La campaña electoral ha singularizado tanto a los partidos que se ha pasado por alto un dato significativo, ni siquiera insinuado en los discursos de las últimas dos semanas, y es este: que las elecciones de hoy no se celebran únicamente entre formaciones rivales o entre los bloques de izquierdas y derechas, sino entre grupos sociales cuyo sentido de la realidad es diametralmente opuesto. Es muy difícil argumentar que esa profunda divergencia responda simplemente a razones ideológicas o de fidelidad partidista si se tienen en cuenta las especiales circunstancias políticas que han rodeado a la ciudad desde hace más de una década, cuando el PP todavía se encontraba en la oposición.

Los populares llegaron al gobierno en 2011 tras lograr la mayoría absoluta y durante los cuatro años siguientes llevaron a cabo una serie de políticas que hicieron del alcalde una figura conocida en los medios de comunicación nacionales por razones siempre polémicas. Los populares heredaron una situación económica muy delicada que lejos de reconducir empeoraron considerablemente. No recordaremos ahora, pues hoy no debemos hacerlo, los graves problemas que rodearon ese mandato. Pese a todo, en 2015 el PP se quedó a un solo concejal de revalidar la mayoría absoluta, y, como ya sabemos, el voto de Cs (Ciro Palmer) fue el que finalmente hizo posible un pacto de gobierno entre PSOE-PSPV y Més Gandia.

El bipartito destapó más escándalos del ejecutivo anterior (que tampoco enumeraremos) hasta entonces ocultos. Presionado desde Valencia el exalcalde se apartó de la primera línea política y dejó el liderazgo del partido en manos de Víctor Soler, quien al año siguiente se vio involucrado en el caso Púnica, noticia de nuevo recogida por los medios nacionales. A lo largo del mandato que ahora concluye, el bipartito ha enjugado la deuda municipal aflojando el yugo de la intervención económica del Ministerio de Hacienda. Sin embargo, defenestrado Palmer, Cs se ha convertido en un partido sin grandes diferencias de fondo con el PP y, a juzgar por los resultados de las elecciones autonómicas y generales de hace un mes, la irrupción de Vox en el consistorio podría ser posible esta noche. Se da por sentado que esos tres partidos llegarán a acuerdos si suman para gobernar.

Es preciso subrayar que estos datos, expuestos muy a grandes rasgos, hacen de la ciudad un «caso» excepcional que no podrá resolverse esta noche en términos de victoria y derrota, pues, salvo sorpresas, todo hace pensar que el triunfo del bloque de derechas o de izquierdas se obtendrá por un estrecho margen. Esto significa que las dificultades para alcanzar ese «futuro» que todas las formaciones que compiten hoy por gobernarnos dicen perseguir en beneficio de los ciudadanos serán enormes.

Porque mientras las políticas de unos partidos se realizan en la órbita de la realidad (o asumiendo los hechos) otros consideran que esa década larga intensamente problemática que ha desatado innumerables complicaciones, graves déficits institucionales y se ha caracterizado por la negación de las evidencias más palmarias, es en conjunto reivindicable. Y muchos votantes piensan lo mismo, se identifican con esa forma de entender la realidad, con esos valores o con otros aún más extremos.

Hoy veremos hacia dónde se dirige una ciudad que, al parecer, no solo en fallas, muestra tan extraña inclinación a jugar con fuego.