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llamando al señor lobo

los fans de Tarantino o quienes hayan visto Pulp Fiction recordarán a uno de sus personajes, el Señor Lobo, magistralmente interpretado por Havey Keitel. El Señor Lobo es un tipo sofisticado que se ocupa de solucionar problemas graves e imprevistos en tiempo récord. De modo que cuando dos asesinos a sueldo, Vincent Vega y Jules Winnfield ( John Travolta y Samuel L. Jackson), a bordo de un Chevrolet Nova, le vuelan accidentalmente la cabeza a un jovenzuelo que habían secuestrado y dejan el interior del coche y sus propios trajes hechos un asco, recurren a él, al Señor Lobo, que sabe qué hay que hacer en esos casos.

El Señor Lobo reúne un conjunto de cualidades muy apreciadas en el mundo del crimen, en las escuelas de negocios y, teóricamente, en la política: capacidad de liderazgo, imaginación, realismo, eficacia, empatía y nervios templados. El personaje de Tarantino se presenta así: «Soy el Señor Lobo, soluciono problemas. Vayamos al grano». Algo que, de entrada, da seguridad.

Si superponemos esas conocidas secuencias de Pulp Fiction a las escenas del segundo fracaso del pacto de gobierno entre el PSOE y Podemos (que han dejado las expectativas de sus votantes en un estado parecido al del Chevrolet de la película) se ve enseguida que lo que no encaja es la realidad.

La incapacidad de «ir al grano» de esos dos partidos quizás se enmascare en forma de pacto in extremis (con gobierno de coalición o no) para evitar una convocatoria electoral que trituraría a la izquierda, condenándola a un ostracismo parlamentario de larga duración.

Pero si un acuerdo agónico es una necesidad forzosa para evitar desastres cantados, a estas alturas del espectáculo será muy difícil distinguirlo de un apaño que difícilmente puede dar garantías de estabilidad a un futuro ejecutivo. Sobre ese escenario planea la sombra de la incertidumbre como única evidencia, y bien podría atribuirse ya a Pablo Iglesias aquella observación de Tayllerand ahora proyectada directamente sobre Pedro Sánchez: «Doy mala suerte a los gobiernos de los que no formo parte».

Seguramente los estrategas y negociadores del PSOE y de Podemos confían en que, en una semana o dos, la aceleración de la política borre de la memoria del público la sensación de vergüenza ajena que hoy experimenta, lo que todavía les daría la posibilidad de transformar los aspavientos y reproches mutuos en una simpática foto de familia. Pronto se verá si están o no en lo cierto, porque hoy solo sabemos que cuando las dos formaciones entran en contacto, no son capaces de arreglar problemas. Ni siquiera han conseguido establecer un protocolo para negociar a puerta cerrada que, desde la discreción, evitase situaciones ridículas y un deterioro mutuo que únicamente beneficia a sus adversarios políticos. Pero sobre todo ha sido la gestión del tiempo la que PSOE y Podemos han despilfarrado como si la esperanza de vida de sus votantes fuese de 200 años y sus problemas exigiesen grandes dosis de pachorra.

Noventa días gastados para nada remiten de nuevo al Señor Lobo y a una de sus frases más famosas: «Estoy a treinta minutos de ahí. Llegaré dentro de diez». A día de hoy parece que los partidos de izquierda no vayan a llegar nunca. Quizás deberían zambullirse en la ficción para darse un baño de realidad, pues, como decía Paul Valéry, no hay poder político que aguante un solo día sin recurrir a «fuerzas ficticias». Quizás deberían llamar urgentemente al Señor Lobo.

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