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A toda plana

Tahúres del misisipi

Tahúres del misisipi

En la timba del Congreso de los Diputados, mientras los dos leones de bronce bostezan viendo pasar el tiempo, Santiago Abascal, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pedro Sánchez, los tahúres del Misisipi, como llamó Alfonso Guerra a Adolfo Suárez, siguen jugando su interminable partida de póker que aburre hasta las ovejas.

Abascal defiende su derecho a entrar en la partida, pero Rivera le pone un cordón sanitario diciéndole que es un facha. Mientras, Casado procura templar gaitas diciéndoles que España Suma. Por su parte, Iglesias, que todavía desconoce lo que le prepara Errejón, pide tres ministerios a Sánchez. El Presidente en funciones, que se cree las encuestas que le entrega Tezanos, sonríe displicente y dice que No es No.

La partida se hace eterna y los jugadores actúan como trileros, se engañan entre ellos, discuten, se desprecian, se vetan, se descalifican y recurren a todas las malas artes y chalaneos para que nadie gane la partida. Ni siquiera tienen la altura de miras de una Gran Coalición, como en Alemania, porque no les importa el bien de la nación.

Llevamos varios meses soportando el deplorable espectáculo que ofrece la clase política española para negociar el Gobierno de la nación, pero es inútil. Su egoísmo partidista no les permite llegar a acuerdos y nos conducen a nuevas elecciones.

El pasado domingo 22 de septiembre, el periódico El País decía que «el 90% de los españoles están hartos de la política». El periódico El Mundo publicaba en portada. «Este periodo de crisis ha costado 200.000 puestos de trabajo, mientras vamos hacia unas elecciones que costarán 140 millones de euros». Ese mismo día la prensa extranjera señala que «España está viviendo un clima de tensión e inestabilidad». A pesar de todo, los partidos van a sus intereses, a sus cargos y todas las prebendas que les proporciona una ley de partidos que sería hora de revisar.

Me resulta difícil comprender cómo el cerebro de los votantes decide sobre la conveniencia de votar a uno o a otro partido político, dado que todos los partidos son simples estructuras de poder, en el que los Reyes de la baraja hacen y deshacen a voluntad. Véase a Abascal, Casado, Iglesias, Rivera, Sánchez? como lo han demostrado en esta interminable partida de póker.

Tampoco comprendo que las personas voten con una Ley Electoral que no respeta el principio sacrosanto de la democracia, «un hombre un voto», y deja la cantidad de votos en función del territorio. Además, me maravilla que crean que un partido político va a solucionarles sus problemas, cuando todavía no existe una auténtica separación de poderes y tantas disparidades entre las autonomías.

A la vista del comportamiento de los políticos pienso que votar a cualquiera de ellos debe ser consecuencia de un trastorno mental transitorio. Este trastorno suele prolongarse durante toda la vida en aquellos «fieles devotos» que, pese a la corrupción, siguen votándole llevados por su ideología.

Según Ortega y Gasset, si entendemos la ideología como el conjunto de conocimientos e ideas que conforman las creencias y las opiniones del sujeto, tendremos que admitir que la ideología de las personas que no conocen la historia ni han leído a los grandes filósofos y pensadores, será una ideología elemental. Pero si además profesan la ideología simplona de la derecha o de la izquierda que predican los partidos políticos, sus ideas serán siempre empobrecedoras, tanto porque anulan el librepensamiento del individuo como por el dogmatismo de los dirigentes políticos, de natural sectarios.

«Ser de izquierda es, como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un gañán: Ambas, en efecto, son normas de la Hemiplejia Moral ?». Con este neologismo, Ortega critica a las personas que autodeterminándose dentro de la derecha o la izquierda, políticamente hablando, son incapaces de pensar por sí mismas de una manera libre. Dice Ortega que son iguales a las personas que padecen la parálisis motora en la mitad de su cuerpo, conocida por hemiplejia. Y ya no sólo como una limitación del pensamiento, sino visto desde una perspectiva de la filosofía.

El hombre, asegura Ortega y Gasset, no debe centrar la visión de su vida o de sus actos desde la óptica de la política, sino desde la filosofía, desde su propia filosofía, aprendida en libertad, que es donde residen los verdaderos conocimientos del pensamiento humano.

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