Aunque vivía en Gandia, a Rafael Sjöblom se le veía asiduamente por Castellonet de la Conquesta, el municipio más pequeño de la Safor, del que era alcalde desde hace doce años. Este hombre, al que jamás se le podría clasificar como un político de profesión, era lo más parecido a ese vecino que saludaba en la señorial plaza del Palau, ante el ayuntamiento, o que invitaba a café en cualquier sitio.

Porque Sjöblom, cuyo apellido escandinavo a veces llevaba a preguntar si era un extranjero, será recordado en esta comarca como un hombre dedicado «al poble» y a su familia, aspectos que le han llenado todo el tiempo en las últimas décadas de su vida.

Alejado de toda política frentista, lógico en un municipio de 150 almas en el que en invierno apenas si viven la mitad, tenía un estilo cada vez menos abundante en la cuestión pública. A él, más que dirigir, le gustaba escuchar. Y más que ordenar, prefería aconsejar con esa voz parsimoniosa que transmitía con tranquilidad y sin alteraciones. Por eso fue respetado por todos y por eso supo ganarse el afecto de sus vecinos y del conjunto de la clase política de la Safor.

A raíz de los problemas de salud que sufrió hace un tiempo su esposa, Amparo, este hombre de 72 años ya había decidido no continuar en la política activa. Pese a que el Partido Popular le pidió que siguiera una legislatura más, anunció que, a estas alturas de la vida, no había más prioridad que su familia y quería dedicar el tiempo a su mujer, a su hija y a su nieta, con las que residía en Gandia.

«No es que esté mayor, es que ya toca», comentó hace un año en conversación con este periódico, mientras explicaba que es importante saber que la vida son etapas y que la suya como alcalde debía finalizar con este mandato.

De su gestión política, como es lógico, hay quienes le alaban y quienes le critican, pero para la mayoría de los vecinos de Castellonet de la Conquesta lo importante es que les atendía cuando le reclamaban y que evitó estridencias y polémicas en un municipio que lucha por evitar la despoblación. Por eso su trágica muerte generó ayer esa reacción, clásica pero más cierta que nunca: «ha muerto una buena persona».