Apicultor de Tavernes de la Valldigna

Soy un apicultor de Tavernes de la Valldigna y desde muy joven me he dedicado, junto a mi familia, a sacar la miel de las abejas de toda clase de flores. Esto lo hemos hecho siempre gracias a la trashumancia, que nos permite acceder a unas flores y unas mieles que no se encuentran en mi tierra, Valencia. Por supuesto, la principal miel que sacamos en la Valldigna es la de azahar.

El de la apicultura, a pesar de ser un oficio duro e ingrato en ocasiones, es también, más que un trabajo, una vocación que te acerca a la madre naturaleza y que no deja de maravillarte ante tanta grandeza. Por muchos años que lleves en esto, no pasa ni un solo día en el que no aprendas alguna cosa más, en el que no te sorprendas ante esos asombrosos insectos. De esta profesión, o te la dejas al primer día, o te enamoras para siempre.

Todos los años trasladamos nuestras colmenas a tierras más o menos cercanas o lejanas de mi Valencia natal y en todos sitios tengo la impresión que nos reciben con los brazos abiertos. En La Mancha, en Castilla, en Aragón, en Murcia, en Andalucía… En todas partes parecen comprender que las abejas –y por tanto los apicultores– llevamos con nosotros riqueza, biodiversidad y vida a los campos, a las tierras. En todos lados no se cansan de repetir una y otra vez que sin las abejas no existiría la agricultura y, por tanto, la vida.

Es por todo esto que no comprendo que sea precisamente en mi tierra, en Valencia, donde me tratan –a mí y a mi familia y a todos mis compañeros de oficio– como a unos delincuentes. ¿Qué está pasando en Valencia? ¿Nos hemos vuelto locos?

Llevo más de media vida viviendo amenazado, cuando viene la maldita «pinyolà», pues hay que sufrirlo para saber lo que es. Llegas a casa y te preguntas, me denunciarán, me las cargaran en camiones y se las llevaran. ¿Dónde? ¿Se ahogarán, llegarán bien o me las joderán? ¿A qué colmenar le tocara?

Y todos los días que dura la floración del naranjo con el maldito decreto «pinyolà» es un mal vivir, un no dormir, no descansar, vivir alterado. No lo sabe quien no lo ha tocado. Y todo, en parte, por la ineptitud de los políticos, que bien por intereses políticos o económicos, no hacen nada para solucionar este problema. ¿Es normal, me pregunto yo, que los apicultores valencianos estemos obligados a abandonar nuestra tierra durante la floración del naranjo? La verdad es que para alguien que no sepa nada de este asunto todo esto debe parecer una broma de mal gusto.

Con este ya son 28 años sin hacer nada, y sufriéndolo, 36. ¿Y los tengo que respetar? Pues miedo me dan, ya no tengo motivos para seguir aguantándolos. Me producen una rabia infinita. Cómo se nota que sus bolsillos y sus puestos de trabajo no están en peligro. Esto, y no quiero parecer trágico o melodramático, es una indecencia social.

La patronal del sector citrícola ordena, y sus lacayos de la Generalitat obedecen. Así parece, y así es. No importa quien mande; la derecha o la izquierda. Para eso están, para obedecer a unos determinados intereses económicos.

Son unos irresponsables de la biodiversidad, irrespetuosos con los ecosistemas, os importa un rábano la vida natural de toda nuestra comunidad. ¡Qué miedo me dais!

¿Hasta cuando durará esto? ¿Hasta que ya no quede ni una sola abeja en todo el País Valenciano?