Apenas iniciado el nuevo mandato, resulta preocupante advertir que el PP local sigue instalado en las mismas retóricas de oposición con las que perdió las pasadas elecciones municipales. La reproducción de un argumentario tan poco realista como de escaso interés público (al presunto desplome del turismo y la espantosa suciedad de las calles se han sumado las censuras al funcionamiento del servicio de recogida de animales y la financiación del festival Pirata Rock) demuestra que continúa hipertrofiando su visión de la vida municipal.

Lo cierto es que el turismo no se desploma, las calles no se encuentran en peor estado que en abril, el servicio de recogida de animales está sometido a procedimientos legales y la financiación del Pirata Rock (18.000 euros) es más que discreta.

El nuevo mandato, que terminará en 2023, debería ser, en muchos sentidos, un periodo pedagógico. Esto compromete sobre todo al nuevo gobierno de la ciudad, que deberá mostrarse a la altura de la confianza depositada en él por la mayoría de los ciudadanos. La tarea pedagógica, ya emprendida durante el mandato anterior, consiste en consolidar o, mejor dicho, en recuperar (pues Gandia ha sido tradicionalmente una ciudad de gobiernos pactados) un clima de estabilidad política y de confianza de los ciudadanos en sus instituciones. En una ciudad normal esto se da por supuesto. Pero durante demasiados años hemos sido cualquier cosa menos una ciudad normal.

En lo que concierne a la oposición del PP, si la recuperación de la normalidad institucional pasa por olvidar, al menos formalmente (y esto también es pedagogía) ciertos aspectos del pasado político de sus dirigentes y hacer, como aconsejaba Max Weber, borrón y cuenta nueva, no ayuda mucho a lograr esa necesaria puesta al día que el líder popular y su partido sigan anclados estratégicamente a ese mismo pasado.

En la política española existe una idea muy extendida sobre la forma de hacer oposición que parte de supuestos falsos: creer que siempre hay que ser más contundente que inteligente o sutil, o proactivo, aun a costa de los hechos, porque eso da votos es aún muy corriente, aunque no sea muy realista ni lo que esperan los ciudadanos del tono del debate público. Las estrategias de denuncia y descalificación permanente de los adversarios políticos no pueden convertirse en un recurso habitual sin adquirir, por su propia reiteración, tintes demagógicos. ¿Qué sentido tiene, a casi cuatro años de la próxima convocatoria electoral, que el PP gandiense copie del partido nacional el guion de una oposición siempre alterada, ansiosa, atropellada? Estamos hartos de ver (y no es un secreto que ese hábito se produce mucho más en las derechas españolas, y no digamos ya en las valencianas) cómo el debate público se arrastra por las alcantarillas de la falacia, el enredo y la bronca, o se construye sobre acusaciones gratuitas que con frecuencia llegan (como ha demostrado esta semana la presidenta de la Comunidad Autonómica Madrid) a las insidias más deplorables. Esto, simplemente, no se produce en otras democracias de más largo recorrido porque rebajar el debate político a tan pobrísimos niveles resulta muy costoso.

El despilfarro del tiempo en el que tanto incurre la clase política española también debería empezar a pagarse en las urnas. Perder el tiempo, como el PP local, en idas y venidas, en conferencias de prensa que no van a ningún lado para atraer la atención mediática es lo mismo que escenificar el vacío cuando no se tiene nada o muy poco que decir. El deber de la oposición es fiscalizar al gobierno, pero esa tarea no podrá cumplirla adecuadamente el PP de Gandia siendo solo una pequeña terminal del aparato del partido o imitando sus peores rutinas.