P edro Sánchez afirmó a la vuelta de vacaciones, que la situación de la pandemia era preocupante y que se requería «una respuesta más intensa y más serena ante la amenaza». Esa declaración la realizó el 25 de agosto. Ese día España ya contabilizaba un total de 419.849 casos acumulados de Covid-19. Poco menos de un mes antes, el 29 de julio, nuestro presidente también había apelado a la serenidad: «El Gobierno mantiene la serenidad ante los rebrotes». Ese día, el total acumulado de casos se situó en 285.430.

A la hora de enfrentar una crisis siempre es deseable la serenidad, la ausencia de turbación física o moral, el sosiego y, por supuesto, no estar bajo los efectos del alcohol, según las acepciones de serenidad que ofrece la Real Academia. Sin embargo, un exceso de serenidad puede conducir a la pachorra, es decir a la tardanza o indolencia y, a la postre, al desastre. Cada cual puede elegir la palabra que quiera, pero lo cierto es que, entre las dos apelaciones a la serenidad en menos de un mes, se han incrementado los casos en 134.419 y en 528 las muertes por Covid-19. También es un hecho incuestionable que ya son diez las comunidades autónomas que han superado el nivel de contagios que la Unión Europea considera como riesgo muy alto (más de 120 casos por cien mil habitantes en los últimos catorce días). Esas diez comunidades autónomas ya suponen más de la mitad de la población total española.

La retórica y el marketing, los mensajes de tranquilidad y serenidad, son como la música que se interpretó en el Titanic cuando el hundimiento era inevitable. No sirven para controlar la pandemia. Cada día que pasa es más evidente que la música que hemos oído desde mitad de julio no era sino un anestésico en vena para que nadie entrara en pánico. Si tenemos más casos cada día -decían y siguen diciendo- es porque se hacen muchos test, pero todo está bajo control. También en los países vecinos se hacen muchos test y no tienen, ni de lejos, los niveles de contagio de España. En el triste ranking europeo de Incidencia Acumulada por 100.000 habitantes en 14 días, estamos hoy en primera posición, a gran distancia de Bielorrusia, que ocupa la segunda posición con menos de la mitad de casos, y de Francia en tercer lugar, con poco más de un tercio de casos que en nuestro país.

También se ha dicho que el problema es de «la gente», específicamente de los jóvenes, que son unos irresponsables. Como si el gobierno esperara que después del discurso de la nueva normalidad y de que hay que salir y perder el miedo, y después de la cantinela del verano de los rebrotes controlados, creyeran que la gente y los jóvenes se iban a quedar en casa viendo series. Sinceramente, no creo que nuestra juventud sea más irresponsable que los ingleses, con su acendrada afición al balconing, ni que los bullangueros italianos, a quienes la calle les gusta tanto como a los españoles.

No quiero ni pensar en los calificativos que hubieran utilizado algunos miembros destacados del actual gobierno, si esta grave crisis sanitaria, económica y social se hubiera producido bajo la presidencia de Mariano Rajoy. Pero ahora todo es diferente. Los muertos ya no son lo que eran, ni lo son las empresas cerradas, ni las familias destrozadas? En esos 27 días de serenidad han fallecido por Covid-19 más personas que la suma de víctimas mortales de los atentados de Atocha, el accidente de Metrovalencia, el atentado de Las Ramblas y el descarrilamiento del Alvia en Angrois.

Cuando oí decir al presidente que «hay que mandar un mensaje de alerta, pero también de tranquilidad», se acrecentó el desasosiego que desde hace tiempo me acompaña. ¿Cómo es posible tanta indolencia? Como ciudadano creo que tengo derecho a tener un presidente que lidere el país, especialmente en una situación crítica, no que eluda sus responsabilidades y demore la toma de decisiones e ignore las recomendaciones de tantos expertos que llevan advirtiendo de la gravedad de la situación.

Nuestros gobernantes, con el doctor Sánchez a la cabeza, aún no se han enterado que no son ellos los que mandan, porque quien manda de verdad y marca el ritmo de la pandemia es el virus, que de nuevo nos lleva más de un mes de ventaja por la pachorra e irresponsabilidad de quienes sólo parece que sepan cantar milongas. El coronavirus -que no es un bicho- es quien decide, a pesar de no ser más que un amasijo microscópico de moléculas envuelto en un saquito de grasa y proteína, una partícula invisible que ni piensa, ni siente ni padece, pero que, sin embargo, como dicen ahora, es el puto amo.