Ayer empecé a leer de forma intensa y concentrada la obra del recientemente premiado poeta de Oliva, Francisco Brines.
Sabía de su existencia y de su vasta producción como poeta por referencias bibliográficas cuando estudiaba crítica literaria universal en la facultad de periodismo.
Pero no, no leí más que unos pocos poemas sueltos y me parecieron (por aquel entonces tenía 22 o 23 años) altamente nostálgicos y no me llamaron la atención.
Prefería otras «intensidades» poéticas, más callejeras, urbanas (por aquel entonces). Supongo que cosas de la madurez o del ritmo de vida que llevamos en cada momento.
Pero de repente, como les habrá pasado a muchos y muchas ahora, imagino, he «redescubierto» un mundo propio en la expresión artística de don Francisco Brines. Su espacio, su lugar en el mundo, su capacidad de seguir abriendo camino al sentimiento a pesar de las tormentas y el dolor al rechazo, a la desconfianza. A la traición del amor no correspondido.
Y ayer, en medio de tanta reflexión, me dio por pensar en que algo se parecen los versos del poeta a la situación política del gobierno de la ciudad donde nació y vive Brines. El pacto de gobierno de Oliva y la poesía melancólica de Francisco Brines producen y provocan cierta tristeza, evocan amores no correspondidos, sacan a la luz el menoscabo que la «vejez» puede hacer sentir en la operatividad de algunos órganos vitales. Además, se puede pensar que una retirada a tiempo provocaría un desamor, pero no sería una traición. Sigo hablando de la obra de Don Francisco Brines, perdón por la posible confusión.
Pero como me pasa con la poesía del señor Brines, el «pacte del Botànic» de Oliva era una necesidad, un bien superior que a pesar de las lágrimas que pudieron suponer leer sus letras, si no existiera, sería mucho, mucho peor para todos y todas.
Los terceros en discordia y la amenaza tanto externa como interior al núcleo del pacto entre dos partes que deben estar condenados a entenderse.
El señor Brines nos ha dado la oportunidad y la ocasión de hablar con un lenguaje nuevo y vivo. Hagamos de la poesía el «idioma» con el que entendernos por el bien de la ciudadanía y del arte. En honor a Don Francisco, en honor a nuestro ilustre Premio Cervantes 2020. Porque Oliva se lo merece.