El 31 de enero de 2020 se confirmó en España el primer caso de Covid-19. Ese día, Fernando Simón afirmó que «hay indicios de que esta enfermedad sigue sin ser excesivamente transmisible […] España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado». El 26 de febrero, la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, decía que estaba todo previsto y que «lo más peligroso ahora es el miedo, más que el propio virus». Estaban equivocados. Yo también lo estaba. Creí a la OMS y a los políticos de todos los colores que recomendaban tranquilidad.

Un año después la pandemia ha pulverizado cualquier previsión optimista. Según los registros oficiales España ya ha sufrido más de 2,3 millones de casos y más de 53.000 fallecidos. Sin embargo, hubo países previsores que consiguieron frenar al virus, salvar la economía y preservar los puestos de trabajo. Taiwán es el mejor ejemplo. Con 23 millones de habitantes es una de las economías más dinámicas del mundo, con un PIB per cápita al nivel de España y altas cotas de libertades políticas, educación y sanidad. El 31 de diciembre de 2019 advirtió a la OMS de su sospecha: ya se estaba produciendo en China la transmisión comunitaria del virus.

Cuando muchos países de occidente cuestionaban la peligrosidad del virus, Taiwán implementó desde principio de enero respuestas tempranas y estrictas. Utilizó herramientas informáticas para vigilar los casos sospechosos y cuarentenas, estableció un riguroso sistema de control de fronteras y movilizó al ejército para producir mascarillas y equipos de protección. Mientras tanto, gobiernos como el español, lanzaban mensajes a la población sobre la ineficacia de las mascarillas y por eso no se vieron ni en las manifestaciones del 8-M, ni en las mascletaes de Valencia, ni en los eventos multitudinarios de marzo.

El resultado ha sido que Taiwán ha tenido poco más de 800 casos y 7 fallecidos desde el inicio de la pandemia. Sólo en Gandia, con 75.000 habitantes, ya hay contabilizados tres veces más casos y fallecimientos que en todo el país asiático. Frente a las 1.140 muertes por millón de habitantes que el virus se ha cobrado en España, Taiwán sólo ha tenido 0,3. Frente a un hundimiento de más del 11% de nuestra economía, la economía taiwanesa creció el 2,8%. La comparación con el país asiático o con países como Nueva Zelanda, Corea del Sur, Uruguay o Noruega es abrumadora, triste e insultante. En contra de lo que se nos quiere hacer creer, la pandemia era previsible y sí se podía controlar.

Ni el marketing político, ni los cálculos electorales sirven para controlar la pandemia. Jactarse, como hicieron muchos políticos, de haber doblegado la segunda ola no frenó la progresiva propagación del virus. Después de las fiestas navideñas Fernando Simón dijo que «todos somos conscientes de que, en Navidad, se recomendara lo que se recomendara […] quizá lo pasamos mejor de lo que deberíamos haberlo pasado». Sus declaraciones son una nueva falacia, ya que implantando medidas severas la primera semana de diciembre, cuando los casos disminuían, se hubiera evitado la nueva escalada provocada por el puente de la Constitución y por la Navidad. Ni los miles de ciudadanos que luchaban por sobrevivir a fin de año en las UCI y en los hospitales, ni sus familias, ni el personal sanitario, tienen la impresión de haberlo pasado mejor de lo que deberían.

Como todos los años, hemos comenzado 2021 con la costumbre de desearnos «feliz año nuevo», con la esperanza en todo lo bueno que nos pueda suceder en el año recién estrenado. Al desearnos felicidad expresamos, con la enorme capacidad de esperanza que tiene el ser humano, el deseo de que, aunque no nos lo pongan fácil, algún día llegará la ansiada normalidad.

A Jorge Luis Borges le angustiaba un sueño recurrente en el que veía entre brumas un cuarto sin ventanas y una sola puerta. Ese cuarto comunicaba con otro exactamente igual y éste, a su vez, con otro igual y así indefinidamente. Algo similar ocurre con las sucesivas olas pandémicas. Salimos de la primera para entrar en la segunda, y la torpeza de nuestros gobiernos nos ha llevado abruptamente a la tercera. Pero confiamos en que algún día atravesaremos la última puerta. Hoy, cuando estamos de nuevo con una incidencia brutal de la enfermedad, sólo queda rezarle a San Roque, protector contra las epidemias. O seguir el consejo de Diego Torres y pintarse la cara color esperanza… o ambas cosas al mismo tiempo.