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¡Qué grande es ser pequeño!

¡Qué grande es ser pequeño!

U n día malo para mí es cuando voy a comprar a un gran supermercado. Y de camino tener que parar en la gasolinera, e ir al banco para ajustar cuentas o que me las ajusten.

Para hacerlo todo más o menos bien te tienes que levantar temprano sabiendo que por mucho que te empeñes (yoga incluido) esa mañana las vas a pasar canutas...

Lo primero, cargar el coche con grandes bolsas para la compra y salir pitando hacia los destinos previstos. Aunque estés «chutado de yoga», vas tan acelerado pensando lo que te viene encima, que olvidas abrocharte el cinturón y, además, no lo encuentras. El pitido a lo «tengo un tractor amarillo» te lo recuerda poniéndote la cabeza como un bombo. Una vez acoplado… ¡Lo que faltaba! La luz roja del depósito te dice lo seco que lo tienes. Si sabes un poco de inglés, el ¡Oh my God! no te lo quita nadie. A partir de ahí empieza el espectáculo. Llegas a la gasolinera. Si está cerrada, tendrás que cogerte la manguera para servirte tú mismo. En mi caso, mis manos de pianista no lo admiten. Como lo ves complicado y quieres seguir con el efecto del yoga, esperas a que venga el operario, no sea que toques lo que no debes y salte todo por los aires. Cuando llega todo chulito él, me doy cuenta que es el dueño y que me conoce.

-Buenos días, ¿Qué va a ser? -¿Gasolina o gasoil? -¡Gasolina!

-¡Ale, coja la manguera del surtidor número 4, abra la tapa del depósito y enchufe! ¿Qué le pongo, quince euros como siempre?

-Hoy ponga veinte que tengo que hacer varias gestiones.

Y tú aguantando la manguera como un auténtico gilipollas, con el riesgo de incendio y de ensuciarte, cosa que ocurre muy a menudo. A tu lado la mugrienta caja de guantes, casi siempre vacía. Cuando ya me iba después de haber pagado, recordé que tenía en el maletero una botella de butano vacía.

-¿Por favor, me cambia la bombona…?

-Cójala usted.

Me abrió el armario metálico que hay al lado de los aseos y la cargué como pude en mi coche. Los años no perdonan.

Hasta no hace mucho servirte tú el combustible, manguera en mano, era impensable e ilegal. Te lo ponían «los gasolineros», y en algunas ocasiones te limpiaban hasta los cristales de las gafas. Además, persona ajena a este tipo de empresas (materiales peligrosos), lo tiene prohibido por Ley. La manguera con combustible, así está considerada. No vale todo con tal de eliminar trabajadores, y más siendo casi todas multinacionales. Otra cosa es sacar una Coca Cola de una máquina.

Puse el coche en marcha y salí con destino al banco. Me fui de Málaga a Malagón. Para aparcar di tres vueltas a la manzana y nada. La ORA me esperaba con sus postes abiertos y allí lo dejé. Ya en el banco, la cola llegaba hasta el ayuntamiento. Pregunté quién era el último y un graciosillo sin afeitar, me contestó:

-¿Quien tiene que ser? Usted que acaba de llegar…

Mi «je, je, je» y el poco de yoga que aún me quedaba, evitó que le mandase a pastar guano, pero del mejor, ¡el chileno! Llegué allí a las diez y media de la mañana. Tres cuarto de hora después salió el oficinista más mal encarado. Ni que lo hiciesen a propósito.

-¡Señores de la cola, la caja está cerrada desde las once y no se puede sacar ni ingresar dinero!

-¡Oiga, llevo aquí desde la diez y media! ¿Yo tampoco puedo?

-No, usted tampoco. ¡Hágalo a través del cajero!

Apretó el botón central de su traje, dio media vuelta y desapareció.

De cómo actúan los bancos en los últimos tiempos no hay por dónde cogerlo. En general te tratan, si no a patadas, casi. Las esperas se hacen interminables. Si quieres ir a caja lo harás pero cuando un estricto horario te lo indique. Pretenden acabar con sus trabajadores sustituyéndoles por las incómodas e impersonales máquinas. Y lo están consiguiendo. En Holanda, hace años que les funciona. El «vaya usted al cajero automático», «esto tiene una comisión», «hágalo por internet o por el móvil», son algunas de sus cansinas frases. No todos tienen internet ni saben cómo funciona un cajero, y menos una app en el móvil. Y no se te ocurra llevar un fajo de billetes para ingresar porque a los cinco minutos tienes la pasma a tu lado. Para transferencias, mejor que las hagas por Seur, seguro que te salen más baratas y rápidas. Salvo el idiota de turno, l@s trabajador@s currit@s de los bancos, son todos unos excelentes y sufridos profesionales. Y siempre con la espada de Damocles a sus espaldas.

La última cita era ir al gran supermercado, y mi cabeza estaba a punto de explotar. Con la lista de la parienta en mano, liberé el carro, puse mis vacías bolsas e irrumpí en el centro. Al no estar muy entrenado, di más vueltas que un tiovivo. Patatas, verduras, melones, naranjas sudafricanas, quesos, leche, pan, conservas, comida para perros y gatos, pescados «de la lonja», cerveza, vino, agua... Cargado el carro hasta los topes, te toca descargarlo, pero a lo Fernando Alonso de lo rápida que va la cinta. Cuando te empieza a faltar la respiración dices:

-¿Por favor, me das una bolsita?

-¡Sí, cómo no! Son diez céntimos.

Y ahí ya te ahogas. Que después de media hora de espera en el pasillo, de gastarte sesenta, ochenta o cien euros tengas que pagar la bolsita de diez céntimos no tiene perdón de Dios. Y más haciendo de mozo de almacén, cargando y descargando la costosa mercancía cuatro veces hasta llegar a casa, nevera no incluida. De los trabajadores nada que objetar. Impecables.

Con un gasto parecido o mucho menor en cualquier pequeño comercio «te ponen la alfombra». Te cargan las bolsas y encima, si tienen, te regalan un calendario. La pasada semana Salvador Lloret, propietario de la decana tienda de legumbres y cereales del Prado, en Gandia, llevó a casa de mi hermano Pepe un saco de patatas Mona Lisa y por el camino aún le invitó a un poleo menta Carmencita.

Si es un bar, tienes el café pagado durante una semana. Si es una peluquería, el afeitado gratis de tres días asegurado. Si es una librería, el separa-hojas nunca faltará. En un quiosco, unas pipas Churruca caen seguro. Si es un restaurante, los 12 chupitos de mistela no te los quita nadie. Si es un taller, un lavado de coche gratis lo tienes asegurado. Si vas a una frutería, o te cae un melón o el asegurado perejil. Y así, en todas las pequeñas empresas que actualmente las están pasando más que canutas sin que el gobierno central, autonómico y local les eche una mano. Y cuando lo hacen, va directo a sus cuellos.

Con el permiso de mi querido Paco Fenollosa, presidente de Honor del Levante UD y en homenaje al pequeño y maltratado comercio, he querido que el titular de este artículo y su final, sea uno de los eslóganes «granotas»: ¡Qué grande es ser pequeño!

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