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fascismo y antifascismo

fascismo y antifascismo

en septiembre de 1939 desfilaron conjuntamente las tropas soviéticas y alemanas en Brest-Litovsk. Sobre una improvisada tarima, el general Guderian y el comandante Krivoshéin presidieron el desfile que marcó el final de la invasión de Polonia. Nazis y soviéticos se felicitaron por la victoriosa campaña de expansión territorial: fascismo y antifascismo en cordial camaradería.

Fascismo y antifascismo, sus adjetivos y formas coloquiales, serán utilizados sin duda en la próxima batalla electoral. El señor Ródenas, concejal del Ayuntamiento de Gandia, ya ha comenzado a usar y abusar de esos términos en este diario. ¿Qué significan en realidad?

Fascismo deriva de la palabra fasces, que designa un haz de varas de madera atadas con una cinta que sujetan un hacha. Los fasces fueron el emblema de los cónsules de la antigua Roma y simbolizaban autoridad, poder y justicia, un significado que ha llegado hasta hoy; por ejemplo, aparecen fasces en el memorial del presidente Lincoln, en Washington.

Procedente del socialismo, Mussolini fundó en 1921 el Partido Nacional Fascista tomando el nombre y la simbología de los fasces romanos, dando forma a una nueva ideología revolucionaria que pronto adoptaría formas diversas en otros países. El antifascismo, con el que el señor Ródenas se identifica, surgió como reacción ante esa nueva ideología, pero no fue nunca un movimiento político homogéneo ya que, entre los que se opusieron al fascismo, hubo un amplio abanico de ideologías. Personalmente no tengo reparo en considerarme antifascista, porque no comparto su ideología, de la misma forma que me declaro anticomunista, antiesclavista y opuesto a otras ideas como la astrología, la homeopatía y la frenología.

El uso impropio de los términos fascismo y antifascismo es lamentable y se explica por la falta de cultura política, por desconocimiento de la historia o como táctica de manipulación propagandística al servicio de intereses electorales. Desconozco la etiología aplicable a nuestro regidor antifascista, pero lo suyo no es original, aunque llegue al absurdo de considerar la rebelión de las Germanías como un alzamiento antifascista y califique de antifascistas a los partidarios del archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión. Como probablemente no podía ser de otro modo, también condena al Estado español por fascista por su actuación en la crisis catalana y, de paso, a la totalidad de la derecha y centro político español.

No es novedoso el uso impropio de estas categorías. En 1944, cuando la II Guerra Mundial aún no había concluido, George Orwell (luchador contra el fascismo en España) en un artículo en la revista Tribune afirmó haber visto el adjetivo fascista aplicado a conservadores, socialistas, comunistas, trotskistas, católicos, pacifistas, defensores de la guerra y nacionalistas. A nivel coloquial el uso del término se extendía para referirse a la caza del zorro y las corridas de toros, a granjeros y comerciantes, a la homosexualidad, la astrología, las mujeres, los perros y personajes como Kipling o Gandhi -añadía Orwell- para concluir que la palabra fascismo carecía ya casi totalmente de significado (almost entirely meaningless). Lo mismo venía a decir S.G. Payne al afirmar que «fascista es el término del que más se abusa y su uso indica únicamente que, sea lo que sea a lo que haga referencia, desagrada al que lo pronuncia».

En 1936, pocos días antes de comenzar la Guerra Civil, José María Capsir escribía en su diario desde la Pobla del Duc que «a todo el que no es del Frente Popular lo llaman fascista, cuadre o no cuadre».

Capsir, que también fue concejal del Ayuntamiento de Gandia y autor de la letra del Himne a Gandia, reseñó la estrategia política de desacreditar al adversario atribuyéndole de forma impropia una categoría odiosa. Catalogar como fascistas o fachas a quienes no lo son, sigue siendo un deporte alucinatorio practicado por parte de la izquierda y por la derecha separatista. Si logran reducir el debate político al mero enfrentamiento entre fascismo y antifascismo, obtienen un relato simplista de la realidad en el que, dado el carácter repudiable del fascismo, quien se proclama antifascista adquiere una reconfortante y arrogante superioridad moral y se atribuye el papel de héroe, el rol de Capitán Trueno que cantaba la banda Asfalto: «Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno».

Es loable oponerse al fascismo, aunque ya sólo persista en forma «de grupos y cultos diminutos», pero definirse como antifascista para oponerse a todo el que no piensa como tú, además del narcisismo que implica, es una estratagema cínica. En la República Democrática de Alemania al muro de Berlín le llamaron cínicamente Muro de Protección Antifascista, aunque su objetivo era frenar la fuga masiva a occidente de la población sometida al comunismo.

Finalmente, acerca de la violencia (un elemento clave del fascismo), debe recordarse que una parte significativa del antifascismo tampoco le hizo ascos. El escritor Ilya Ehrenburg animaba brutalmente al ejército soviético: «Acaben con la bestia fascista? Apliquen fuerza y rompan el orgullo racial de esas mujeres alemanas. Tómenlas como su despojo legal ¡Maten, bravos soldados del Ejército Rojo!». Por eso me tranquiliza la afirmación final del señor Ródenas cuando manifiesta que «des de la no violència seguirem lluitant». Así sea.

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