C omo las cartas de amor, los eslóganes políticos empiezan a ser un género testimonial, anacrónico, los parientes pobres de Twitter, Facebook y el resto de opulentos productores de significados. Los creativos publicitarios saben perfectamente que ya no pueden sorprender con un escuálido lema de partido a un electorado que pasa gran parte de su tiempo envileciéndose en las redes sociales y que, en relación con la política, ha derivado hacia el escepticismo, el cinismo y la venganza.

Cierto es que de vez en cuando suena la flauta, como con el «Yes we can» de Obama, pero ese famoso eslogan más que revitalizar el género fue solo su canto de cisne o, como diría Borges, su «mármol final».

Así que, en los partidos, nadie pierde ya el tiempo con esa clase de mensajes sintéticos que son como una gota de agua en el océano iconográfico y propagandístico en que se han convertido nuestras inseparables pantallas.

Puesto que los eslóganes políticos resultan ya completamente irrelevantes, los asesores electorales muy bien podrían reemplazarlos, sin ningún esfuerzo y para sacarse el sueldo, por títulos de canciones románticas de éxito, con muchísima más aceptación social. Más aún cuando el objetivo de las poéticas discográficas es el mismo que el que anima a las formaciones políticas: persuadir, conmover y hacer negocio. Veamos una docena de ejemplos:

Solamente tú ( Pablo Alborán), Sin ti no soy nada ( Amaral), Pero a tu lado (Los secretos), Cuidándote ( Bebe), Es por ti (Cómplices), Prometo (Café Quijano) Sin miedo a nada ( Álex Ubago) Frente a frente ( Enrique Bunbury), Me quedo contigo ( Antonio Vega), Te amaré ( Miguel Bosé), Nadie como tú (Presuntos implicados), Para tocar el cielo ( Tonxu), y Vivimos siempre juntos ( Nacho Cano).

Todos esos temas o lemas podrían ser reutilizados políticamente como pilares de las retóricas de campaña, y si la vida pública y el mundo del espectáculo resultan ya prácticamente inseparables, ¿por qué no hacerlo de una vez por todas y todos?

Aunque no tan abundantes, los eslóganes de otros sectores, como los de la banca, los seguros o la distribución, también podrían reciclarse fácilmente como lemas electorales. He aquí la prueba: Súmate a nuestro proyecto (Banco Popular), Tú pide (El Corte Inglés), Por si Ocaso (Ocaso), El sol de la tranquilidad (Ocaso), Despierta cada día seguro (Mapfre), y Aseguramos tu calidad de vida (Mapfre). A los que habría que añadir, ya que todo el mundo quiere ser escuchado, el no menos importante del Colegio Andaluz de Dentistas: Dale a tu boca el valor que se merece.

Quizás el único sector que, en cuestión de eslóganes, puede rivalizar con la lírica de las discográficas y hasta con el Colegio Andaluz de Dentistas, es el del automóvil. Recuperemos algunos de sus inolvidables hitos, viejos y nuevos, todos de gran cilindrada emocional: El poder de los sueños (Honda), El poder de sorprender (KIA), Solo hay un camino, ser los mejores (Nissan), Contigo al fin del mundo (Citroën), Deja que otros ladren (Opel) Respuesta segura (Volvo), Siempre mejor (Toyota) Fuerza dinámica (Peugeot Talbot), Empieza algo especial (Honda).

Comparados con los del mundo de la música popular, el motor, la banca o los gremios de estomatólogos los lemas producidos por la clase política han sido infinitamente mediocres, ocurrencias de aficionados, como comprobará quien se tome la molestia de repasar los eslóganes de campaña de los últimos cuarenta años. Incluso los más osados y recientes, como el Somos de extrema necesidad, de Vox, podrían ser usados para promocionar una marca de papel higiénico o de loza sanitaria. ¿Cuadro décadas de democracia para acabar engendrando tan penosos bodrios? Como dejó dicho Tony Judt antes de que empeorasen las cosas: «Algo va mal». Lo que bien podría ser el eslogan de los ridículos tiempos que vivimos.