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Las heridas de la tierra

Las canteras abandonadas en la Safor se perpetúan en el paisaje sin que nadie actúe, pese a que Gandia y Villalonga son propietarias de dos de ellas, con la excepción de la Ador que está regenerando la empresa Cadersa

Vista de la antigua cantera de Villalonga, a los pies del Circ de la Safor, que el ayuntamiento ha comprado para restaurar. LEVANTE-EMV

La compra por parte del Ayuntamiento de Villalonga de la antigua cantera del Circ de la Safor, aprobada por el pleno el pasado 1 de junio por 55.000 euros, ha reabierto el debate sobre el absoluto desinterés por regenerar estas minas a cielo abierto para la extracción de áridos por parte de las empresas que en su día las explotaron. Este fenómeno no es exclusivo de la Safor, sino que se repite a lo largo y ancho de la Comunitat Valenciana.

Algo falla, por tanto, en la legislación autonómica o estatal cuando a estas empresas les resulta más barato dejar perder el aval y marcharse antes que restaurar el agujero realizado, algo a lo que están obligadas. El organismo oficial competente en autorizar y supervisar estas explotaciones es la Dirección General de Minas, dependiente el Ministerio para la Transición Ecológica. Las empresas deben presentar un plan de regeneración a futuro en el momento en que solicitan la licencia de explotación y obtener una autorización ambiental por parte de la Generalitat. Pero ni con esas.

En la Safor ya hay muchos ejemplos, demasiados, de canteras abandonadas, unos mordiscos a las montañas que, si bien no suponen un riesgo grave para el medio ambiente o la salud de las personas, afean el paisaje.

En la actualidad en la comarca hay tres canteras activas y a pleno rendimiento. Son de rocas calizas, de las que se extraen arenas y material para la construcción. Una está en el Real de Gandia, al sur de la sierra Falconera, explotada por una empresa del grupo Los Serranos. Al estar en el interior de la sierra, entre la urbanización Monterrey y la autopista AP-7, a espaldas del Preventorio, queda oculta para la mayoría de los mortales.

Otra está en Villalonga, subiendo al Pla de la Llacuna, propiedad de Arenas Monzó. En la carretera de Oliva a Pego está la cantera Peñalba, gestionada por Arenas Forna desde 2004. Tiene una superficie aproximada de 74 hectáreas y lleva explotándose desde el año 1972 . La extracción se realiza en ladera, con formación de bancos de unos 15 metros de altura, mediante labores de perforación y voladuras con explosivo. Arenas Forna también tiene otra cantera en la misma carretera de Pego llamada Collado. Esta, que empezó a explotarse en 1958, ya se ha agotado, y la empresa la ha transformado en un vertedero de residuos inertes sin valorización.

La misma empresa gestiona otra, llamada el Collaet, a 2,5 km de l’Atzúbia (la Marina Alta) y de 38 hectáreas, con la que inició su actividad. Y al este de Forna se localiza otra cantera gestionada por Áridos Filaes.

La prolongación de la carretera CV-60 podría dar un impulso a las canteras, plantas de hormigón y vertederos más cercanos.

Pero el resto son explotaciones que han quedado en el olvido, salvo la honrosa excepción de Ador, que fue adquirida por la empresa Cadersa para depositar los residuos inertes que genera su actividad, y con ello ir subiendo la cota para devolver el paisaje, dentro de muchos años, a su estado original.

Dos de las canteras ya son de propiedad municipal, la citada de Villalonga y una en Gandia, en Marxuquera. Respecto de la primera, la antigua mina de Palmer, abarca más de 12,4 hectáreas y era, como reconoció hace un par de meses el exalcalde Domingo García a este periódico, «un pecado para los ojos», especialmente para los vecinos de la localidad. Actualmente está enclavada en el Paisaje Protegido del Serpis.

La rehabilitación ambiental no será fácil. La dinamita empleada para extraer la piedra durante décadas produjo unas paredes muy verticales, que se deben suavizar antes de abordar cualquier reforestación, y mucho más si pretende abrir al público algún tipo de área recreativa. El ayuntamiento, con la ayuda de otras administraciones, quiere ubicar un aparcamiento y un centro de interpretación del paraje Racó del Duc, además de plantar árboles.

También era ambicioso el objetivo que tenía el Gobierno de Gandia cuando compró la cantera del Racó de Tomba, en Marxuquera: transformarla en un gran bosque. Pero de momento no se ha hecho nada. En 2018 se usó para almacenar la leña cortada tras el incendio, y poco más.

Al otro lado de Marxuquera, en la vertiente este de la Serra Grossa, también hay un enorme mordisco a la montaña del que nadie se acuerda. Y en Xeresa se aprovechó una gran extensión de la falda del Mondúver, en el barranco del Carritx, justo donde empiezan buena parte las rutas hacia el macizo. En Tavernes cerró Arimaq, en la partida Massalari, junto a la N-332.

Críticas de los ecologistas

Estas heridas en el paisaje son especialmente dolorosas para los amantes de la naturaleza. «Entendemos que las canteras son necesarias, pero hay quienes están explotando ilegalmente el medio ambiente, propiedad de todos, para su propio lucro», se lamenta Óscar Martí, senderista, divulgador ambiental y autor de los dos volúmenes A un tir de pedra. Martí, crítico con el modo de actuar de algunas empresas, alerta que las canteras abandonadas amenazaron en su día a ruinas musulmanas y castillos, como el de Palma.

En otros casos han provocado que se sequen para siempre fuentes o manantiales, como ha sucedido en Xeresa y Ador. En muchas se han alterado caminos y senderos de toda la vida. Martí también advierte que en el caso de las legales obtienen con demasiada facilidad ampliaciones y permisos por parte de la administración para ejecutar una segunda fase sin rehabilitar la anterior.

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