c on la inestimable ayuda del poder mental, como aconseja el doctor Cortell, viajaremos a los años 50 y recorreremos la calle Mayor desde el Paseo Germanías hasta las Escuelas Pías, bajando por la acera de la izquierda.

La primera casa es la tienda de Confecciones El Sol, que antes fue zapatería. En la joyería y relojería de Cruañes venden los nuevos relojes de cuco recién llegados a España.

Casa Gasque, Confecciones Selectas, era también la vivienda de don Secundino y doña Rosita y sus hijos Ángel, Maruja y Rosa Mari. La antigua gran tienda de Tejidos Mora fue el vivero de la saga de los Mora en el comercio de tejidos. Y estaba la joyería de Pepe Palmer, extrovertido, simpático y verdadero maestro en el arte fenicio de la venta de joyas y clepsidras. Y en la Carnicería Central vendían buena carne y magnífico embutido.

Pasada la calle de la Cruz, Tejidos El Globo, de los señores Soler y Orihuel. El diminuto estanco de Petaca, que todavía sigue. La frutería de Basenilla, un curioso apodo del que ni el mismo Emili Selfa pudo explicarme su origen. La tienda de Ricardito Novell, gordito, amable y simpático, vendía alfileres, agujas de coser y de hacer media, imperdibles, clecs, botones, hilos, lanas de los más variados colores y delicados encajes y puntillas que ponían el encanto en los vestidos femeninos. El hotel Grau, de don Valeriano Grau, abuelo de mi amigo Juan Grau, el de El Gran Torino, fue testigo de la vida político-social de Gandia en los años 20. Luego se llamó Gran Hotel y finalmente Hotel Rex. En la planta baja, Tejidos Grau, de don Juan Bautista Grau, gran aficionado a la cinegética. El banco de Vizcaya, donde circulaban los cheques y las letras de cambio de la mano de Borrull, Gual, Jiménez, Olivares, Peiró? La droguería del señor Bernabeu, un hombre de noble cabeza de emperador romano. Con él trabajaban sus hijos José y Joaquín ocupándose de la nueva perfumería y del salón de belleza lleno de cremas emolientes, rouge para labios tentadores, lacas para uñas y Chanel nº 5 con el que se vestía Marilyn Monroe para dormir.

La camisería El Cisne, fundada por Andrés Moreno, militante del partido Socialista Radical y padre de mi amiga Àngels, lucía en su fachada un hermoso cisne obra del pintor López Rancaño que parecía salido del lago del famoso ballet, pero la gente poco ilustrada lo confundía con una oca escapada del reverso del parchís. La tintorería Zúñiga, como la Real Academia de la Lengua, pulía, limpiaba y daba esplendor a los viejos trajes que pasaban de padres a hijos. En la Cafetería Moreno vendían ensaimadas y cruasans para mojar en el café con leche. La antigua imprenta Palmer estaba especializada en carteles y prospectos de mano. En pisos cercanos, el dentista Guillermo Olagüe, que dio nombre al campo de fútbol. El otorrino Jesús Fuster, marido de Concha Monzó, una mujer siempre solidaria con los necesitados. En Sederías Levante, el señor Gavilá, simpático y amable, salía a la calle cargado con la pieza de tela para que la clienta pudiera apreciar su maravilloso colorido. El hotel de la esquina se había convertido en la maternidad San Ramón, donde el doctor Antonio Escrivá atendía a las parturientas que, temerosas, se encomendaban a San Ramón Nonato.

En la siguiente manzana, la antigua casa de mi condiscípulo Enrique Jordá de Arias, jesuita y misionero. En el bajo, la pequeña tienda de ultramarinos del señor Joaquín. Y junto a ella, la tienda de ropa de Pedro Bó. La de Andrés Merí, cristalería, bombillas, enchufes, artículos de fontanería, era también una prolongación del Club de Fútbol Gandia, del que el señor Merí era presidente.

Haciendo esquina con Arzobispo Palau, la tienda y el estudio fotográfico de don Pedro Laporta, cuyos nietos Mauricio y Pedro siguen la profesión.

Y, en el piso superior, Enrique Ausias, un sastre ilustrado cuyo padre fundó la primera sastrería en 1890. En navidad, un enorme Rey Mago de cartón-piedra nos esperaba a las puertas de Casa Pastor para que depositáramos la carta a los Reyes, pero «nosotros y nosotras», como diría un cursi, ya no creíamos en los Magos, sólo pensábamos en la magia del amor. En el piso superior, el doctor Tomás Mut, que todavía continua sin calle, abrió su primera clínica.

Venía luego la cas de amiga Conchín Ros, madre de Inmaculada Bañuls e hija del alcalde Ros que inauguró el monumento al Corazón de Jesús. Seguían tres grandes casonas, la de Ana Serra de la Orden, la de Gloria Morant y la de las hermanas Boigues. A principios de 1912 vivió en alguna de estas casas una real hembra, amante de un prestamista francés, llamada Rosita, la Tisoretes. Un buen día, cuando el franchute se quedó dormido, Rosita tomó unas tijeras y, cortándole la bolsa del escroto le sacó los testículos que parecían perlas, y se hizo unos preciosos pendientes.

Recuerdo la droguería y perfumería de don Pedro Llobell, simpático, elegante y amigo de mi padre, donde yo compraba los productos químicos para fabricarme el revelador y el fijador. En la parte izquierda había un alto mostrador con barandilla de madera que se perdía hacia el interior. Destacaba el cartel de Tintes Iberia con una preciosa niña rubia sosteniendo varias cintas de diversos colores. En la parte derecha, la sección de perfumería con tentadores productos de belleza y dos preciosos carteles de excelente factura, uno de Embrujo de Sevilla y otro de Maderas de Oriente.

La administración de lotería Nº 1, de la madre de mi amiga Pilar Carreras, era cita obligada de los que perseguían la suerte. Al asomarse por la ventanilla veían el retrato de Gabrielita y, creyendo que era una santita, se encomendaban a ella pensando que les tocaría el gordo. Venía luego la tienda de fotografía de don Manuel Martínez Ribes y, a su lado, haciendo esquina, la eterna tienda de La Violeta.

La academia Almi, instalada en la casa blasonada de los Barones de Mislata, la dirigían don Alberto Mitjanas y don Rafael del Moral. Allí se impartían clases de comercio, idiomas, cultura general y mecanografía al tacto. La tienda de Colomina, persona afable y bien humorada, que se anunciaba con una paloma picasiana, vendía a los cofrades de Semana Santa los caramelos para las procesiones. El doctor Emilio Aunión: pecho, pulmón y corazón, tío del pintor Vicent Aunión, de notable inspiración. La tienda de ropa y confecciones de la viuda de Duato, madre de Fernando y Fina. Junto a ella, una gran casona que siempre permanecía cerrada era el punto de reunión de la logia masónica Levante 33, dependiente del Gran Oriente Español. Conocí a varios de los que allí, se reunían pero no puedo revelar sus nombres. Venía luego la Relojería de Santandreu. Y, a continuación, Calzados Alborch. Terminaba la calle con la vieja casa propiedad de la familia Ros donde Pepet, el Tort, instaló el primer As de Oros. Hoy se levanta allí el edificio Telefunken.