Querid@ lector@, seguro que habrá pensado al leer el titular: ¡Este tío está majareta!, que también, pero en este tema no. El Ayuntamiento de Gandia en ningún caso es titular de la playa. No hay pueblo costero que lo sea a lo largo de los 7.880 kilómetros de litoral que tiene España, incluidas las de los ínclitos Torra y Urkullu.

Si cogemos un diccionario, aunque sea baratito, nos dice que la playa es una ribera de la mar formada de arenales en superficie casi plana. Eso también se aplica a los ríos, incluido el Serpis, que tampoco es de Gandia, que en vez de arenal tiene una frondosa rastrojera de troncos, basura y «canyots».

Si llueve torrencialmente, Mallorca y sus ensaimadas nos esperan siempre con los brazos abiertos. La playa, que está en el Mediterráneo, limita con Gandia pero forma parte del dominio público marítimo-terrestre, cuyo titular es el Estado. Es decir, de todos los españoles y, por aquello de la globalización, del mundo entero.

No es una zona urbana al uso ni tampoco al abuso, como malintencionadamente quieren hacernos creer. Salvo la vigilancia marítima (contrabando y tráfico de drogas) que es cosa de la Guardia Civil, los municipales en la arena, algarabías aparte, no tienen nada que hacer ,y menos sacar del mar, esposas en mano, a gente ya mayorcita que no quiere salir del agua por mucha bandera roja que haya y silbatos de los socorristas. Si se quieren arriesgar, allá ellos. Están en su derecho. Si son niños, la cosa ya cambia.

Por sus características, la zona de servidumbre de protección de la playa ha de tener una profundidad de cien metros, desde la ribera del mar hasta la zona urbana del paseo marítimo. Según Costas, en una de sus doscientas mil leyes y artimañas, el uso de la playa será común, natural, libre y gratuito. De libre y gratuito, ¿qué es lo que no se entiende?

Dicen también que la servidumbre de tránsito, andar por la orilla, deberá tener una franja desde el agua hacia fuera de 6 metros. Esa zona será permanentemente expedita para el uso peatonal, vehículos de vigilancia y de salvamento. Por lo visto, no incluyen a los hamaqueros madrugones que todos los años son tratados como unos bandoleros. Los municipales no tienen ninguna competencia para retirar las sillas y sombrillas estén o no estén de «cuerpo presente». Ese sitio es sagrado, y más si guardan la distancia de 6 metros y las ponen después de haberse efectuado la limpieza.

Es de vergüenza ajena ver carromatos cargados hasta los topes con destino a la basura sin ningún argumento legal. Me recuerda a la película El niño con el pijama a rayas. Ahora, lo de Cullera ya es de juzgado de guardia. ¿Quién es el Ayuntamiento para, sin justificación alguna, poner un horario de entrada a los bañistas? A parte de fastidiarles, consiguen que esas personas sean el hazmerreír de los telediarios. Después presumen de mimar a los turistas. ¡Hay que tener mucha jeta!

Los ayuntamientos costeros, incluido el de Gandia, con muchísimos matices y siempre bajo la supervisión estatal, están autorizados para hacer caja, a veces demasiada, explotando los servicios de temporada, repito, de temporada, como también velar por las condiciones de limpieza e higiene de la playa. No me olvido de los chiringuitos, hamacas, sombrillas, surf y otras actividades. Pero todo en su zona de cobertura desde la orilla hasta el paseo. Nunca desde la orilla a mar adentro que eso ya es cosa de Javier Ángel Encinas más conocido por Bardem.

Mis amigos, los políticos, no se enteran o no se quieren enterar de que la playa no debe ser un negocio para el Ayuntamiento, pero ellos, a la suya. Ha habido subastas de chiringuitos, no superadas ni por la mismísima galería Christie´s de Londres. Un abuso, y además partidista de los concejales encargados. No sé por qué siempre caen en manos de algún amiguete, aunque sea insolvente. Ya lo pagará el pueblo al que tanto queremos.

Un caso sangrante ha sido el permiso concedido hace un año, eso sí, dentro de «la legalidad» para el alquiler de hamacas a una empresa de la Safor en detrimento de otra también de Gandia, que desde hace la friolera de 54 años ha venido dando un servicio impecable y modélico. Cuando todos los políticos gandienses y su caterva de asesores tomaban aún el biberón, el bueno y recordado Manolo Montesinos ya estaba de sol a sol, martillo en mano junto a su mujer, Amparo, construyendo hamacas de madera para que los padres y abuelos de los actuales regidores y asesores pudieran tumbarse al sol y disfrutar de la playa, con su sombrillita y todo. Ese era Manolo.

El Ayuntamiento, que no somos todos ni mucho menos, tiene la obligación, porque así lo exige la Ley de Costas, de dar el mejor servicio a sus visitantes playeros. Por eso hay que valorar a las empresas serias y solventes, que además aportan los granos de arena todos años para que ondeen las banderas azules, de las que tanto presumen, móvil en mano, los políticos locales. La empresa de Manolo, y ahora de su querida familia, ha sido una de ellas. Y eso se merece un respeto que no tuvo nadie de «la quinta del biberón» con Dña. Diana a la cabeza.

Le negaron repetidamente una simple reunión. Murió con esa pena, porque Manolo, aunque nació en el barrio de Ruzafa, siempre se consideró un pixaví más. Por Gandia se apuntaba a un bombardeo. Por cosas del azar, Montesinos y su familia pudieron vivir de rentas. Pero no lo hicieron. Lo invirtieron casi todo en su ejemplar empresa hamaquera. En Valencia, Cullera y Oliva a Manolo se le echa mucho de menos. No vale todo con tal de recaudar a lo bruto. Lo importante es dar un excelente servicio, como el de Manolo, si no quieren que Gandia deje de brillar y ser amable. Eso sí que sería una auténtica tragedia.

La actual empresa sombrillera debería saber que los trescientos cincuenta mil euros de la adjudicación eran y son una barbaridad y, como negocio, totalmente ruinoso. Y si les faltaba algo, les pilla el «bicho» de pleno. Si el Ayuntamiento también lo sabía, ¿qué gato encerrado pudo haber en la talega? Como dijo Cafrune: El tiempo dará o quitará razones...