e l pasado jueves 31 de julio, mientras cenaba, escuchaba la televisión y, como cada año, este mismo día todos los noticiarios se hacen eco del cierre del hemiciclo de las Cortes hasta pasado septiembre por vacaciones de sus «señorías y señoríos». Para este tiempo de asueto no hay criterios divergentes: ni rojos, ni azules, ni independentistas, ni rastas, ni engominados... en este tema de las vacaciones la votación es unánime. Desde el sosiego que me da no tener ninguna esperanza en que cambie este triste y mediocre panorama que sufrimos los españoles, quiero en estas líneas hacer una reflexión sin más, sabiendo que no va a servir de nada, excepto para despotricar y aliviar en la medida de lo posible la vergüenza ajena a la que nos someten nuestros representantes en las diferentes instituciones.

Irse de vacaciones sería lo normal, incluso necesario y saludable, pero por supuesto, y esto lo sabemos todos ¡cuando las circunstancias lo permitan, jolín! Un estudiante que suspende curso entiende que no tiene vacaciones, y si no lo acaba de entender está el padre para recordárselo. Un trabajador en paro no puede llevar a su familia de vacaciones porque ni dispone de medios económicos, y seguro ni tiene ánimos para hacerlo.

Si analizamos el momento que estamos viviendo con un nuevo resurgir del virus, con miles de rebrotes por toda España, con medio país en ERTE, con cientos de empresas cerrando sus puertas, con familias todavía buscando a sus muertos perdidos en las morgues, con una tasa de desempleo general del 15,6% y un 40,8% en jóvenes, se ve a las claras que no es el mejor de los escenarios para coger vacaciones. Lo que me preocupa es que esto, que lo entiende el más imprudente, irresponsable y débil de los mortales, no lo entiendan los que están dirigiendo mi futuro, el de mis hijos, y el de mi país. Sus «señorías y señorios» diputad@s están demostrando que no están a la altura de las circunstancias que requiere el pueblo español, no están a la altura ni de lejos de lo que hemos pasado ni tampoco de lo que nos queda por pasar. ¿Si el anciano que está muriendo ahora mismo en un geriátrico solo sin su familia, fuese su padre o su abuelo, se irían de vacaciones? ¿Si estuviese en Madrid o en Bilbao en la cola del hambre para dar de comer a su familia, se irían de vacaciones? ¿Si acabara de cerrar su empresa y despedir a todos sus trabajadores, se irían de vacaciones? Yo les contesto, no se irían de vacaciones no, porque estarían probando la medicina que por desgracia está probando el pueblo y esa medicina te coarta la ilusión, te quita las ganas de playa y de sol. Y estas infantiles actitudes no es ni más ni menos el fruto que estamos recogiendo de la nueva casta política, hombres y mujeres adoctrinados desde jóvenes en el quehacer político como única arma de futuro laboral que escalan y escalan posiciones sin haber degustado el «pus» que da la realidad de la vida, amargo jarabe necesario para ver y analizar lo que te rodea, que te hace empatizar con las malas situaciones, que te sensibiliza con el prójimo. Ese «pus» es la experiencia de vida que alimenta la coherencia y la responsabilidad ante las diferentes y complicadas situaciones que te plantea la vida.

¿Nadie les ha dicho a estos señoritos y señoritas que no es el momento de ponerse el bañador? Me pregunto. ¿Con tantos asesores nadie les ha aconsejado que hoy hay que estar a pie de obra? Ya tan solo por imagen deberían quedarse en casa, por vergüenza o por solidaridad con los hoteles que vacíos o por sus parroquianos que les votaron confiaron en ellos y hoy están perdidos en esta ruina. Estos privilegiados con sueldos astronómicos, aviones privados, casoplones, pijeríos y demás mandangas no son dignos de representar el sufrimiento de esta España que agoniza porque son incapaces de dar ejemplo de coherencia.

Alguno puede pensar que mis palabras son demasiado tensas y duras, pero tranquilo amigo lector, incluso siendo más agrio nada va a cambiar. El sistema vicia y está viciado, no se dan por aludidos, les falta lo más esencial de un líder y de los grandes hombres de estado: haber comido y tragado «pus».