Corría mayo del 1886 cuando el farmacéutico John Stith Pemberton comenzó a comercializar una especie de jarabe creado para combatir los problemas digestivos y, además, dar lo que se conoce como un chute de energía. Poco a poco, la fórmula magistral empezó a tener cierto éxito y fue entonces cuando, gracias a la ayuda de Frank Robinson, se creó todo el márquetin que siempre ha caracterizado a la marca Coca Cola. La compañía, oficialmente, fue fundada en el 1891. Actualmente es la marca más comprada a nivel mundial, y muy fácil es poder ver sus directos eslóganes manchados de ese rojo tan potente en lugares tan dispares como China, al que llegó en 1979, o en Argentina, que vio su primera Coca Cola en el 1941, estando actualmente vetada en países como Cuba o Corea del Norte. Inicialmente, la bebida se preparó usando una combinación de extractos de hojas de erythroxylum coca y nuez de cola acuminata. Hasta el 1903 contenía cocaína reemplazándose finalmente por la cafeína. Uno de los mitos más extendidos sobre esta popular bebida es el del misterio de su elaboración, llegando muchas veces incluso a creer que el origen de este está en la próxima localidad de Aielo de Malferit. La revista Time, en una ocasión, publicó una especie de receta que decía proceder del mismísimo Pemberton, pero ahí quedó la cosa. Lo cierto es que, si algo tiene Coca Cola -y lo escribo yo que no soy en absoluto aficionado a su sabor-es precisamente la potencia de su marca. La tipología de la letra, el color, su sonoridad. Tal vez sea uno de los hitos mayormente alcanzados por el márquetin. También me hace pensar mucho en la globalización que ha vivido este producto llegando a tantos rincones del mundo y en la hipocresía que puede llegar a despertar. Por ejemplo, es muy fácil ver que grandes marcas de moda, sobre todo juvenil, apuesta por inmortalizar en sus estampados el logo de Coca Cola. Se compra, naturalmente, y se paga por ello. Esto, en realidad, es un sinsentido, pero una grandísima hazaña por parte del merchandising cocacolero. En cambio, fíjense, cualquier camiseta que lleve una publicidad, por mínima que sea, a no ser que sea estrictamente necesaria por cuestiones de uniformidad laboral, siempre queda reducida al «ir por casa» o la típica camiseta que me pongo para pintar las paredes. A pocos les gusta salir de fiesta con un «enmarcaciones Pepito» en el centro del pecho. Vaya por delante todo mi respeto si algún José que enmarque láminas me está leyendo. En cambio, hasta yo, lo reconozco, he llegado a llevar calzoncillos estampados de Coca colas… Todos tenemos pasado, imagino. Está claro que el logo de Coca Cola está conseguido y es atractivo, pero no deja de ser este hecho concreto muy significativo de lo que es realmente el Capitalismo y como actúa a través de la edulcoración de ciertos productos que no pueden competir y rara vez lo harán con otros, ensombrecidos ante semejantes gigantes. No sé si se han fijado bien en la fotografía, pero el punto de fuga único es la Coca Cola. El color, la forma, el tamaño, la frescura, la soltura. Ese anuncio lo tiene todo. Es un oasis en el más sofocante desierto. Pero, fíjense bien, no es lo único que se anuncia. Debajo hay un hombre que, como buenamente puede, también anuncia su producto, pero no se equivoquen porque la Biblia es cíclica. David y Goliat siempre se metamorfosean. Llámenlos vendedor/Coca-cola o Israel/Palestina pero ahí están. Ah, y como curiosidad -y esto lo pueden enlazar con el Caligrama que le dedicamos a las curiosidades navideñas- decirles que Papá Noel ha estado presente en los anuncios de Coca Cola desde la década de los 20 y que fue una campaña de la marca quién le dio la imagen con la que ahora lo conocemos (no olviden que supuestamente era un obispo y no un hombre bonachón vestido de rojo) Así que, como sentenció hace unos años uno de los spots más célebres cocacoleros: ver para creer, perdón, razones.

Razones para creer

Razones para creer