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LAS EXTRAVAGANCIAS DE LOS GRANDES FILÓSOFOS

En la vida de la mayoría de los grandes filósofos aparecen curiosas manías que harían las delicias de cualquier estudioso del comportamiento humano.

Platón se pintaba las uñas de los pies con los colores del arco iris para demostrar su amor a la naturaleza.

El bueno de Epicuro pasaba el día cogiendo moscas y metiéndolas en un frasco de cristal para comprobar la similitud entre el cerebro de los dípteros y el de las personas, que según él coincidía bastante.

Por su parte a Séneca, el filósofo romano cordobés, le obsesionaba untar con aceite virgen el cuerpo de sus jóvenes alumnos.

Pero sin duda, uno de los filósofos con la manía más extraña fue el alemán Immanuel Kant por su desmesurada pasión por las salchichas de Frankfurt. Curiosamente, como pudo comprobar su médico de cabecera, el doctor Mabusse, las salchichas producían en su cerebro un espectacular aumento de las neuronas, permitiéndole una agilidad y comprensión mental que le llevó a descubrir el Imperativo Categórico.

El filósofo alemán Schopenhauer, padre del pesimismo, se sentía profundamente celoso por los éxitos de Kant y decidió imitarle en la ingesta de salchichas de Frankfurt. No dejaba de comerlas a todas horas hasta que un buen día le sobrevino una terrible indigestión que le llevó a las puertas de la muerte.

El doctor Mabusse, que era amigo de los dos filósofos, le curó la indigestión y le comentó: -Le advierto que el señor Kant toma las salchichas exclusivamente por vía rectal.

¡Ese era el secreto! Sin pensárselo dos veces Schopenhauer comenzó a ingerir las salchichas por el ano. Aunque no observaba ningún progreso en el proceso creativo de su mente, comenzó a sentir el deleite del amor oscuro, y para aumentar el placer añadió a las salchichas chucrut y un poco de mostaza.

Siguiendo con las extravagancias de los filósofos cabe recordar que el danés Kierkegaard, padre del existencialismo, daba sus clases en calzoncillos.

Por su parte, el americano Jefferson Smith, de la Universidad de Pensilvania, antes de comenzar sus clases colocaba sobre la mesa un colt del 45 por si alguien no estaba de acuerdo con sus explicaciones. 

El célebre filósofo francés Roland Garros mantuvo siempre su afición de recogepelotas y, aun siendo catedrático en la Sorbona, acudía todos los años al trofeo que lleva su nombre.

Ortega y Gasset, que eran primos hermanos, conservaron siempre la manía de parecer una misma persona y vestían y hablaban siempre del mismo modo. Con lo cual logró que se le conociera como una sola persona.

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