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Campo valenciano

El rey de la pitaya en la Safor

Miguel Pous, de Xeraco, es uno de los primeros agricultores valencianos en experimentar con una fruta tropical que ya está dando una gran rentabilidad en Andalucía - El cambio climático permite cultivarla en la zona litoral de la comarca

Sobre estas líneas, trabajadores de la finca. A la derecha Pous señala una flor de pitaya. j. c.

Al mismo tiempo que es un cultivo emergente en España, la pitaya (también escrita pitahaya) está siendo descubierta por numerosos «influencers», que nos invitan a introducirla en nuestra dieta. Un ejemplo es Paula Ordovás, que tiene varios vídeos en su canal de Youtube de preparados con pitaya. De hecho, la fruta se puede comer de mil maneras; en ensaladas, mermeladas, batidos, helados, zumos, «smoothies»... Por otra parte, su atractivo aspecto la ha convertido en candidata perfecta para Instagram, donde hay miles de fotos, sobre todo con la etiqueta #dragonfruit. El 90% de su contenido es agua, por lo que es muy refrescante. Es muy aromática y su sabor es dulce, recuerda a una mezcla entre el kiwi y la uva. Las semillas son comestibles, como el kiwi, una cantidad extra de fibra que también la hace beneficiosa contra el estreñimiento. Es baja en hidratos de carbono, por lo que es aconsejable para personas diabéticas, tiene propiedades antiinflamatorias, antioxidantes, y es rica en vitamina C, que activa el sistema inmunológico. La pitaya ha entrado en la comarca de la Safor por Xeraco. Hace un par de años, los hermanos Miguel y Fernando Pous, gerentes de Riegos Pous, una empresa instaladora de riego localizado, conocieron esta fruta tropical en uno de sus viajes a clientes de Andalucía. Les hablaron de sus propiedades y de su enorme rentabilidad, y decidieron probar suerte. Primero plantaron un par de ejemplares y comprobaron que, como ya sucedió con el aguacate, respondía bien al terreno y al microclima del litoral, y dio frutos. Así que desde hace seis meses decidieron arriesgarse y apostaron por ella, como complemento a sus cultivos de cítricos y aguacates. En una parcela situada junto a las naves de su empresa tienen una plantación intensiva, con una superficie de 6.000 metros (cerca de ocho hanegadas) cubierta por un invernadero de malla donde crecen, poco a poco, 5.000 plantas. La pitaya produce fruto a partir del segundo año, por lo que siguen a la espera, extremando los cuidados. La planta dura al menos 20 años en plena producción. También conocida como «fruta del dragón», la planta es de la familia del cactus. «Necesita menos agua que el aguacate, apenas unos 6 o 7 litros a la semana cuando es adulta», señala Miguel, que ya es un fan declarado de la pitaya. Por fuera el aspecto es el de un higo chumbo, aunque no tiene pinchos, y por dentro la pulpa, que puede ser roja o blanca, es muy jugosa. Se cultiva mucho en países centroamericanos como el Perú, incluso en las zonas más áridas, aunque la mayor parte de la pitaya que se consume en España procede de Tailandia. Es una planta trepadora o rastrera, que puede llegar a los diez metros de longitud. Por eso, la manera más cómoda de cultivarla es con un mallazo piramidal, de unos dos metros de alto, como las tomateras. «Dentro de unos años estos mallazos estarán totalmente cubiertos por la planta», explica al periodista en su recorrido por la plantación. Apenas le atacan plagas, si acaso hongos por exceso de humedad. Un inconveniente es que florece de noche y en agricultura la única manera de polinizarla es con un pincel, a esas horas intempestivas. Da frutos de mayo a octubre, de forma escalonada, a medida que se va polinizando la flor y hasta que llega el frío. Para conservarse y viajar hasta el consumidor requiere transporte en frío. Por ahora en España las grandes cadenas de la distribución no han entrado en el mercado de la pitaya, así que el precio lo está fijando el mercado y no hay monopolios en la venta de esquejes. El plantón se puede comprar fácilmente, pero eso sí, cuesta unos cinco euros. Todo ello requiere de una gran inversión. Pero Miguel asegura que vale la pena: «Los beneficios de una hanegada son muy superiores a los que da la naranja, sin duda». Un kilo en origen se paga al agricultor a 5 euros, y en la frutería suele estar a la venta a unos 15 euros. El caso de la pitaya es un nuevo ejemplo de la adaptación de la agricultura valenciana al cambio climático, que ya es una realidad, y que permite, al menos en las zonas más templadas de la Safor, al abrigo de las heladas, el cultivo de frutas tropicales. También es una respuesta a la escasa rentabilidad de los cítricos, y a la necesidad de diversificación de cultivos. El eterno minifundismo valenciano puede convertirse en este caso en aliado, para ir experimentando. Está por ver si otros agricultores de la comarca siguen el ejemplo de los hermanos Pous. Quizá dentro de unos años el cultivo de la pitaya por estas latitudes deja de sorprendernos, como ya ha pasado con otras frutas tropicales como el aguacate o el caqui.

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