Tomado prestado el título de la serie televisiva, las chicas del cable de Oliva también tienen muchas cosas que contar. Once de las trabajadoras de la antigua Central de Teléfonos de esta localidad se han reunido en un almuerzo de hermandad cuarenta y cinco años después del cierre de las instalaciones. La centralita finalizó sus servicios en agosto de 1974 y estaba ubicada en el número 7 de la calle de l'Enginy, frente a Evaristo «el fuster».

Maria Rosa Beneyto, Isabel Santapau, Isabel Parra, Carmen Lledó, Vicenta Muñoz, Maribel Escrivá, las hermanas Gonzala y Nati Villaescusa, Ana Herrero, Rosa María Savall y Emilia Castelló, que trabajaba en el turno nocturno y que era hija de los contratistas, compartieron con Levante-EMV sus anécdotas y recuerdos.

«Muchas de nosotras estuvimos juntas hasta que la central desapareció a causa de la automatización del servicio y el cierre de las cabinas telefónicas», indicó Isabel Santapau. La función de la trabajadoras era dar servicio de telefonía a Oliva y la población vecina de Piles. Ellas se encargaban de colocar las clavijas y los correspondientes cables para que pudiera tener lugar la conferencia telefónica que hubiera solicitado el cliente.

«Dígame» era lo primero que decían al recibir una llamada, y el cliente les pedía, por ejemplo, «póngame con Casa el Covero», «con el Bar Brasil», o «con el Ayuntamiento», recuerdan. «Teníamos que sabernos todos los números de teléfono de Oliva prácticamente de memoria», comentan. «En un principio no llegaban a seiscientos números pero al final se ampliaron a más de mil». Una de las anécdotas que recuerdan es de cuando se buscaba al célebre delincuente El Lute, que se sabía que había estado en Oliva. La Guardia Civil fue a la central y hacía guardia con las telefonistas por si el fugitivo se ponía en contacto telefónico con alguien de la zona. «Y allí estábamos nosotras trabajando, con los agentes pendientes a nuestro lado», comentaron.

Otra antigua empleada recordó cuando les llegaban llamadas para personas que no tenían teléfono en su casa. «Teníamos que ir a su domicilio para buscarles y avisar de que su familiar o amigo quería hablar con él o ella, y que debían ir a la central». También recuerdan cuando tenían que recorrer «todo el pueblo con las guías telefónicas que teníamos que repartir». «Una vez me cayó una salamandra encima y tiré todas las guías al suelo», contó una de las trabajadoras. Para llamar a València, a veces había demora de dos o tres horas porque había cola. «Nuestra gran satisfacción fue cuando nos pusieron el disco. Llamamos a una señora que había pedido una conferencia con la capital, y cuando le dijimos 'no se retire por favor', dijo '¿No cuelgo?', y casi se puso a llorar».

Reconocen que era un trabajo «un poco estresante, y alguna vez hemos llorado cuando nos gritaban», aseguran. La centralita contaba con unos encargados, el matrimonio formado por Salvador Castelló y Rosa Emilia Fuster, que eran los contratistas del servicio. Dos de sus tres hijas, Emilia y Rosa, también se unieron al trabajo familiar, cosa que no quisieron Vicen y Agustín, que siguieron su propia vida laboral. Según Emilia Castelló, «los responsables de Telefónica siempre estaban dando la enhorabuena a mis padres, porque éramos uno de las centrales que más caja hacía y donde mejor funcionaba el servicio, y por eso ofrecieron a todas las trabajadoras la posibilidad de ser fijas».

Vicenta Muñoz fue la última en entrar en la Central Telefónica de Oliva y la única que, tras su cierre, pasó a trabajar en la plantilla de Telefónica en Madrid. «Me fui a vivir a Madrid con 19 años, donde estuve tres años y medio. Y luego me vine a Valencia, donde estuve más de 25». La mayoría de las trabajadoras dejaban su trabajo al casarse, aunque tenían la posibilidad de poder seguir formando parte de la compañía.