y entonces, mandé caer agua

y entonces, mandé caer agua

El agua da vida. Por esta razón también, precisamente, se cree que en Europa -uno de los satélites de Júpiter- hay vida en forma de pequeños microorganismos, ya que se descubrió hace relativamente poco la posible presencia allí de agua congelada. Todo esto, por lo que hace a la ciencia, tiene una base sólida en la cual sostenerse, pero mucho antes de que la divagación científica hiciera sus primeros balbuceos, aquello que explicaba ciertos fenómenos naturales era la mitología. Obsoleta actualmente pero totalmente rica en matices y vastamente alegórica. Los mitos han sido, a lo largo de los siglos y a lo ancho de la Tierra, fuente de legitimidad del orden social y un saber ahistórico en un tiempo anacrónico que ha intentado explicar mediante la tradición oral finalmente escrita unos hechos que, al ojo humano inexperto e iletrado, le parecían de otro mundo.

Esto ocurrió precisamente con aquel Diluvio Universal que sí que tuvo lugar en la Tierra, pero que cada rincón de este mundo interpretó según su panteón deídico.

En el «Popol Vuh», que es una obra escrita que nos dejó como testimonio el pueblo K’iche de Guatemala, se describe cómo los Dioses quedaron profundamente decepcionados de su creación humana porque habían perdido el alma y el entendimiento y, para acabar con ellos, mandaron un diluvio. Zeus también pensó lo mismo de su creación y ordenó una gran inundación para la Tierra. En este caso, fue Prometeo quien previno a Deucalión y su esposa Pirra para que construyeran un arca y poder así salvarse. A nosotros nos es más conocida la tradición bíblica en la cual el diluvio purificó la Tierra de la depravación en la que había caído la humanidad. Noé y sus hijos, con sus respectivas esposas, fueron los que se salvaron. Según la mitología mexica, Tláloc era el Dios de las Tormentas y fue el causante del diluvio. Esta deidad llevaba siempre consigo cuatro ayudantes que lanzaban cántaros de agua para hacerla caer sobre la humanidad. Los truenos se producían por el choque de los cántaros y los rayos aparecían cuando alguno de ellos se había roto. Se podría decir que «llovía a cántaros».

Podríamos estar hablando de agua y diluvios hasta el domingo que viene, ya que cada mitología presenta el suyo y todos son igual de ricos. Tenemos el alter ego de Noé repartido por todo el mundo. En la antigua Sumeria era Utnapishyim, en Acadia Atrahasis, Svayambhuva en la India, etc. Pero del cual quiero escribiros más detenidamente es de uno de los mitos más curiosos que he leído, y es el que tuvo lugar en la actual Cuba. Ya que en este caso el Dios amenazador parece más bien un padre y la causa del diluvio no fue la degradación de la humanidad, sino la necesaria muerte como regeneración vital.

Se dice que al principio de todos los tiempos el Dios creador fue Olofin, y este, para no sentirse solo, creó al hombre y a la mujer insuflándoles la vida y dotándoles de alma. La alegría de Olofin fue tal al verse por fin acompañado que no quiso crear la muerte. Al pasar de los años, aquel hombre y aquella mujer se fueron reproduciendo y llenando una humanidad que cada vez envejecía más pero que nunca se moría. La Tierra, lentamente, se llenó de gente anciana que contaba con más de mil años e intentaban imponer sus arcaicas leyes a todos aquellos que llegaban recién a la vida. Los clamores de esta joven humanidad todavía en la flor de la vida llegaron a Olofin y este descubrió que algo tan pavoroso como la muerte también era necesario para la correcta evolución de la vida. Olofin, también viejo y cansado, llamó al dios Ikú para encargarse del problema y este decidió lanzar un gran diluvio durante treinta días y sus respectivas noches. Cuando la tierra estuviera anegada de agua únicamente los jóvenes podrían trepar a los árboles y salvarse llegando hasta las montañas. Cuando todo cesó, se había acabado la inmortalidad. La vida seguiría su curso y todo lo que naciese moriría.

La vida y el agua han estado innegablemente unidas. Esta es capaz de dar vida, pero también, como ha podido leer el lector, es arrebatadora si de quitarla va la cosa. El mismo poder y fuerza que ha tenido para llevar a cabo la vida es también el que tiene para terminarla. Nosotros, que somos de mar, sabemos de su fuerza.

Como le dije hace apenas unas semanas al lector, yo nací casi a las puertas de una gran riada. Mi abuela, sin ir más lejos, los años no los contaba por Antes de Cristo y Después, sino por antes y después de la riada de Beniopa.