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víctor soler en el lado oscuro

víctor soler en el lado oscuro

si algo caracteriza al PP en general, y al local en particular, es su capacidad para perseverar en el lado oscuro de la política a partir de fórmulas deplorables que combinan la irresponsabilidad, el desprecio a la inteligencia de los ciudadanos y la transformación del debate público en un lodazal en el que todos parezcan igualmente embarrados. Víctor Soler representa como pocos ese conjunto de características que conspiran contra la idea de ejemplaridad pública y por eso hace de la desfachatez un atributo de casta en virtud del cual se permite incluso darnos lecciones éticas, dictar pautas de conducta y disponerse a gobernar ciudades. Su partido, al parecer, está hecho de la misma pasta, y lejos de tender un cordón sanitario o poner en cuarentena a un político sobre quien, en relación con el 'caso Púnica', pesa un informe de la UCO de la Guardia Civil que le señala como presunto autor de delitos de fraude, cohecho y malversación de caudales públicos, le ha promocionado como candidato a alcalde.

Al elegir a Víctor Soler como cabeza de lista por el PP local, Isabel Bonig ha logrado que las elecciones de mayo no sean simplemente unos comicios municipales más, sino una prueba de esfuerzo cívico en la que se visualizará la altura moral de una ciudad, lo cual excede los límites del juego democrático porque su decisión incorpora una pedagogía perversa que nos invita a compartir. El mensaje implícito que ha lanzado a los gandienses Isabel Bonig es que confía en que exista una mayoría de ciudadanos lo bastante ingenua, desinformada o degradada como para votar por alguien investigado por la Guardia Civil, que además colaboró activamente en la ruina económica y política de la ciudad desde 2011 a 2015 sin asumir ni una sola responsabilidad.

El 28 de mayo no estaremos, pues, ante un repertorio de candidatos o partidos de ideologías distintas por los que podremos optar libremente, sino ante algo completamente nuevo: un plebiscito moral en el que el PP reivindicará lo manifiestamente impresentable como lo más deseable y virtuoso. Lejos de regenerarse, cuatro años después, el PP sigue bendiciendo el deleznable mandato de Torró respaldando a su sucesor.

La filosofía política se pronuncia pocas veces y con suma cautela sobre el «mal». Una de las escasas aproximaciones a ese concepto realizada desde las ciencias sociales es la de Salvador Giner, quien en su Sociología del mal intenta lidiar con esa noción de tan difícil encaje en la política o a la hora de analizar la estructura y el funcionamiento de las sociedades. El mundo no se divide -recuerda el conocido sociólogo catalán- en buenos (los racionales, los pacíficos, los democráticos) y malos (los fanáticos, los primitivos, los retrógrados, los corruptos). Para la sociología no existe el «mal» en abstracto pero sí «males» objetivables y detectables que, simplemente, son obvios. Giner, citando a Spinoza, se refiere a ellos como a «aquello que sabemos a ciencia cierta que impide que poseamos lo que es bueno». Pero incluso en un mundo en el que lo más evidente se encuentra a diario en entredicho, sabemos aún, a ciencia cierta, que no es bueno que en una democracia se engañe a los ciudadanos o se presente a políticos reprobables como a tipos intachables, como también sabemos que Bonig, al rechazar a otros candidatos más dignos de su partido y exhortarnos a votar a Soler como al alcalde que merece Gandia, está impidiendo que poseamos lo que es bueno, o puede serlo hasta que no se demuestre lo contrario.

En la vida pública, bueno es contar con políticos decentes, que den cuentas a la ciudadanía y asuman responsabilidades. Bueno es que la pedagogía de los partidos se corrobore con hechos. Bueno es no judicializar la política, no excitar el fanatismo o las bajas pasiones del electorado. Bueno es practicar la tolerancia y no mentir sistemáticamente, no hacer demagogia, no confundir a la gente que, después de todo, solo vota muy de vez en cuando. Bueno es no envenenar la convivencia. Bueno es no dilapidar el dinero público. Bueno es elegir a los políticos sobre supuestos de excelencia y competencia?

No es tan difícil saber qué es «bueno» para vivir en paz: lo enseñan en el colegio a los niños de seis años y no deberíamos tener en mucha consideración a quienes intentan convencernos de que en el mundo al revés será estupendo y de que lo que más nos conviene, después de lo malo conocido, es lo peor.

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