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Esperando a los reyes

esperando a los reyes | FOTOGRAFÍA DE RAFA ANDRÉS

Como le prometí al lector hace dos semanas, justo cuando le dedicamos el Caligrama a varios colores a los orígenes de la Navidad, en su debido momento, es decir, justo hoy, escribiríamos un poco acerca del origen de la festividad que hoy comúnmente se celebra conocida como la de los «Reyes Magos». Aunque he de decirles, en realidad, que la palabra «rey» es un añadido posterior. «Magos» es la única que aparece en el Evangelio de Mateo –que es el único que nos escribe sobre este episodio que se conoce como «Epifanía»- (por etimología, del griego: επ que significa «manifestación»). Decirles que este vocablo no es exclusivo del cristianismo, ya que el carácter sincrético de esta palabra nos lleva a Reyes Magos, sibilas, chamanes y oráculos varios a lo largo y ancho de diversas manifestaciones religiosas.

Continuando con Mateo y el tema que nos atañe, él nos dice concretamente «Magos», por lo tanto, sabemos que eran, mínimo, dos. Pero no sabemos con exactitud nada más. En aquel contexto, la palabra «Mago» también significaba sacerdote y sabio que podía interpretar el firmamento. De dónde vienen tampoco lo sabemos. Hay una teoría que dice que es muy poco probable que vinieran de oriente y sí de occidente, concretamente de Tartesos; una región que se encontraría en la parte sur de la península Ibérica, muy cerca del río Betis,actual Guadalquivir. De Tartesos, en realidad, poco sabemos. Únicamente lo que escribió Estrabón en su tratado sobre Hispania y donde nos habló del rey Argantonio. La Biblia dice que, en época del rey Salomón se exportaba oro, plata y metales de una tal «Tarsis». Si aceptamos esta Tarsis como una derivación léxica de Tartesos, podemos deducir que sería la posible población principal de la región, cercana o sustrato de la actual Cádiz. Los puertos de Tiro y Sidón serían los que acogerían estas valiosísimas piezas. Si los Magos llevaban oro, podría ser fácilmente de esa zona. La imagen que tenemos de ellos, obviamente, no se relaciona con todo esto, pero no tenemos que olvidar que aquello que reside en nuestro imaginario es fruto de una iconografía posterior totalmente manipulada. Otro tema sería el número. Como he escrito, no pone que fueran tres, y mucho menos que uno fuera negro. Sería más tarde cuando se haría una reinterpretación de estos personajes en el cual serían tres, considerado este un número sagrado (la Trinidad, las Tres Marías, las tres Virtudes Teologales, los tres clavos, las tres cruces: Cristo y los dos ladrones, al tercer día resucitó, etc.) Llevaron oro, incienso y mirra, en señal de realeza, inmortalidad y sacerdocio. Representaban las tres edades del hombre: la vejez sería Melchor, la madurez Gaspar y, finalmente, la juventud estaría representada por Baltasar. Vendrían de las tres regiones del mundo conocido: África, Europa y Asia. Y eran descendientes de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet. Como anécdota, he de decirles que se habla de un cuarto rey llamado Artabán que se perdió. Igual que la carabela San José que perdió de vista a la Pinta, la Niña y la Santa María de camino a América.

La primera manifestación pictórica que tenemos de la Epifanía se encuentra en la capilla griega de la catacumba Priscila de Roma, donde aparecen tres personajes que ofrecen una especie de presente a un cuarto que sujeta a un niño en los brazos. Es una pintura paleocristiana, ruda en su trazo, cuyo peso bascula más por aquello que intenta representar que por la pureza de su acabado. Más tarde, en el siglo VI, en la basílica de San Apolinar de la ciudad italiana de Rávena, podemos leer arriba de un mosaico que representa a tres personajes los nombres de «Balthasar, Melchior y Gaspar». Literariamente hablando, encontramos esta primera referencia en la obra datada en el siglo XII «Auto de los Reyes Magos». Una de las piezas teatrales más antiguas en lengua castellana.

En esta época, decirles que la festividad de la Epifanía era prácticamente nula. Será durante el Renacimiento cuando crecerá y se acentuará la imagen plástica que de ellos tenemos a través de pintores de renombre consumado como El Bosco, Rubens, Velázquez o el Greco. Sin olvidar, por supuesto, esa magnífica adoración que hizo Benozzo Gozzoli para la capilla de los reyes del palacio Médici-Ricardi de Florencia. Un fresco donde se aúna en una misma esencia la devoción y la política. Situando a los Reyes Magos a los mismos pies, prácticamente, de la familia que más poder acaudaló en los siglos XV y XVI.

Esto de los Reyes Magos, por cierto, es bastante autóctono de estas tierras. Pocos países lo celebran. Yendo a Italia, por ejemplo, por la cual saben sobradamente que tengo devoción, decirles que disfrutan de la Bruja Befana, una representación femenina que vuela con su escoba y deja regalos y dulces a los niños en sus calcetines la noche del 5 de enero.

Se supone que esta mujer ayudó a llegar a Belén a los Reyes Magos cuando se perdieron en su ruta. No los quiso acompañar, pero luego cambió de opinión y salió en su busca con unos caramelos. Al no encontrarlos, los repartió entre los niños.

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