Majestad, desde la más humilde de las opiniones quiero escribirte esta carta. Soy fiel defensor de tu persona, de tu figura y de todo lo que representas. Me declaro monárquico convencido. Respeto, por supuesto, a todos aquellos que defienden otra forma de organización de estado, como la República. Para mí, y repito, desde la más humilde de las opiniones, no veo a ningún español más formado para ser Jefe del Estado que a tu hijo, nuestro Rey Felipe VI, formado en todos los campos que deben de ocupar a un Jefe de Estado.

Cuando uno llega a presidente de una República, lo hace por votación y, por supuesto, no está para nada demostrado que tenga un perfil de Estado. Se le supone, y a partir de ahí, se forma como tal. Por eso creo que un hombre formado desde la niñez puede defender y gestionar los valores y los intereses del pueblo mejor que uno llegado por su sonrisa, por pactos o porque pasaba por allí. Esta es mi propia explicación y convicción de por qué creo mejor que nos represente la figura de un Rey que un mortal político.

Eres un valor incalculable para esta joven democracia. Tu papel en la transición de la dictadura es innegable. Tu intervención durante el intento de golpe de estado, irreprochable, tu apoyo a la unidad de Europa envidiable y tus acciones diplomáticas con América Latina, el mundo árabe y otros, de diez y medio.

Ahora bien Majestad, dentro de esta confianza y respeto que he depositado en tu persona, no todo vale. Tú también representas mi bandera, los valores de mi país, la unión de la piel de toro. Representas a la corona, que es mucho más que un trozo circular de metal y piedras. Es la institución que ampara al primero de los españoles, al número uno, al que se le quiere, se le admira y se le respeta. Pero lo dicho Majestad, no todo vale. Tú mejor que nadie sabes que has caído en el peor de los pecados, la mentira, la codicia y la deslealtad a tu pueblo. Tú, como Rey, tienes más privilegios que nadie, pero también tú como Rey, se te pedirán exigencias como a nadie. Por eso, la formación en tu figura es clave para que no caigas en los comunes errores de los que formamos el mundo mundano. A ti no se te va a justificar y perdonar, como a los Pujols, o los de los EREs de Andalucía, o a Bárcenas. Contigo no va a ver complacencia, como a los Jordi o Junqueras. No, contigo va a ser diferente. Algunos, no todos, contrarios a lo que representas, te van a quitar de plazas y salones como ya lo están haciendo, te van a arrastrar por periódicos, radio y televisión hasta desparramar tus vísceras con el fin de hundir todo y a todos los que representas.

¿Majestad, por qué? Lo tenías todo, nos tenías contigo. Fieles e incondicionales a tu persona, a tu familia. No me vale que otra vez pidas perdón. Has manchado la imagen de tu familia, has conseguido que tu hijo te repudie y eso, como padre, te habrá dolido en lo más profundo de tu alma. Ahora esos, los que mal te quieren, van a aprovechar cualquier excusa para salpicar a la institución que hoy representa tu hijo el Rey Felipe VI, intachable y fiel servidor de España como nadie.

Majestad, ¿ahora qué? ¿Exilio, retirada de títulos y prebendas? No Majestad, ahora toca acabar esta carrera con la honra y dignidad que podamos salvar, sin miedos y de pie, como lo harían los grandes guerreros de la historia. Majestad, te precede un linaje de valientes, de defensores a ultranza de los valores que han forjado esta gran patria llamada España. Ahora más que nunca te toca demostrar que eres portador de ese testigo que has pasado a tu hijo y él pasará a tu nieta.

Ahora más que nunca quiero ver al Rey que quiero, al que nos ha conducido a la democracia, al que a pesar de los pesares, admiro. Al que ha presidido las Cortes, el Senado, Ayuntamientos y Colegios. Ahora, Majestad, por España, por su honor y por lo que representa, ha llegado la hora. Despídase.