el amor, esa gran campaña

el amor, esa gran campaña

Se dice que un 14 de febrero del año 269 d.C, estando como emperador de Roma Claudio, un hombre fue lapidado y decapitado. Su crimen fue casar a soldados en secreto, ya que había una prohibición del mismísimo emperador que imposibilitaba hacerlo. Este hombre se llamaba Valentín y era obispo. Estos improvisados enlaces matrimoniales hicieron que muchos jóvenes enamorados se convirtieran también al cristianismo. Tras ser descubierto, Valentín fue arrestado y confinado hasta su fatal destino. Antes de ello, su carcelero le presentó a su hija Julia, que era invidente, para ver si Valentín -a través del poder de Dios- podía devolverle la vista. Parece ser que así fue y, además, se enamoraron. Antes de ser ejecutado, Valentín le escribió una carta de amor y Julia, en honor a su enamorado, plantó un almendro junto a su tumba.

Como puede ver el lector, una vez más, las historias que hay detrás de todo aquello que endulzamos son más macabras de lo que pensábamos. También ocurre con Disney, donde historias como Pocahontas o la Cenicienta tienen un origen más sombrío. Después de la muerte de Valentín, el cristianismo – que en esto es muy bueno– adaptó una festividad romana para barnizar el paganismo de teísmo. Exactamente es difícil conocer el origen estricto pero muy probablemente fue en las lupercales, que se celebraban ante diem XV Kalendas Martias, lo que vendría a equivaler en el calendario gregoriano al 15 de febrero. Estas fiestas lupercales derivan de lupus, que significa lobo, y que hacía mención del dios Fauno, quien también era conocido como Luperco, en una clara alusión al desenfreno dionisíaco que muchos intentan colgarle al amor. Era tradición durante estas fiestas el sacrificio de un animal sagrado -que solía ser una cabra- e incentivar la fertilidad de las mujeres mediante procesos poco ortodoxos. Había otra festividad romana cuyo origen también podría coincidir con el de San Valentín que sería la de Juno Februata, donde era costumbre que los chicos jóvenes escogieran a su futura esposa sacando un papel de una caja donde estaría el nombre de la joven. Estas azarosas prácticas, muchas veces, acababan en matrimonios duraderos.

Muchos años después, en el 1969 y bajo el pontificado de Pablo VI la festividad fue eliminada por este maremágnum de paganismo que la rodeaba. No fue elección del Papa, sino del Concilio Vaticano II. Desde entonces, la Iglesia dedica tal día como hoy a los santos Cirilo y Metodio mientras que, de San Valentín, no quisieron dejar ni rastro. En el mundo anglosajón, en cambio, la festividad sí que cogió suficiente oxígeno para expandirse y que, en una España que prácticamente había olvidado esta celebración, volviera a conmemorarse. El significado del concepto, sin embargo, cambió, ya que la campaña de márquetin más estelar hacia la figura de San Valentín fue la que hizo Pepín Fernández, entonces dueño de las famosas Galerías Preciados que murieron dando a luz al Corte Inglés. A través de esta campaña se incitaba a hacer regalos a nuestros seres queridos aprovechando la festividad de San Valentín. Fue así como poco a poco el consumismo fue ganando terreno en esta costumbre que cada año se repite cíclicamente.

Compitiendo con San Valentín está Sant Dionís en nuestras tierras, que se celebra el 9 de octubre. Hace referencia a Dionís de las Galias, quien fue primer obispo de París y acabó decapitado junto a San Rústico y San Eleuterio en tiempos del emperador Diocleciano. Sant Dionís, además de conmemorar a los enamorados, también lo hace con los pasteleros, ya que es patrón de este gremio y es tradición regalar la típica mocadorà, cuyo origen se remonta al siglo XVIII y que recibe este nombre porque los dulces de mazapán que se regalan son envueltos en un mocador/pañuelo. Esta tradición cogió forma después de los Decretos de Nova Planta en los que el primer Borbón amputó los privilegios forales de Catalunya, València y Balears y entre ellos, la lengua común y las costumbres. La festividad de la Conquesta de València también fue prohibida. Era típico ese día lanzar petardos y cohetes que, ante la proscripción borbónica, se camuflaron en los puilets i tronadors que se meten en la mocadorà junto a las figuras que parecen hortalizas; las que según la leyenda los musulmanes regalaron a Violant d’Hongria, mujer de Jaume I.

Tal vez, con la moraleja con la que nos tenemos que quedar de todo esto es que no necesitamos un día para recordar a aquellos a quienes queremos, aunque así sea en el fondo. El año es como una gran agenda en la que anotamos días concretos para llevar a cabo actos que nos son necesarios en nuestra esencia humana para sentirnos precisamente eso, humanos. Tenemos Todos los Santos para recordar a los difuntos, Navidad para las familias y San Valentín/Dionís para las parejas. Visto así, es automático y frío, como una campaña de márquetin que te intenta vender calidez, pero que es fría de principio a fin. ¿Será que en el fondo nos estamos volviendo fríos y para recordar que nos necesitamos los unos a los otros vienen estas marcadas fechas en el calendario y que, una vez cumplidas, nos limpian la conciencia el resto del año? Ahí lo dejo.

Por cierto, feliz san Pepín, perdón, Valentín.