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Un brindis por la vida

Un brindis por la vida

Era un día de San Vicent y llovía. Mi tatarabuela, de carácter taciturno y salud frágil, como pudo dio a luz a un hijo con el que prácticamente se le fue la vida. Fue entonces cuando, para agradecerle el milagro al santo, al niño le pusieron Vicent. A partir de entonces, los Vicents empezaron a brotar en mi familia y sucederse dando cuna y sepulcro a más de una generación.

Muchos años más tarde, un 4 de enero en el que también llovió, después de catorce horas de parto, mi madre me dio a luz en la clínica de la Sagrada Familia de Corea. Sufrió lo indecible y a un suspiro estuvo de perder su vida por darme la mía, pero finalmente la vida venció a la muerte. Poco antes de nacer, la comadrona, ante la desesperación de mi madre, le preguntó si quería escuchar algo de música para amenizar aquel sufrido calvario. Mi madre, con el único hilo de voz que le quedaba, le dijo que pusieran a María Callas, así lo que primero que escucharía su hijo nada más nacer sería la voz más bella que nos había dado el belcanto.

Parece ser que tienen razón esos estudios que dicen que aquello que escuchas en el vientre, o nada más nacer, te marca para siempre. La ópera me ha acompañado en todos los momentos de mi vida, tanto en los de duelo como en los de júbilo. La voz de la Callas, sobre todo, ha sido telón de fondo en épocas de exámenes, momentos de inquietud o, simplemente, por el único placer de escucharla. Tal vez al lector le cueste entender esta pasión desmedida, pero así es la ópera, maniquea por naturaleza. O la odias, o la amas, pero nunca te deja indiferente.

Estefania, que sabía sobradamente esta pasión que tenía por el belcanto, un 4 de enero de hace unos cuantos años me regaló una entrada para ver el concierto de Año Nuevo en Madrid. A pesar de haberme recorrido prácticamente toda Europa con sus respectivas capitales por aquella época, he de decir que nunca había estado en Madrid. Al principio la idea me desmotivó pero, una vez llegué, simplemente, me fascinó.

El concierto tuvo lugar en el nuevo auditorio y bajo la magistral batuta de Nikolai Koliadko. El momento de mayor pulsión fue cuando la joven y desenvuelta voz de Halina Dubitskaya interpretó el famoso brindisi de La Traviata, de Giuseppe Verdi. Después del concierto, se nos presentaba un Madrid nocturno, estratégicamente iluminado, con unas calles que rezumaban parte de la historia que -para desgracia o gozo- había vertebrado gran parte del devenir de casi toda la península. Toda esta lección histórica, allí, se dilataba ante una vibrante juventud que, repartida entre parques y plazoletas, alternaban la vejez del escenario con la celeridad del alcohol más barato. Eso es la juventud, al fin y al cabo, el testimonio mudo de que lo único que nos sobrevive son los escenarios. Nosotros, efímeros por naturaleza, pasamos ante ellos sin que estos escasamente se percaten de nuestra presencia. Por esa razón, en Madrid viví cómo se celebra la vida entre risas perecederas y conversaciones banales, fútiles, pero tan necesarias estas para no cargar con tanta densidad nuestra existencia.

Aquella noche se brindó por todo. Fue un canto a la vida, a la joya de estar vivos y de que, entre tantas casualidades y causalidades, estuviésemos allí en aquel preciso instante. La vida, en definitiva, es un azar. Es difícil nacer, es difícil crecer y ha sido difícil llegar al momento en el que estamos ahora. Recordando vidas, hay algunas que han sido de película, otras el tercer acto de una ópera; como la de María Callas, pero también hay vidas que, aunque han sido efímeras, valieron la pena haberlas vivido. Así lo escribió Alejandro Dumas hijo en su Dama de las Camelias cuando inmortalizó a esa joven que años más tarde protagonizaría La Traviata de Verdi: «con apenas 23 años de vida se fue pero, qué vida la suya».

El lector, tras leer estas palabras, pensará en su vida, en aquello que ha valido la pena y en lo que no, pero que no olvide que cada día es un motivo de celebración, una ocasión perfecta para brindar una vez más por esta vida que, a veces se nos presenta difícil pero que otras, simplemente, la inmortalizaría.

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