e l apoyo al proyecto 'gran simio' se aprobó en la comisión de Medio Ambiente en el Parlamento Español en el mes de septiembre de 2005».

El doctor Fernando Fernández y Fernández, nacido en Armagasilla de Alba, alto, flaco y escuchimizado como don Quijote, era un empedernido defensor de las propiedades medicinales del Anís del Mono para curar todo tipo de enfermedades. En su lujosa consulta de Madrid tenía un gran retrato de la etiqueta del célebre anís colgada en el despacho, y tanta fue la influencia que el mono ejerció sobre él que, tras la lectura de Gorilas en la Niebla, decidió trasladarse al Congo junto a la doctora Dian Fossey, una zoóloga estadounidense reconocida por su labor científica y conservacionista con los gorilas, considerada como una de las primeras primatólogas del mundo. Con ella el doctor Fernández observó a los primates en su hábitat natural y fue consciente de la importancia del estudio de los gorilas para comprender la evolución humana. Ahora sólo faltaba estudiar su comportamiento en el ámbito urbano.

Volvió de África con la idea de que los simios estaban muy cerca de los seres humanos y, por tanto, debían tener los mismos derechos que las personas, y para ello decidió poner en marcha el Proyecto Gran Simio.

En el semisótano de su casa de Madrid habilitó un espacio para educar a un gorila. El director del zoológico le procuró al más aventajado de su especie, un gorila joven, muy habilidoso, llamado Dorito. Contrató los servicios de la señorita Kathy, célebre domadora de fieras del circo Price y comenzaron el programa de rehabilitación y entrenamiento en la nueva vivienda del primate, dotada de dormitorio, baño, comedor y despacho.

Apenas seis meses después el gorila Dorito comenzó a comer con cuchara sentado a la mesa, dormía en la cama, hacía sus necesidades en el váter, e incluso aprendió a ponerse camisa, pantalones y chaqueta. A la vista de los excelentes resultados, el doctor Fernández comenzó a mover los hilos de la política para lograr que se les reconocieran los derechos humanos a los gorilas, simios, chimpancés y demás primates.

El presidente del Gobierno escuchó al doctor Fernández con mucho interés, mientras saboreaban unas copas de Anís del Mono. El doctor le aseguró que los primates sabrían elegir el color de las papeletas. Entonces, el Presidente, pensando que la gran familia de los simios podría aportarle un buen número de votos para su partido, decidió apoyar el proyecto.

La clase de música era una de las que más gustaba a Dorito. Kathy le trajo un bongo que en pocos días comenzó a tocar con gran sentido del ritmo. La domadora también empleaba un tocadiscos y, un buen día, decidió enseñarle unos pasos de baile con la música de Los Panchos. Comenzaron a bailar juntos Bésame, bésame mucho. El simio estaba feliz mirando fijamente a los ojos de Kathy y comenzó a babear de placer. La domadora notó que se aceleraba el pulso de Dorito y se acercaba cada vez más a ella. Hasta que de pronto, Dorito la tumbó sobre la mesa del despacho.

-¡No, no, estate quieto!, gritó Kathy horrorizada al notar los genitales del simio sobre sus bragas. Dorito babeaba cada vez más sobre su boca y, entonces, la mano de Kathy tomó unas tijeras que había sobre la mesa y las clavó con todas sus fuerzas en la espalda del gorila. Fue una escena idéntica a la de la película Crimen Perfecto, de Alfred Hitchcock.

Cuando el doctor Fernández entró en el despacho estuvo a punto de desmayarse. El simio estaba muerto en el suelo, y la domadora sentada sobre la mesa con la blusa desgarrada, dijo con los ojos espantados por el horror.

-Fue en defensa propia, doctor.

-Lo comprendo Kathy. Le sirvió una copita de Anís del Mono para tranquilizarla y añadió:

-Esto demuestra que los gorilas son como los hombres. Y es un claro ejemplo de la violencia de género. Por tanto, tendremos que mantenerlo en secreto por el bien del proyecto.

La comparecencia de Dorito en el Congreso de los Diputados estaba prevista para el jueves de la próxima semana. Para sustituirlo, el doctor Fernández compró en Casa Cornejo un disfraz de gorila de los que se usaban en las películas y contrató a un actor advirtiéndole que no debía hablar y limitarse sólo a saludar con la mano. Lo vistieron con una gabardina blanca y un sombreo al estilo de Humphrey Bogart. Y, al llegar el jueves, en compañía del doctor Fernández, se dirigieron al Congreso de los Diputados.

Políticos, periodistas y hujieres quedaron admirados por el buen porte de aquel gorila, que no cesaba de sonreír y saludar moviendo las manos. La Presidenta del Congreso anunció:

-El doctor Fernández tiene la palabra.

Subió a la tribuna de oradores acompañado por el simio y comenzó a explicar los trabajos de la doctora Dian Fossey sobre los orangutanes, gorilas y chimpancés? De pronto, el actor que se ocultaba bajo el disfraz del gorila quiso aprovechar aquel momento irrepetible y arrebatándole el micrófono al doctor Fernández dijo con voz impostada.

-Señorías, el reconocimiento de los derechos humanos de los primates como yo supondrá un gran triunfo para los progresistas.

Impresionados al oír hablar a un gorila, se produjo un silencio sepulcral, pero, al momento, la bancada del gobierno comenzó a aplaudir al simio, al tiempo que la oposición gritaba ¡Tongo, tongo! ¡Es un impostor!

En la tribuna de prensa, Francisco Umbral comentó con sorna a sus compañeros: -Habrá que ir pensando en votar a los primates en las próximas elecciones.