¿ Quién no se ha fijado en los avisos de prohibido fijar carteles pintados en las calles de los pueblos, ciudades o en las carreteras? Antiguamente era normal disfrutar de auténticas maravillas como el mural del Nitrato de Chile. Se quería evitar que las paredes, muchas de ellas encaladas de blanco andaluz, fueran ensuciadas con reclamos publicitarios. Los más habituales eran los de las corridas de toros, circos y teatros. Nombres de míticos toreros como: Antoñete, Paco Camino, el Cordobés, Curro Romero… aparecían muy a menudo en aquellos enormes carteles encolados en los muros. Y circos de la talla de los: Americano, Mundial, Hermanos Tonetti y el Ruso de Ángel Cristo, así como los teatros: Ruzafa, Alcázar, Apolo y los ambulantes Argentino y el Chino de Manolita Chen. Con la llegada de las discotecas y sus «rutas del bacalao», el desmadre fue total. Las Penélope y compañía, coparon todos los espacios disponibles. Y, por si faltaba algo, los aprendices a graffiteros, dejando las ciudades hechas un asco. Las entradas por tren a las grandes capitales europeas, incluida Valencia, hoy en día son estercoleros pictóricos. Y lo peor es que todos sus autores se creen Banksy, el mejor del mundo. Y sólo son unos guarros pintamonas que además se creen graciosillos. Una cosa es arte, la otra ensuciar.

En Valencia, como en otras ciudades, proliferan las rutas de arte urbano. Se conoce como Street Art, ¡qué manía con el inglés! Es una gozada pasear por el casco viejo picoteando en sus bares y tropezarte con auténticas obras de arte. La mayoría firmadas por acreditados pintores y graffiteros, nacionales e internacionales como: Escif, Hyuro, Julieta XLF, Esik, Cere, Blu, Fasim, Eduardo Salvador, David Limón…

Esos murales y graffitis son reivindicativos, pero sin llegar a conflictivos ni provocadores. Que aparezca algún cerril y manche un graffiti, es un riesgo que hay que correr. Gamberros hay en todas partes. Ahora, si es un encargo político y se sabe el «encargante», se denuncia. La policía no es tonta.

En Gandia esta pasada semana, un caso graffitero ha puesto en pie de guerra a los «intelectuales» de medio pelo. Dicen que los símbolos pintados en las caras de María Zambrano, Simone Beavoir y Violeta Parra en el mural feminista del solar IES Ausiàs March, han sido un acto fascista. La gente empieza a estar harta de que los sabiondos de la política, saquen a pasear la palabra fascista con tanta ligereza, sin argumentos razonables.

Si no demuestran lo contrario, para mí ese acto sigue siendo obra de unos gamberr@s. Como lo fue la rajada de las lonas de la exposición Donart 21. Que haya algún malnacido infiltrado tampoco es descartable.

El concejal de Cultura del Ayuntamiento, Nahuel González, expresó con contundencia que: «Arreglarán el mural una o diez veces si hace falta con tal de acabar con esa lacra». ¿Qué lacra? Le recuerdo señor González que las lacras nunca se acaban con un: «¡Si tú lo quitas, yo lo pongo!». Con su dinero haga lo que usted quiera, pero, con el de los ciudadanos, relájese, ponga pausa y quítese radicalidad. Los impulsos nunca son buenos consejeros... ¿Verdad, señor González?

En otros tiempos, no sé si ahora, algunas pintadas ofensivas se encargaban por los mismos ofendidos o por partidos afines. Llámense derechas o izquierdas. O bien para saltar de nuevo a la palestra o quedar como mártires para la causa. Hacían creer que los malos eran los otros. ¡Increíble pero cierto! Los molotov y pintadas en los muros de sus casas no era ni mucho menos lo habitual. Pero existir existió. Un fuego amigo en toda regla, con resultados políticos de lo más apetecibles.

No creo que en la Ciudad Ducal haya ocurrido algo parecido. Pero es muy difícil acabar con estas luchas fratricidas entre unos y otros. Cualquier excusa es buena para andar a la greña. Ahora tocaba graffitis.

Lo de Gandia, mientras los acusadores no demuestren lo contrario, es un acto de incivilidad. Todo lo demás es sacar los pies del tiesto intencionadamente. Si son fascistas y machistas, como ellos dicen y tienen datos fehacientes, que acudan a la policía. Son diez minutos. Puedo entender que se sientan mal por las pinceladas ofensivas en los rostros de María, Simone y Violeta, y encima en plena campaña feminista de 8M. Pero de ahí a hacer un drama plañidero de tal calibre, ¡como que no! Los ciudadanos libres tienen todo el derecho del mundo a opinar de lo que hagan los políticos. Son sus «bien retribuidos» empleados.

Cualquiera puede estar en desacuerdo con la colocación de una estatua, el diseño de una calle, una fuente luminosa o la cansina partidista, y no menos costosa, cartelería callejera. Denunciable por competencia desleal. Y, cómo no, opinar sobre del contenido de los murales pintados en plena calle, ¡faltaría más! Un Dalí, un Picasso o un Sorolla en un mural callejero duraría cinco minutos. Una muestra más de gamberrismo callejero.

Nuestros bien retribuidos políticos antes de encargar un caro mural deberían estudiar la carga de profundidad que éste puede tener. Saben, aunque no lo apliquen, que en política se debe hilar muy fino. No tiene por qué agradar a todo el mundo, como tampoco herir la sensibilidad de nadie, aunque sean cuatro gatos y estén equivocados. El error se puede subsanar, la soberbia nunca.

A los negros Toros de Osborne, de cuatro pisos de altura y cinco toneladas de peso, anclados en las montañas y montículos de España, considerados como bienes de interés cultural (BIC), no se les trató igual. Y si hablamos de cultura, uno de ellos llegó a estar expuesto en la muestra de arte contemporáneo en la ciudad nipona de Matsunoyama. La más importante del mundo al aire libre.

En el año 2018, radiales en mano, los chicos de Arran Valencia, vinculados a la CUP catalana, hicieron por segunda vez saltar por los aires al Toro de las «Cinco Hermanas», en Tavernes de la Valldigna. En aquella ocasión, donde pudo haber muertos, las repulsas de indignación como las de Gandia, brillaron por su ausencia. Los identificados autores, ¿también eran fascistas? ¿O sólo pasaban por allí recollint camarrojas?

Exceptuando a los «pintamonas», la mayoría, el graffiti es un arte a tener muy en cuenta. Gracias a él y a los buenos artistas, muchos pueblos y ciudades sin mucho que aportar se han convertido en referentes culturales de visita obligada.

Otra cosa es crear a sabiendas conflictos entre los ciudadanos en beneficio de los partidos a los que pertenecen, como viene ocurriendo desde siempre. Carteles, banderas y ¡cómo no!, los famosos lacitos amarillos.

Gandia no se prohíbe a sí misma fijar carteles, pero sí es la responsable como «empresa anunciadora».