la fira i festes de gandia

la fira i festes de gandia

Francesc de Borja muere en la madrugada del 30 de septiembre al 1 de octubre de 1572 en la ciudad de Roma. Noventa y nueve años después de su muerte sería canonizado por Clemente X, pasando antes por la beatificación que tuvo lugar en 1624 por Urbano VIII. Será a partir de este momento cuando comience en Gandia la devoción por el IV duque Borja, dejando paulatinamente de lado el patronato centenario que ejerció Sant Miquel desde el año 1310, cuando Jaume II el Just instauró la celebración de una feria bajo su advocación con un derecho a sisa que acabaría con la construcción del Pont Vell d’Oliva; de la misma datación. El culto del arcángel, a partir de entonces, se vería reducido a la capilla del Palau Ducal, donde tanto los duques como las autoridades de la vila le continuarían rindiendo homenaje. Esa capilla, para que el lector se ubique, estaría situada en el que fue conocido como «espai de les emocions».

Las celebraciones en honor a Sant Francesc de Borja coincidían con las actuales, cayendo estas en las cercanías del 3 de octubre. Serían eminente religiosas, no cambiando en demasía desde su beatificación hasta la canonización, teniendo una gran importancia el sermón que se diese en tal solemnidad y dando este muchos quebraderos de cabeza a causa de la elección anual del predicador. Nombres como Vicent Bellever o Tomás Serrano. Dichos embrollos eran causados, naturalmente, por cuestiones ideológicas entre el Cabildo Colegial y la Compañía de Jesús. En innumerables ocasiones enfrentadas.

Un hecho decisivo que serviría como germen para engrandecer un poco más la festividad sería cuando el 2 de abril de 1765 la Corporación Municipal llega al acuerdo de nombrar patrón de la ciudad a Sant Francesc de Borja, cayendo así definitivamente en desuso la veneración a Sant Miquel. Esto le daría un aditivo que iría engrandeciendo los ya considerandos días grandes de la ciudad.

Como curiosidad, y viniendo a colación por lo que acabamos de vivir este año, decirle al lector que en el año 1854 se tuvieron que suspender las festividades a causa de una epidemia de cólera, y para la cual se bajó en rogativa la imagen de Santa Anna a la Colegiata -como era habitual en estos casos- sirviendo el mismo almudín como hospital para los enfermos. Aquel año las fiestas se trasladaron al 12 de diciembre y finalmente sí que pudieron realizarse. De todos modos, como bien saben, estas epidemias son cíclicas, y en el año 1865 volvió el cólera y se tuvieron que volver a suspender las fiestas, esta vez sin ningún traslado de datación.

En el año 1872 se cumplieron 200 años de la canonización de Sant Francesc y se tuvo la visita de un hijo de Gandia: Benet Sanz i Forés, arzobispo de Oviedo por aquel entonces, a quien la ciudad le regaló un báculo de plata. Sería el hermano de Benet, el notario Pasqual Sanz i Forés, quien recogería por primera vez en sus escritos la descripción de la banda grotesca y satírica que actualmente conocemos como la del Tio de la Porra. Este personaje, como se ha podido leer, no es coetáneo a la aparición de la festividad de Sant Francesc, sino que surgirá mucho más tarde, en un intento de imitar el llamado «ball de Torrent», es decir, una especie de baile/comitiva de carácter burlesco del cual encontramos ya referencias documentales desde el siglo XVII. En el caso del Tio de la Porra será diferente, ya que en el 1871 aparece por primera vez en Gandia la presencia de un «figurón vestido a la antigua usanza» que en el año 1929 adopta formalmente el traje de Granaderos, que es con el que lo identificamos actualmente. Este uniforme era ampliamente conocido ya que fue instaurado en España por Carlos II en el 1685 a imitación del francés y, en el caso concreto de Gandia, llegó a sus ciudadanos a través de la representación de la zarzuela El tambor de Granaderos del músico villenense Ruperto Chapí. Esta obra, ampliamente representada en el antiguo Teatro Circo, sirvió como base para disfrazar dicho figurón grotesco que preludiaba la fira. Como se puede observar, lejos de parodiar a los ejércitos napoleónicos de la Guerra de la Independencia, como comúnmente se cree. Será en el año 1931 cuando se leerá definitivamente en los archivos del Ayuntamiento el mote «Tio de Porra». En el 1934 aparecerá por primera vez registrada su entrada en un colegio. Sería en el grupo escolar Joaquim Costa, actual Francesc de Borja.

A pesar de ese ciclo vital festivo, bien es cierto que por los años 20 del siglo XX sufrió un descenso destacado la motivación de los gandienses por celebrar la fira y, poco a poco, dio paso a un grupo de empresarios de Fomento AIC para instaurar las que se conocerían como «las fallas fundacionales», germen de las que tenemos actualmente, si bien es cierto que con anterioridad ya conocemos alguna reminiscencia fallera en la ciudad. Esto provocó la consolidación de esta festividad cuya eclosión también la vería la Semana Santa durante los años 1929 y 1931. A pesar de pretender imitar –en el caso de las fallas- el coso de colores que constituía la fira, bien es cierto que no se consiguió y no logro desaparecer del todo la festividad de Sant Francesc que todavía continuó perpetuándose.

Su peso religioso, poco a poco, dio paso a una festividad más lúdica que, como dato anecdótico, contó incluso con una representante femenina de las fiestas cuya figura duró hasta el año 1990. La primera de ellas fue Lolita Vallier, en el año 1922, pasando luego por nombres como Ángela María Tellez Girón y Duque de Estrada –quien ostentó el cargo honorífico de duquesa de Gandia- o Carmen Fraga. En el año 1965 recibirían el nombre oficial de «Reina de la Feria y Fiestas de Gandia» y a partir del año 1984 la elección de esta representante festiva se haría de forma democrática, dejando de lado la casposidad todavía patricia de estos títulos, como se ha visto en los nombres anteriormente mencionados y cediéndole a una muchacha de la ciudad la posibilidad de ostentar este cargo con un vestido sufragado por el Consistorio. Como curiosidad, desde 1980 hasta el 1983 estas mujeres ostentaron el cargo simultáneo de Reina de las Fiestas, Fallera Mayor de la ciudad y Madrina de la Semana Santa.

Otro elemento que cada vez adquirió más importancia a lo largo del siglo XX fue el de las atracciones que se convirtieron en sinónimo de fira y que hemos conocido desde la infancia. Estas, adaptándose a las necesidades de la ciudad, fueron cambiando paulatinamente su ubicación. En los años 60 se encontraban, por ejemplo, en la actual plaza de Crist Rei, pero también pasaron por la plaza del Segó, la de Sanz i Forés, la plaza Major, Alqueria Nova, Paseo y, donde definitivamente se encuentran a día de hoy, en el también llamado recinto ferial, unido al centro histórico por una pasarela que ya forma parte de la fira por ese vaivén tan característico que todos sobradamente conocemos. Este puente, como curiosidad, tiene su punto de origen en el muro que mandaron construir los jesuitas cuando compraron el Palau, en el año 1890, a modo de espigón para evitar las inundaciones que sufría el antiguo jardín/actual patio de recreo de los escolares. El proyecto de la pasarela fue realizado por los ingenieros Roberto Santatecla y Juan José Moragues y desde el año 1987 une la ciudad con aquello que siempre llamaremos «fira».

Me disculpará el lector la brevedad de esta «Historia de las Ferias de Gandia», pero es difícil sintetizar una historia tan dilatada en apenas una página. Esperemos que, al año que viene, en vez de leerlo podamos vivirlo.