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Tradiciones

El último vaquero

El ganadero Carles Bataller mantiene en el marjal de Gandia la única explotación de vacas lecheras de la Safor y la Marina

El último vaquero

Carles Bataller (52 años) tiene una explotación de vacas lecheras. Hasta aquí, todo normal, y mucho más si estuviera en el norte de España. Pero su granja es singular por dos aspectos. Por un lado, es la única de la Safor, la Marina y la Vall d'Albaida, superviviente de una actividad que hace un siglo era habitual en prácticamente todos los pueblos, pero que fue cayendo en picado con la producción industrial de leche. Y por el otro, está en pleno marjal de Gandia, en una finca de 10 hanegadas, La Taulaína, desde la que se divisa el castillo de Bairén.

Carles es la cuarta generación de una familia de ganaderos. Su bisabuela ya tenía vacas en la barriada de Santa Anna. Él ayudaba a su padre desde niño, y cuando acabó la EGB decidió no seguir estudiando y trabajar en la granja. Hace unos 40 años la familia se mudó a los terrenos del marjal, donde también tienen la casa.

Pero para mantenerse en el sector ha tenido que reinventarse, porque el precio de la leche bajaba mientras los costes de producción subían cada vez más. Empezó suministrando a la industria, de hecho llegó a tener 200 cabezas con una producción de 4.500 litros diarios. Pero a raíz de la crisis de 2008 redujo la cabaña -ahora tiene 60 vacas- y se pasó exclusivamente al queso. Cada día envía su leche a una quesera, y él mismo se encarga de vender el producto, orientado a las tiendas «gourmet» y los «mercados de la tierra» o de proximidad. La mayoría es fresco, aunque también tiene un semicurado. Como a todos, la crisis del coronavirus también le ha afectado. Muchos de los mercados a los que solía acudir se han cancelado, prácticamente todos excepto el de Jesús Pobre, en la Marina, que sigue haciéndose con todas las medidas de seguridad.

Suerte que por tercer verano consecutivo sigue participando en las rutas de ecoturismo «Platja Natura», que organiza el Ayuntamiento de Gandia, unas visitas orientadas sobre todo a los turistas de «sol y playa», para que descubran espacios naturales como la Cova del Parpalló, el marjal o las dunas de l'Auir. Al final de estas excursiones hay degustaciones de productores locales, entre ellos Carles. Ambas partes salen contentas: el ayuntamiento les paga por estar ahí, y también pueden vender sus productos. «No sólo los turistas se sorprenden, también muchos vecinos de la propia comarca se extrañan de que exista una vaquería», apunta la concejala del ramo, Alícia Izquierdo.

Pero, efectivamente, allí están las vacas, tranquilas, sin estresarse, a un kilómetro de la orilla del mar. Las vacas, como buenas «valencianas», también se alimentan de naranjas, que a veces Carles les pone entre el forraje y el pienso. «Les sirve para humedecer la ración y no afecta para nada en el sabor de la leche», precisa.

Su rutina diaria es leonina. Se levanta a las 4 de la madrugada y lo primero que hace es ordeñar. A las cinco le recogen la leche, para que la transformen en queso, y a las 6.30 h saca las vacas a pastar. Por la tarde un trabajador le ayuda con el reparto de los quesos y, si es verano, acude a las excursiones del ayuntamiento. Además, hay que alimentar a las vacas, volver a ordeñarlas, y limpiar utensilios.

A Carles le gustaría que la vaquería no se extinguiera con él, aunque el relevo está complicado. Tiene dos hermanos, pero no quieren saber nada de vacas. Su hija tampoco, es publicista y trabaja en Madrid, si bien le ayuda con las redes sociales del negocio. «Aquí se trabaja los 365 días al año, hay que tener vocación», reconoce. Y si nadie coge el testigo, en la Safor esta actividad pasará definitivamente a la historia.

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