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«El puerto invisible» y el ansia de ser libres

Serlik, con su novela, en la Feria del Libro de Madrid.

Hace unos unos días la escritora Adriana Serlik, afincada en Gandía, estaba firmando su última obra, la novela El puerto invisible, en la Feria del Libro de Madrid. Su portada, una fotografía antigua del puerto de Gandia del padre de un buen amigo, homenajea al tejido humano que danzó al son de los complicados años cuarenta en la España de la posguerra.

Esta novela, que transcurre principalmente en este período, plantea cómo desde la sombra sale a la luz la valía de quienes no habían ganado la contienda y, aun con todo en contra, lograron sostenerse y seguir luchando en lo venidero por aquello que consideraban justo. Los vencidos, según Serlik, ya fuera desde el centro mismo de hogares desmembrados, el monte, las cárceles monumentales y las improvisadas, o el exilio, demostraron con creces sus ansias de pertenecer a una patria singular, democrática y, sobre todo lo anterior, libre.

La autora, que domina a la perfección la narrativa histórica y los movimientos en el tiempo, destaca el papel fundamental de la mujer de la época, silenciosa, activa y siempre solidaria con sus compañeros los hombres, creando un paralelismo claro con el rol -tan similar y, ahora, tan en boga- de esta figura a lo largo de la historia. Rescata, desde un punto de vista objetivo, la larvada resiliencia femenina como herramienta indispensable para impulsar el cambio que se exigirá en el futuro.

Sus capítulos cortos, llenos de datos reales que la escritora ha recopilado durante años, arrojan veracidad sobre las tramas de espías alemanes que, bien por excesiva protección franquista, bien por vergüenza, siempre parecieron cosa de ciencia ficción.

Serlik, desde su posición de escritora reivindica el legado cultural anclado en la Segunda República e invita al lector a reflexionar sobre lo que hubiese ocurrido si, en vez de cuarenta años de tapabocas y mísera represión, se hubiese dado rienda suelta a las generaciones de mujeres y hombres que hoy solo pueden recordarse con tapados con un tupido velo.

El puerto invisible abarca todo esto. Es así de grande. Y su grandeza engrana a la perfección a través del amor, de las historias más cotidianas, de la familia con la que uno nace y aquella que va eligiendo con el paso de los años. Porque así es la vida -y así lo traslada la autora-: un puerto repleto de obviedades, pero, también, de finos detalles, casi imperceptibles, invisibles a veces, que la hacen real, única e irrepetible.

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