en enero de 2005, en el Congreso de los Diputados, Enric Marco narró su experiencia en el KZ Flossenbürg, un campo de concentración nazi ubicado cerca de la pequeña ciudad bávara del mismo nombre, en el que perdieron la vida no menos de 30.000 personas. Meses después de su testimonio se descubrió que Marco no había estado en ningún Konzentrationlager. No fue ni víctima ni héroe, sino simplemente un impostor que mintió en busca de reconocimiento, influencia y reparación.

Daniele Giglioli afirmaba que «la víctima se ha convertido en el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima». Además, ser víctima «inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. ¿Cómo podría la víctima ser culpable o responsable de algo? La víctima no ha hecho, le han hecho; no actúa, padece».

Giglioli no critica a las víctimas reales, que inspiran compasión y solicitan solidaridad y ayuda, sino a la ideología de la victimización, que persigue cuotas de poder induciendo a personas y colectivos a que se imaginen y se sientan como víctimas.

La víctima sufre un daño o incluso la muerte a causa de una acción, sea por culpa de otra persona o por fuerza mayor. No hay víctima sin daño, real o virtual, y no hay daño sin victimario, sin alguien que cause el daño, por odio, ambición, locura, venganza, codicia o por la simple banalidad del mal de la que habló Hannah Arendt, «la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes».

El victimista se disfraza consciente o inconscientemente de víctima, se imagina un daño y busca a los culpables; descarga su propia responsabilidad en otros o en las circunstancias. El mecanismo de la victimización suele partir de percepciones reales, de retazos de realidad amplificados y desfigurados, que estimulan a asumir la identidad de víctima. Una vez adoptada la condición de víctima, ya se puede reclamar las ventajas de ese estatus privilegiado: reconocimiento, protección, compensación, autoridad moral, inmunidad?

La victimización implica identificar a un enemigo: un concepto, un grupo de individuos o ambos a la vez. Hay ejemplos en nuestro entorno de la ideología de la victimización, una máquina de poder que promueve el victimismo para movilizar adeptos; una eficaz herramienta utilizada especialmente por radicales y populistas.

La derecha radical quiere que nos imaginemos como víctimas de la inmigración que nos quita puestos de trabajo y vive de nuestros impuestos. El feminismo radical quiere que las mujeres se consideren víctimas del heteropatriarcado capitalista que las oprime y subyuga. La izquierda populista quiere que nos sintamos víctimas del sistema. El independentismo busca convertir a sus conciudadanos en víctimas de una España que les roba y humilla?

Todos buscan alimentar una identidad, generar un resentimiento, promover el miedo a un victimario imaginado: los inmigrantes, los hombres, los españoles, esas «bestias con forma humana» según Torra. Quien se imagina como víctima comienza a transformarse en masa irresponsable, en menor de edad, en palmero del líder, en uno más de esas multitudes de descamisados a los que arengaba Evita Perón, a quien, por cierto, vestía Christian Dior.

La herida más profunda de la victimización, según Christopher Lasch, es que afrontamos la vida «no como sujetos éticos activos, sino solo como víctimas pasivas, y la protesta política degenera entonces en un lloriqueo de autoconmiseración».

Como escribió Manuel Cruz en referencia al victimismo independentista, «el cobro de todas las deudas acumuladas en el pasado no es un proyecto político: es, si acaso, la utopía del resentimiento».

Desgraciadamente las víctimas reales quedan como trágicos Wallys, ocultos entre multitudes de víctimas imaginarias que reclaman constantemente atención, reparación y solidaridad. Quedan silenciadas por una sociedad concentrada en sus carencias de identidad, que se refugia en el victimismo lacrimógeno para eludir sus responsabilidades. Quedan mudas, como la imagen del Cordero de Dios del profeta Isaías pintada por Zurbarán que ilustra el libro de Giglioli: «como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca».

El pasado Domingo de Resurrección morían en Sri Lanka varios centenares de personas, la mayoría en la iglesia de San Sebastián, durante la celebración de la Pascua. Víctimas reales e ignoradas que no son noticia ni reclaman minutos de silencio ni manifestaciones. Víctimas lejanas y silenciadas del hambre y de guerras de las que nadie habla, y también víctimas cercanas, como las del narcotráfico, que parece ya no interesar. Víctimas reales que nuestra sociedad ensimismada y eurocentrista, ocupada en su propia victimización, prefiere ignorar.