Ha anochecido. El calor es insoportable y decido salir al porche con la tata para tomar el fresco. El jazmín y el galán de noche se funden en un perfume delicioso y antiguo, como el que envolvería a los personajes de esta novela en los inolvidables veranos que vivieron en esta Casona. Hay luna llena y espero ver cómo impacta en su cara redonda el cohete de la película de George Méliès Viaje a la Luna.

La tata Ramona, sentada a mi lado, mira al cielo intentando descifrar el parpadeo de las estrellas.

- Tu madre decía que los muertos viven en las estrellas. Hace una pausa y añade, cambiando el registro de voz: - Mira, en aquella a la derecha de la palmera, viven tus padres. Y en la que está a la izquierda, esa que brilla tanto, está tu hermano Santi con su novia Helga, la hija de los Bawer, que se suicidó. Y en esa de color azulado que se ve sobre el pino, viven tus cuatro bisabuelos.

- Anda, anda. Deja en paz a los muertos. ¿Sabes lo que estoy pensando?

-De ti se puede esperar cualquier cosa.

-Me gustaría reunir aquí a los personajes de la novela.

-¡Qué fantasiosa eres! La mayoría ya están muertos.

-Pero los muertos dejaron descendientes y sería divertido reunir a mis primos junto a los hijos de los representantes, que eran como de la familia. Pero tú tendrás que ayudarme a localizarlos.

-¿Y qué no haría yo por mi niña? Anda, coge un lápiz y vamos a hacer la lista. Empecemos por los hermanos de tu padre. Juan murió soltero. Queda Vicente y su mujer Elisabeth, la inglesa.

-Esos son muy mayores. Yo invitaría a su hijo Evarist.

-Ese Evarist lleva toda la vida en Inglaterra. Creo que es militar.

-Les pediré el teléfono a los tíos y le llamaré. Ya tenemos uno.

-Ahora veamos a los tíos de Almoines, los primos de tu madre. Julián, el mayor, no tuvo hijos. Luis, el que fue presidente del sindicato, es el padre de tu prima Berta, que está casada con Pier, el hijo de los Haagsman.

-Pues ya tenemos tres.

-Ahora quedan los hijos de tía Manola.

-Yo solo conozco a Adrián que se hizo Jesuita y está de misionero en África.

-Hay otro que tú no conoces porque lo depositaron en la inclusa.

-¿Pero qué me estás diciendo?

-Ya te lo explicaré. Se llama Daniel, es abogado y vive en Barcelona. No te será difícil localizarlo, además se parece mucho a Burt Lancaster.

¿Y qué me dices de los representantes extranjeros?

-Con tu primo Evarist y el marido de Berta, tienes a los de Inglaterra y Holanda. El de Rusia, Leónidas Belinsky, no tenía familia. Murió en el bombardeo de Varsovia.

-Me faltan los de Francia y Alemania.

-Los descendientes de monsieur Bastien y la señora Juanita emigraron a Argelia. De los Bawer no queda nadie porque Helga se suicidó tras la muerte de tu hermano.

-Ahora sólo falta mister Ekberg, el representante de Suecia. Recuerdo que tenía una hija que trabajaba con él.

-Esa nunca vino por aquí. Dicen que estaba medio loca.

-De todos modos, buscaré el teléfono entre los papeles de Ekberg And Son y la llamaré.

-La tata frunció el ceño. Se puso en pie y antes de retirarse, me dijo:

-Creo que no deberías llamarla. Parece que tuvieron algún problema de dinero porque tu padre tuvo que viajar varias veces a Estocolmo para solucionarlo.

-Aquella noche, entre sueños, oí la voz de mi madre que me decía: Todavía no he podido encontrar a tu padre en este cielo de los bienaventurados. Si averiguas algo de él, díselo al padre Vasconcelos que ya sabe cómo comunicarse conmigo.

¿Sería posible que mi padre no hubiera muerto?

A media mañana, tomé la lista y comencé por llamar a Ámsterdam a mi prima Berta, casada con el hijo de los Haagsma. Le hizo mucha ilusión volver a la Casona donde a los 17 años se enamoró de Pier.

La siguiente llamada fue a Castellón, a la casa de tío Vicente, para hablar con su mujer. Siempre recordaré a tía Elisabeth y a la madre de mi amiga Margaret Mayans, como dos referentes de las mujeres inglesas casadas con exportadores valencianos. Ellas contagiaron a sus maridos el estilo, la elegancia y el fairplay de algunos personajes «made in England» y tanto mi tío Vicente como don Jaime Mayans, el padre de mi amiga Margaret, acabaron siendo más ingleses que sus mujeres. Compraban sus trajes en Saville Road, gozaban del whisky, del aromático tabaco de pipa y de la lectura del Times.

La voz cantarina de tía Elisabeth sonó a través del teléfono:

-¡Oh Marilyn, querida! Qué alegría oírte? Me parece una idea wonderfull que os reunáis los primos? Seguro que a Evarist le gustará encontrarse con todos vosotros. Te voy a dar su teléfono?

-Llamé a Evarist. Al principio no pareció muy interesado, pero logré convencerle y me prometió que vendría.

-A media tarde llamé a mi desconocido primo Daniel. La voz de la telefonista dijo: Ha contactado con Producciones Cinematográficas Diagonal.

¿Mi primo en una productora? ¡Lo que me faltaba! Pedí hablar con don Daniel Hurtado.

-Hola, Daniel. Soy tu prima.

-Se equivoca, señorita. Yo no tengo ninguna prima.

-Será porque tú no conoces a tus verdaderos padres.

-¿Qué sabes tú de eso? -preguntó Daniel con la voz alterada.

Le hablé de sus verdaderos padres que no conoció y de las aventuras y desventuras de sus tíos que divididos en rojos y azules crearon la mayor compañía exportadora de cítricos.

-Está bien. Has logrado despertar mi curiosidad. ¿Cómo dices que te llamas?

- Marilyn.

-¿No serás Marilyn Monroe?

-¡Eso quisiera yo!.

Iban a ser cuatro los invitados. Ahora debía preparar todos los detalles para que la reunión fuera un verdadero éxito y le dije a la tata:

-Voy a ir unos días a Madrid. Recuerda cuando vengan los albañiles que han de tirar el tabique entre las dos habitaciones contiguas al comedor para que quede un gran salón.

-¿Y para qué quieres un gran salón?

-Será el plató donde rodaremos la película.

-¡Pero Marilyn! ¿Te has vuelto loca? ¿Una película?

-Tranquilízate. Y no te olvides de que bajen el piano y que el mueble bar esté bien surtido.