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almodóvar y la posmemoria

La última película de Pedro Almodóvar, Madres paralelas, reivindica la Ley de Memoria Histórica y, aparte de sus méritos, es evidente que su inevitable lectura política lanza a la esfera internacional esa asignatura pendiente de la democracia española. Pocas veces, con excepción de los informes de Naciones Unidas o de un puñado de trabajos especializados, se ha opinado desde fuera de España sobre la situación de los desaparecidos de la Guerra Civil y el franquismo. Que ahora esa cuestión deje de ser un asunto interno del país y alcance, gracias a la película de Almodóvar, una dimensión moral universal es una novedad y una buena noticia, más aún cuando nadie puede acusar al director –piense lo que piense sobre sus obras- de oportunismo o de falta de independencia.

La cuestión es extraordinaria, no solo porque se refiere a episodios cuya datación histórica se remonta a ochenta años atrás, sino porque las especiales condiciones en que transcurrió la Transición nos obligan todavía a reiniciar una y otra vez ese debate nacional que necesariamente debemos enfrentar con códigos políticos muy distintos a los de la propia Transición, cuando nadie hablaba de los desaparecidos. Esos códigos que, aunque no son desconocidos, suelen quedar sepultados en las miserias del debate político, en la escasa recepción social de las querellas entre especialistas y en el bajísimo tono cultural del país, al parecer, solo los pueden expresar con un alto grado de eficacia los artistas, es decir, quienes son capaces de convertir la memoria en algo que nos concierne a los ciudadanos aquí y ahora, en algo vivo y real a través de sus creaciones. Películas como la de Almodóvar han logrado ese importante efecto cultural que, desde otros registros con menos resonancia, algunos habían abordado antes.

Nadie, por ejemplo, más influido por la memoria que el escritor leonés Julio Llamazares, que ha hecho de ella el motivo central de toda su obra. Si se puede hablar de una vocación natural, artística, por la memoria, la de Llamazares destaca por su calidad literaria y su insobornable fondo de autenticidad. Hace quince años el escritor leonés advertía, en mitad del debate sobre la primera Ley de Memoria Histórica de Zapatero, de la dificultad de uso del término «memoria» una vez desaparecida una época con sus protagonistas, los únicos que podían emplear la memoria en su sentido real. Decía entonces Llamazares que, aunque nadie lo señalaba, el periodo de la memoria ya había pasado, y que nos encontrábamos en el de la «posmemoria». Esa es la clave principal que debemos tener presente hoy: que vivimos en la época de la posmemoria, es decir, no de la memoria de los afectados directamente por la historia, sino de las interpretaciones que sobre la memoria hacen quienes no vivieron la guerra ni en muchos casos el franquismo. Segunda clave: los ciudadanos tenemos derecho a reivindicar la memoria desde ese nuevo contexto histórico y social, la posmemoria, «vengamos de donde vengamos y pensemos lo que pensemos». Tercera clave: una sociedad que se presenta a sí misma como una «democracia plena» no puede instalarse en la amnesia voluntaria ni esperar que ésta arraigue en las conciencias porque lo que se abre camino, siempre, «como el agua», dice Llamazares, es justamente la memoria.

El problema, en España, no es, pues, esa grieta histórica que la última película de Almodóvar ha puesto espectacularmente de relieve, sino la dificultad de resolverlo con sensatez cuando la mitad de la clase política sigue negando su existencia o ridiculizándolo como un capricho revanchista de «la izquierda». Esos sórdidos discursos y quienes todavía los mantienen reavivan temerariamente la idea de «las dos Españas», que utilizan para lograr sus fines políticos.

Desde la posmemoria, la película de Almodóvar viene a confirmar que fue un error prolongar el espíritu amnésico de los protagonistas de la Transición, que creían tener derechos sobre el futuro, y que Zapatero no estaba equivocado. Y no porque los procesos de recuperación de un pasado literalmente enterrado fuesen entonces o sean ahora irrefutables ni estuviesen a salvo de ocasionales excesos políticos sino porque se atrevió a romper un pacto de silencio que, como todos los que se sellan en España, era vergonzoso, antidemocrático y tercermundista. La película de Almodóvar debería cambiar muchos puntos de vista sobre la memoria histórica forjados durante la Transición que simplemente ya no se sostienen. Pero siendo este, como dijo un viajero inglés del siglo XIX, el país de lo imprevisto, ¿qué no podría suceder?

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