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Caligrama a varios colores

tiempos de viejas liturgias

tiempos de viejas liturgias | FOTOGRAFÍA DE RAFA ANDRÉS

Un año hace que el fotógrafo Rafa Andrés y un servidor se encaminaron en esta aventura que supone la sección Caligrama a varios colores. Ahora toca descansar un poco con la promesa de volver con las energías renovadas y nuevos aires, tanto narrativos como fotográficos. La primera columna fue Tiempos de nuevas liturgias, y en ella empezábamos esta hazaña plasmando esa nueva realidad que había surgido a raíz de esta pandemia que parece perpetuarse de forma cíclica, estando ansiosos, cómo no, de dejarla atrás para la efeméride futura y su inmediato reflejo en los libros de historia. De todas maneras, un año después parece ser que todavía tenemos una cuenta pendiente con la Covid 19 que no terminamos de saldar del todo.

tiempos de viejas liturgias

Desde aquella primera columna nos prometimos a nosotros mismos que esa realidad no se vería reflejada ni en los escritos ni en las fotografías del Caligrama. Así ha sido como hemos recorrido una parte del mundo, hemos repasado tradiciones, mitos, verdades u, otras veces, hemos dejado más libre el pensamiento, permitiéndonos la licencia de crear columnas y fotografías más heterodoxas, inquietantes, pero siempre justificadas.

tiempos de viejas liturgias

De todas formas, terminar el ciclo como empezó es una manera de cerrarlo momentáneamente y poder pasar a futuras páginas que, como lectores devotos que han sido, por supuesto, también serán partícipes. Por esta razón, la fotografía de hoy me gustaría que intentase concienciar que esas nuevas liturgias, poco a poco, están envejeciendo y quedándose marcadas en la sociedad. Imágenes públicas como las mascarillas y el afecto social público poco a poco nos van oliendo a carcoma mientras que las nuevas normalidades se solidifican con marcada acentuación.

La imagen tiene trampa, naturalmente, porque fue tomada en el año 2019, concretamente en el mes de mayo después del traslado de la Virgen de los Desamparados de la basílica a la catedral de València. No deja de ser premonitorio que esa imagen increíblemente inquietante nos preludie en aquel momento lo que poco después acontecería: el aislamiento social del que seríamos sujetos, la incomprensión telemática de la que somos víctimas o, simplemente, el hastío general que muchas veces vivimos en primera persona. La burbuja, metáfora pura, nos evoca tal vez ese retraimiento que también ha tomado la sociedad que, temerosa del vecino, ha optado por centrarse en sí misma y olvidar ese amor al prójimo que, aunque cansinamente se ha repetido desde púlpitos y mantras, cuando llegan los momentos apocalípticos todos olvidan.

Personalmente soy de los que opina que la sociedad está olvidando poco a poco su carácter social para aislarse en sí misma y recurrir a métodos que inducen a la distancia -como los móviles- para crear una falsa apariencia de compañía. No tiene sentido en realidad, porque la sociedad no puede ser social, como la raíz de la palabra bien indica, mientras ese contacto no sea efectivo. En este caso, uno de los efectos que hemos vivido con la aparición de este virus ha sido el de incrementar cuantitativamente estos hechos que, aunque a simple vista puedan parecer neutrales y asépticos, sí que han marcado un antes y un después que será difícil de arrancar.

En síntesis, pero, decirles también que esta sería una manera demasiado pesimista de decirles hasta pronto, y no olvidemos que cuando hablamos de generalidades únicamente nos referimos a masas que abultan pero que no constituyen nunca un 100%, así que intentemos adaptar todas esas nuevas normalidades que nos van llegando sutilmente pero que se aferran a nuestro día a día con la conciencia plena, que así fue como poco a poco se vertebró el mundo en el que vivimos.

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