblo español, la bendita democracia? Con razón se abstienen los prudentes y los sabios de condenar a Franco y a su régimen, y con más razón afean la conducta de quienes aviesamente osan turbar el sueño eterno de un héroe que, de haber justicia en la tierra, habría sido laureado con el Premio Nobel de la Paz, y causa de una beatificación aún más fulminante que la del Papa aquel, también maravilloso, que le dio la comunión a Pinochet.

Dice la lengua de las maravillas que así como hay golpistas catalanes empíricos no puede haber fascistas españoles, ni siquiera hipotéticos, como no pueden existir sus mamporreros, y dice que tampoco hay franquistas ya, si es que los hubo, ni corrupción, si es que la hubo, ni partidos condenados por la ley, que en puridad nunca existieron, como dice que no hay oligopolios mediáticos que así deban llamarse y usurpen la lengua de las maravillas, y que no hay tampoco una Corona traída por el dictador, y que el ejército es democrático de arriba abajo, y justos son los jueces sin que falte uno, como la mitad de los catalanes son malvados sin que sobre uno, y como perversos y guerracivilistas son los partidos de izquierdas, por naturaleza y porque salta a la vista.

Qué bien dicho está todo, qué bien dispuesto en la maravillosa lengua reguladora que no pudiendo ser, por su clarividencia, más que de origen divino, ahora ha revelado como por milagro que tampoco hubo nunca mujeres maltratadas sino locas, impostoras, macarras redentores, asesinos prudentes, golfos de mucho mérito y que el mundo ha vivido equivocado. Mientras se abren las puertas de los templos de la democracia a la política caballar y la Europa liberal se espanta, la lengua de las maravillas limpia, fija y da esplendor.

Sepulcros blanqueados y de gilipollas.

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