¿Ahogado por la industria fake, sepultado en el ruido de las redes y la convulsa simultaneidad informativa, el rumor ha perdido prestigio, entidad y ha pasado a la historia? Al contrario: el fake es la reelaboración y superación del rumor, su consagración tecnológica, su impresionante y masiva puesta al día. Barak Obama decía hace poco que muchos votantes republicanos creen que el Partido Demócrata es una organización dirigida por pedófilos, y en España los medios de comunicación centralistas sostienen a diario, o dan por sentado, que las derechas del país son liberales. O sea, que el rumor no ha desaparecido, sino que, como los virus, ha mutado y se mezcla a otros discursos, empezando por los periodísticos, que en muchos casos ya no son su alternativa factual sino su causa.

Existe la prensa rumorológica de Madrid que publica titulares como «La gestión caótica de la pandemia debilita la identidad nacional» y una seudopolítica rumorosa que no cesa de repetir que Pedro Sánchez es pecado, que el gobierno es inmoral y que esto se hunde. La mitad de los opinadores (columnistas, tertulianos de radio y televisión) no salen del mismo repertorio de muletillas, chascarrillos y bulos tabernarios, y no les va mal. Los informadores más famosos de España son ellos, los estajanovistas del rumor, que son al periodismo lo que las brigadas incendiarias de Fahrenheit 451 eran a los bomberos.

Porque el rumor ni siquiera se presenta ya como una elaboración sobre lo posible sino como un artículo de fe destinado a masas deseosas de ser engañadas, las mismas que entronizaron a Donald Trump y, en Europa, a las democracias anti-liberales de Hungría o Polonia, regímenes e individuos que han cimentado sus éxitos en la producción sistemática de fakes, de rumores. En un país sin inmigrantes, Viktor Orbán lanzó el rumor de una inminente invasión migratoria, que Hungría se hundiría si no le votaban a él, y ahí sigue, conspirando contra la UE, y aunque Trump ha perdido las elecciones, llegó a la presidencia tirando de rumores y la abandonará dejando como herencia el rumor del fraude electoral, de un gran complot para hundir América.

Sobre la necesidad de limpiar el horizonte político de toda esa basura, se ha abierto un debate internacional que parte del reconocimiento de que las democracias liberales se enfrentan a un problema nuevo, la producción de desinformación masiva, que afecta a la política y al crédito y viabilidad de las instituciones. En ese sentido, siguiendo las recomendaciones de Bruselas, el Gobierno español presentó un proyecto de medidas anti-fake que fue rechazado por la industria del rumor con las habituales proclamas en nombre de la libertad. En los rumorosos medios del centro peninsular se apresuraron a citar a Orwell, siempre a mano en un país con poca cultura general, porque Orwell ya no es una referencia en un mundo en el que el Gran Hermano parece un primo comparado con los sistemas de vigilancia mundial denunciados hace años por Snowden. Como dijo Enzensberger: «¡pobre Orwell!» Pero la prensa castiza, aislada del mundo, citaba a Orwell, lo convertía en el rumor definitivo de las intenciones ocultas del social-comunismo gubernamental. Tantos años de democracia ejemplar, tanta Transición modélica y tanta Constitución sagrada para que la derecha y el clúster mesetario fake sigan oreando los rumores más fétidos del franquismo: que vienen los rusos, los comunistas o, lo que es peor, los liberales y sus manías democráticas, tan odiadas por Franco, que no respetan la moral española, la decencia nacional y los pecados capitales. De ahí que la presunta inmoralidad del gobierno, y especialmente la de Sánchez, fuese el gran rumor puesto en circulación ya antes de la crisis sanitaria desde los núcleos duros de la identidad nacional, o que hayamos visto a cientos de militares retirados empeñados en salvarnos por enésima vez echando mano de rumores decimonónicos.

La Comisión Europea ha avalado el plan del gobierno contra las fake news, pero si Francisco Umbral ya dijo en el tardofranquismo que Madrid era la capital del buñuelo y el rumor, ¿por qué ha de extrañarnos que la España del rumor, que se nutre informativamente de la gran buñolería madrileña, viva todavía de espaldas a Europa y convierta los hechos y los problemas reales del país en un interminable repertorio de cuentos de viejas?

Hace medio siglo, en Gandia corrió el rumor de que El Lute (robagallinas que el franquismo presentaba como el enemigo público número uno) se hallaba oculto en la ciudad. En las ferreterías se agotaron los candados, las casas se reforzaron con nuevas cerraduras y la gente dejó de salir a la calle. Pero El Lute nunca pisó Gandia.

El nuevo orden de principios que aspira a imponerse es el de entonces, el de la España de El Lute, el del miedo irracional y el apoliticismo resignado. Dice Pablo Casado que «hay que leer a Hayek», pero lo que quiere Casado es que leamos El Caso.