Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

FASCISMO ETERNO

FASCISMO ETERNO

P rotestan muchos últimamente por la banalización de la palabra «fascista», pero no son muy de fiar porque la mayoría son los mismos que se pasaron 40 años sin decir ni pío mientras la derecha post-franquista se presentaba como «liberal», banalizando esa ilustre palabra hasta dejarla para el arrastre.

Sobre los abusos realmente graves del lenguaje que falsean los hechos objetivos y se cuentan por decenas cada semana en las soflamas de las derechas patrióticas, los vigilantes de la pureza semántica tampoco abren la boca. No se les verá refunfuñar ante la calificación del PSOE como «partido inconstitucional» (en oposición al «constitucionalismo» de Vox) perpetrada por Aznar, ni clamar ante términos como «feminazi» o impacientarse ante expresiones cutres como «feminismo liberal», ni afear la conducta de quienes sostienen que la «violencia de género» no es tal cosa sino «violencia doméstica».

Aunque, como se ve, los campeones de la corrección verbal no son muy honestos, es cierto que la palabra «fascista» es todavía un término escurridizo que circula a la sombra del tabú, un problema no resuelto.

¿Cómo designar o reconocer a los auténticos fascistas? ¿O es que, como dicen los de la corrección verbal, solo existen en la fantasía de una izquierda empeñada en expresarse mal? Porque lo grave no es que Ada Colau llame «facha» a un militar de la guerra de Cuba (que es un problema de ignorancia que solo amenaza la reputación de Colau) sino que en España el debate público ofrezca menos garantías para detectar a los fascistas reales que para enmascararlos (que es un problema que amenaza al Estado de derecho).

En el ensayo Contra el fascismo, Umberto Eco aborda la cuestión con brillantez y agudeza. Vale la pena recordar brevemente las características que para el autor italiano están en la base del ur-fascismo, o fascismo eterno, propias de los regímenes de todos conocidos y de ciertas formas de pensamiento político que hoy resurgen.

Uno: El culto a la tradición.

Dos: La oposición a la modernidad. La Ilustración, la Edad de la Razón, se ven como el principio de la depravación moderna. El ur-fascismo puede definirse como «irracionalismo».

Tres: Ese irracionalismo nace del culto a la acción por la acción. Pensar es una forma de castración y, por tanto, al ser crítica, la cultura es sospechosa.

Cuatro: El rechazo al pensamiento crítico, que implica desacuerdos en los que se basa el progreso del conocimiento. Para el ur-fascismo, el desacuerdo es traición.

Cinco: El ur-fascismo explota el miedo a la diferencia. Su primer objetivo son los «intrusos», es racista por definición.

Seis: El ur-fascismo surge de la frustración individual y social e intenta persuadir a las clases medias frustradas por alguna crisis económica o humillación política.

Siete: A quienes carecen de una identidad social definida, el ur-fascismo les dice que su único privilegio es el más vulgar: haber nacido en el mismo país.

Ocho: Los seguidores del ur-fascismo deben sentirse humillados por la riqueza que ostentan sus enemigos y por su fuerza.

Nueve: Para el ur-fascismo no hay lucha por la vida sino más bien «vida para la lucha».

Diez: El elitismo es típico de toda ideología reaccionaria, al ser fundamentalmente aristocrático. Desprecio por los débiles. Predica el elitismo popular. Cada ciudadano ha nacido en el mejor pueblo del mundo.

Once: Culto al heroísmo como norma, estrechamente relacionado con el culto a la muerte. (Y aquí recuerda Eco el «¡Viva la muerte!», de triste memoria).

Doce: Como el heroísmo y la guerra son juegos no siempre asequibles, el ur-fascista proyecta su voluntad de poder a cuestiones sexuales. Ahí reside el origen del machismo, el desprecio hacia las mujeres y una condena intolerante de las costumbres sexuales no conformistas. Pero el sexo también es un juego arduo, por eso el héroe ur-fascista juega con las armas, que son su sucedáneo fálico.

Trece: Los individuos, en cuanto tales, no tienen derechos, y el «pueblo» se concibe como una entidad maciza que expresa una «voluntad común». Cuando un político siembra dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya «la voz del pueblo» se percibe el olor del ur-fascismo.

Catorce: El ur-fascismo habla la neolengua. Emplea un léxico pobre y una sintaxis elemental con las que intenta coartar el razonamiento complejo y crítico.

En Contra el fascismo, Umberto Eco advierte de que «el ur-fascismo está aún a nuestro alrededor, a veces vestido de paisano» y de que «puede volver todavía con las apariencias más inocentes». «Nuestro deber -recuerda el autor italiano- es desenmascararlo y apuntar con el índice a cada una de sus formas nuevas, todos los días, en todos los rincones del mundo», y concluye así: «Que este sea nuestro lema: no olvidemos».

Contra el fascismo es el texto, ahora recuperado, de una conferencia pronunciada por Eco en la Universidad de Columbia en 1995 en la que señaló con clarividencia un peligro hoy manifiesto.

Si muchos de los puntos antes citados encajan como un guante en el partido en el que todos estamos pensando deberíamos empezar a cumplir, como pedía Eco, con nuestra obligación de ciudadanos y a llamar por su nombre a los eternos fascistas.

Compartir el artículo

stats