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"No hay alemanes, ¿vienes con nosotros?"

La familia de Valentín García, del Grau, narra cómo salió del campo de concentración nazi de Mauthausen, se casó en Praga y en 1963 volvió a Gandia - «Mi padre nunca permitió que adquiriéramos la nacionalidad checa», narra Isabel, una de sus hijas

"No hay alemanes, ¿vienes con nosotros?"

Narrar el horror de los campos de concentración y de exterminio nazis siempre resulta estremecedor. Por eso la hija del gandiense Valentín García Rodrigo, una de las víctimas que estuvo casi cinco años en Mauthausen, recuerda con más nitidez las palabras de su padre cuando le contaba cómo salió de aquel infierno. «Aquella fue una mañana silenciosa y extraña en la que nadie sabía lo que pasaba. De pronto comprobamos que los alemanes se habían ido. Ya no había nadie y un grupo de jóvenes con un camión me dijeron: '¿Te vienes con nosotros'».

En ese mes de mayo de 1954, antes de que las tropas aliadas llegaran y liberaran a los presos que quedaban en Mauthausen, Valentín, que pesaba 34 kilos debido a las penurias vividas, se embarcó hacia la vida en dirección a Praga. De los seis gandienses que acabaron en ese campo de concentración él fue el único que pudo sobrevivir.

Quien cuenta su historia es Isabel, su hija, quien, ayudada a su vez por sus hijos Mónica y Víctor, se recupera de la emoción tras recibir de manos del presidente Ximo Puig el reconocimiento público que la Generalitat está ofreciendo a todas las víctimas valencianas del nazismo en el programa Construint Memòria. El acto tuvo lugar a mediodía de este viernes en el salón de plenos del Ayuntamiento de Gandia.

Solo por el hecho de haber sobrevivido el caso de Valentín García ya es una excepción. Con 25 años salió de España tras la guerra civil y fue hecho prisionero en la Francia ocupada por el Ejército de Hitler. De allí, como tantos otros republicanos españoles, llegó al infierno de Mauthausen-Gusen. Como él mismo contó, antes de que las tropas aliadas llegaran a ese lugar, en la actual Austria, para liberar el campo y a sus prisioneros, los alemanes se marcharon. El camión en el que le ofrecieron una plaza era de prisioneros checos y se dirigían a Praga, de manera que en esa bella ciudad centroeuropea tuvo que empezar a rehacer la vida. A España, con Franco y su sangrienta represión en marcha, no podía volver. De hecho, al término de la segunda guerra mundial los republicanos españoles quedaron como «apátridas».

Su hija Isabel describe a este grauero como «un hombre rubio, de ojos azules y muy guapo», de manera que en Praga seguramente no le sería difícil seducir a Helena Steiner Rosenfeld, con quien se casó y con quien tuvo tres hijas, Marisol, Isabel y Carmen, «tres nombres muy checoslovacos», ironiza Mónica, hija de Isabel.

La capital de la extinta Checoslovaquia es un bello enclave, pero, por lo que cuentan sus familiares, a Valentín le tiraba el Grau, Gandia y España, referentes que nunca dejaron de rondarle por la mente y a los que siempre pensó que regresaría.

Tan es así que nunca adquirió la nacionalidad checoslovaca. «Ni lo hizo él ni permitió que esa condición se trasladara a sus hijas», indica Isabel. A todas ellas, por lo tanto, las inscribió como ciudadanas españolas, lo que probablemente le evitó muchísimos problemas en el momento en que, cuando estuvo seguro de no sufrir represalias en su país, emprendió el viaje de retorno a Gandia.

En este punto Isabel relata que, de haber sido ciudadanas checoslovacas, el Gobierno de ese país, entonces situado en la órbita soviética, casi seguro que les habría impedido la salida, un veto que sufrieron millones de personas de los países del este de Europa que se extendió especialmente a partir de la guerra fría que derivó en la construcción del Muro de Berlín y en el cerramiento de todo el bloque soviético tras el llamado Telón de Acero.

Siendo español Valentín García y siendo españolas sus tres hijas, cuando supo que podía regresar a su Gandia natal, no lo dudó. Eso ocurrió el 17 de diciembre de 1963, e Isabel recuerda que aquella jornada, que la familia rememora cada año, se registraban 27 grados bajo cero en pleno centro de Praga, donde vivían.

Aquí todos volvieron a recomponer su vida. Isabel, que anteayer, viernes, recibió el calor del presidente de la Generalitat en el homenaje a las víctimas del nazismo que se celebró en el salón de plenos de Gandia, tuvo cuatro hijos. Mónica, Leandro Alain, Víctor y Valentín, este último con el nombre del abuelo, viven y trabajan en Gandia y Benidorm.

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