Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Caridad y justicia social

e egún me anuncia Eduardo Mahíques, director de Cáritas Interparroquial, el pasado día 4 de mayo esta institución de ayuda a los necesitados celebró su 50 aniversario. Una buena ocasión para recordar cómo la caridad se convirtió en justicia social.

Las cartillas de racionamiento, que aparecieron después de la guerra incivil, fueron la primera caridad del gobierno, pero no lograron acabar con la terrible hambruna que, durante muchos años, asoló a España. Una legión de pobres, algunos de ellos mutilados de guerra en el cuerpo y en el alma, deambulaban por pueblos y ciudades pidiendo limosna para poder matar el hambre, antes que el hambre los matara a ellos. Afortunadamente el ángel invisible de la caridad y la solidaridad salvó a muchos de ellos.

En Gandia, entre las gentes que pedían limosna, estaban los gitanos de verde luna con sus guitarras y churumbeles. Al principio vivían bajo el Puente Viejo de Oliva y, poco a poco, acabaron instalándose junto a Santa Ana. Existía también un gran número de hombres, mujeres y niños, como los que aparecían en Viridiana, la película de Buñuel, que pedían por calles y casas. Y no faltaban los pobres vergonzantes que procuraban disimular su pobreza. Los más ancianos solían ingresar en la Beneficencia, fundada por Moran Roda y atendida por las hermanas Franciscanas. La institución siempre fue muy querida por los gandienses, que nunca dejaron de colaborar en su manutención. Hoy, el espíritu franciscano continua presente en la Safor en el Centro de Acogida San Francisco de Asís en Palma de Gandia, fundado por Julio Samper, José Ruiz y Guillermo Huguet. «Para vivir dentro de la fraternidad y practicar las obras de misericordia con los enfermos más pobres».

Volviendo en los años 50, algunas familias tenían su pobre particular al que entregaban un sobre con dinero todos los meses. Pero la mayoría de los pobres solían presentarse en las casas a la hora de comer. Sonaba el timbre y, al abrir la puerta, el pobre me decía:

-Una limosnita por el amor de Dios.

-Dale un pedazo de pan, decía mi madre. Y la abuela apostillaba: -Pero del de ayer. Yo cogía el mendrugo, lo besaba, como era costumbre, y se lo daba al pobre que, además de besarlo, me decía: -Dios se lo pague. Y mientras bajaba la escalera le oía murmurar: -Coño, en esta casa siempre me dan el pan duro.

Recuerdo también al pobre que perdió una mano en el frente de Teruel y llevaba un bote de hojalata atado al muñón para recoger la calderilla, que era lo que normalmente se daba a los pobres. Otro pobre que perdió las piernas pedía limosna metido en un cajón de madera con dos ruedas de bicicleta. Para atender a los niños más pequeños, la Sección Femenina de Falange creó el Auxilio Social, donde unas chicas con delantal blanco, que llevaba bordado el yugo y las flechas, se ocupaban de cuidar y alimentar a la tierna infancia del proletariado. Los domingos, al comprar la entrada para el cine, era obligado pagar 25 céntimos para el Auxilio Social.

Por entonces ya funcionaba el Secretariado de Caridad creado por Acción Católica. Allí estaban, entre otras personas, Amparito Aragonés, Carmen Bolta, Elisa Miret, Gela, el notario Antonio Pons, Mario Azara y Miguel Zacarés, fundador del Preventorio.

En el antiguo Correos de la calle Duque Carlos, donde hoy está Cáritas Interparroquial, había un ropero de las Damas de San Vicente de Paúl, donde se recogía la ropa vieja, y allí acudían los pobres, como si fuera el Corte Inglés, para renovar el vestuario. En la capilla de La Asunción, en la calle de la Cofradía, cerca de la Colegiata, funcionaba una especie de farmacia, con medicinas que donaban médicos, farmacéuticos y particulares, que como hoy ocurre eran muy aficionados a guardar las medicinas.

Desde Argentina, el gobierno de Perón mandó varios barcos cargados de trigo. Al frente de ellos vino Evita Perón, como una diosa Ceres, para dar de comer pan a los hambrientos españolitos. Nos llegó también la ayuda americana, pero no fue el famoso Plan Marshall, que repartió millones de dólares por toda Europa. Aquí solo fue una limosna de leche en polvo y mantequilla, que el gobierno repartió entre los famélicos niños de las escuelas nacionales después de cantar el Cara al Sol.

Cada parroquia tenía su Cáritas particular, donde hacía la caridad por su cuenta, pero con el paso del tiempo comenzó a cambiar el concepto de caridad por la de Justicia Social. Fue entonces cuando don Miguel Zacarés, un santo varón, me dijo que debería ponerse en marcha una Cáritas Interparroquial que sería mucho más práctica y efectiva. Y sin comerlo ni beberlo, recibí del Arzobispado el nombramiento de director de Cáritas Interparroquial. Y con la ayuda de José Arbona, Andrés Escrivá, Carmen Fuster y José Matoses, abrimos la oficina en la entrada de la Iglesia del Beato. Allí se hacían vales de comida, vales a transeúntes, incluso había varios médicos amigos que atendían gratuitamente a las personas que mandábamos desde Cáritas. Y sobre todo, comenzó a publicarse un boletín titulado Las Cuentas Claras, dando cuenta de cómo se empleaba el dinero que se recibía.

Me cuenta Begoña del Prado, encargada de comunicación de Cáritas Interparroquial de Gandía, que hoy atiende a más de 2.500 personas al año y desarrolla hasta siete programas: formación de voluntariado; sensibilización y comunicación; personas sin hogar; formación y empleo; inmigración; intervención sociocomunitaria y acompañamiento a mayores.

Tras la acogida de la persona, no solo se atienden las necesidades más básicas si no que se abarcan distintas dimensiones de la persona para la adquisición de conocimientos, la dimensión social, refuerzo personal, el entorno laboral, así como la formación profesional específica.

La acción de la entidad es posible gracias a la participación de 174 voluntarios y 17 trabajadores que desarrollan su actividad en los diferentes programas. También gracias a la colaboración de socios y empresas que confían en la labor de Cáritas Gandia.

Actualmente, uno de los referentes de Cáritas Gandia es el Centro de Atención Integral (CAI), para personas sin hogar. Se trata de un verdadero «gestor de oportunidades», ya que en un mismo espacio confluyen un Centro de Día y una residencia temporal donde se desarrollan diferentes itinerarios de inserción socio-laboral.

Compartir el artículo

stats