V ivimos tiempos difíciles, aunque nos abstraigamos de la realidad y aparentemos una normalidad impostada, reflejo deformado de lo acostumbrado. Vivimos parcialmente, recogiendo las piezas y construyendo un refugio parcial para dormir, comer y reír -como escribió T. S. Eliot-. Recibimos con indiferencia las cifras de fallecidos y enfermos de la epidemia, interiorizando la cita apócrifa de Stalin «la muerte de un hombre es una tragedia, pero la muerte de millones es una estadística».

Comenté a principio de noviembre que aunque la pandemia evolucionara bien, sería difícil no superar 1,5 millones de casos a mitad de mes. La realidad ha sido implacable y el 16 de noviembre ya se contabilizaban 1.510.023 casos acumulados. Esa cifra indica que la evolución es favorable y confirma que el 2 de noviembre la curva epidémica marcó un punto de inflexión y que los contagios diarios disminuyen. Si en las semanas anteriores no se hubiesen implementado nuevas restricciones, cierres perimetrales y toques de queda, los casos diarios hubieran seguido aumentando; si se hubieran implantado antes se habría ahorrado mucho dolor y daño a la salud de la población y a la economía. Así de temible es la dinámica de una epidemia que aunque se ralentice en los próximos meses, seguirá dejando su rastro de enfermos y fallecidos.

Parece inevitable que desde hoy hasta el principio de la primavera, el virus se cobre en España cerca de 20.000 vidas más; también es ineludible que a principio de marzo el total de casos acumulados supere los 2,2 millones, a pesar de unas vacunas sobre las que se depositan demasiadas expectativas. Son predicciones optimistas, aunque quizá puedan parecer pesimistas o catastrofistas. Son optimistas porque se presupone que no se cometerán nuevos errores. Se confía en que no habrá prisa para relajar las restricciones, como ocurrió en junio con la «nueva normalidad», cuando el presidente Sánchez decía que habíamos vencido al virus, y también se supone que la pandemia no escalará un nuevo pico.

Parafraseando a C.S. Lewis podríamos decir que vivimos en una tierra de sombras donde el sol siempre brilla en otro lugar. Tierras de penumbra, donde la sombra del virus no está sola, sino que la acompaña la incertidumbre de la economía y el empleo, el cansancio y la tristeza de mucha gente, y la sinrazón de una política de iluminados y oportunistas, dispuestos a deconstruir todo lo que se cruce en su camino: la economía, el tejido empresarial, el empleo, la independencia judicial, la libertad de expresión, la educación concertada, la memoria de las víctimas del terrorismo e incluso la nación y la lengua.

Estamos a las puertas de la Navidad y el error sería la relajación de las medidas de mitigación de la pandemia. José Luis Jiménez, profesor de la Universidad de Colorado y experto en aerosoles, advertía sobre los riesgos que ocasionaría una desescalada como la del pasado junio: «Lo primero es salvarnos a nosotros. Salvar la Navidad es pan para hoy y pandemia para mañana». No sólo no habría que disminuir las restricciones, sino que en previsión del incremento de movilidad durante las fiestas, se deberían ampliar las limitaciones a la movilidad y el contacto social.

Cuando está en juego la salud de las personas y la viabilidad del país, hay que poner todos los medios, aunque sean dolorosos, para evitar que en enero vuelva una nueva propagación descontrolada del virus. Es comprensible que los sectores económicos más afectados por los cierres y restricciones, como la hostelería, el comercio, el ocio y el turismo, sean muy críticos con las limitaciones que las administraciones les imponen. Son desgraciadamente muchos los empresarios y autónomos que ven cómo desde marzo hasta hoy se desmorona el esfuerzo de años. Hace unos días el gandiense Santiago Carbó, catedrático de Análisis Económico, comentaba en un artículo que «en España se echa en falta una mayor contundencia de ayudas públicas directas a las empresas, como ha sucedido en otros países […] España ha concedido solamente un montante de alrededor del 4% del PIB en ayudas directas, muy por debajo de otros países europeos como, por ejemplo, Alemania, con una cifra por encima del 10%, o de Estados Unidos».

En Narnia, la tierra imaginaria creada por C.S. Lewis, siempre era invierno y nunca Navidad. Aquí no ocurrirá lo mismo, aunque sin duda la Navidad deberá ser diferente. Vivimos tiempos difíciles, en una tierra de penumbras donde parece que el sol siempre brilla en otro lugar. Será para muchos una Navidad muy difícil, en el hospital, en las UCI, llorando a familiares fallecidos o bajando las persianas de pequeños negocios. A final de mayo el Gobierno lanzó una campaña con el lema «salimos más fuertes». Evidentemente no era verdad, porque no salimos más fuertes sino más debilitados y vulnerables, especialmente los que no salieron porque se quedaron en el camino…